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Romance de don Diego VISITE: https://rma1987.blogspot.com José Ramón Muñiz Álvarez “EL ROMANCE DE DON DIEGO O EL CABALLERO ENAMORADO” (Breve composición dramática) ESTAMPA ÚNICA Interior del castillo de DON MARTÍN, levantado en sillarejo rudimentario y con apariencia propia de los castillos del siglo XII. ESCENA I DON MARTÍN, noble encanecido por el paso de los años, recibe a DON FABIÁN, joven apuesto que luce su armadura, en el salón de su castillo. DON FABIÁN, al ver entrar al joven, se levanta del asiento con los brazos bien extendidos. DON MARTÍN-. Don Fabián, sobrino mío, pues que seréis mi heredero, hombre fiel de fiel acero, joven con talento y brío, que en este palacio mío siempre las puertas abiertas hallará, y, si no las puertas, acaso mi corazón, que os abraza este barón con esperanzas tan ciertas. Don Fabián, que habéis venido antes de lo que predije, y no sé si es que os dirige algún mal que os ha vencido. DON FABIÁN besa, respetuoso, la mano de DON MARTÍN. DON FABIÁN-. Regreso a vos malherido como quien muere en el duelo. Ambos se sientan. DON MARTÍN (indiferente)-. De tal cosa me recelo, que sois valiente y pintado para estar en un estado que os iguale con el suelo. DON FABIÁN-. Vengo ante vos alterado por la magia del hechizo que en mi pecho se deshizo para verme enajenado, que, al seguir vuestro mandado, me ha sorprendido el amor, que en el costado el dolor me hace sufrir noche y día por esa dama tan fría, por pretender su favor. Solo la muerte ya espero, sabiendo mi desventura, que la muerte se apresura según yo me desespero. DON MARTÍN (indignado)-.Más vigor, sois caballero de la orden del señor. DON FABIÁN-. Pero nunca a su favor, en lo que queda ya escrito, por cometer un delito: hacer de su hija un amor. DON MARTÍN (curioso)-. Has de aclarar el suceso. Pausa. DON FABIÁN (lastimero)-. De claridad siempre esquivo, ando dudando si vivo, si suspiro por un beso, pues tamaño es el exceso de la pasión que me llena, que lanzaré de la almena de vuestro ilustre castillo mi gloria, mi fe y mi brillo, si es que el amor me envenena. DON MARTÍN se levanta y se dirige al fuego, cuyas vivas llamas arden en la chimenea. DON MARTÍN (indignado otra vez)-. Si decís que enamorado venís a pedir la muerte, dejad que me desconcierte veros tan desesperado, pues tal vez os ha hechizado la sombra que, con la brisa, da a la noche su sonrisa, mientras, echando al sol bello, lanza su manto plebeyo y viste negra camisa. DON FABIÁN se acerca a su tío. DON FABIÁN-. No hallaréis más alborada, al encenderse en el cielo que el reflejo, en raro vuelo, de la luz aborotada, porque, bella la mirada, entre claros resplandores, va anunciando los fulgores su beso, al rayar el día, que, como la brisa fría, ve a lo lejos los albores. La vi llegar de lo lejos como al corcel luminoso que recorre, perezoso, los elevados espejos, pues, de encendidos reflejos, de luminarias vestida, dándole al campo la vida, la hallé encendida, callada, como el hielo y la nevada de la sierra adormecida. La voz de don Fabián ha tomado un tono nuevo, distinto, más apasionado. La vi cruzar el espacio, bordando claros jazmines, que, en los cielos, los jardines encendió su pelo lacio, con su mirar de topacio, con su mirar cristalino, caprichoso, peregrino como el agua de la fuente, cuando brota, transparente, no muy lejos del camino. Vuelve a su asiento DON FABIÁN. Suspira con hondura. Reina llena de belleza, de singular hermosura, alma llena de frescura, de frenesí, de nobleza, la vi pasar con pereza, siendo clara la mañana, pues esa aurora temprana como un regalo la trajo al lugar donde el trabajo hace la gente villana. Pausa. DON MARTÍN ha tomado una apariencia meditabunda. DON MARTÍN (burlón)-. Darás pronto en el defecto de cultivar la poesía, que la pluma se desvía buscando tan bello efecto, cuando sé yo que, hombre recto, nunca nadie en el combate con mayor furia se bate, si se trata de la lucha. El amor a nadie escucha y este es un sordo debate. No hay que dejarse llevar por las redes amorosas, que aventuras licenciosas podéis acaso probar, pero venir a rezar a la deidad de Cupido es estar desfallecido y perder toda esperanza, que el amor es la mudanza y el amante el confundido. DON MARTÍN vuelve a tomar asiento. DON FABIÁN-. Montaba la vieja overa del establo, y, coralina, era su llama divina como lo es la primavera, que, cansada de la espera, regresa su aliento tierno, desterrando el negro invierno, para tomar el castillo de su reino con un brillo que devuelva su gobierno. Hermosa entre las hermosas, dichosa como las nieves al derretirse, si breves, corren luego presurosas, pues, limpias, claras, preciosas, se hacen agua para el río que da riego al señorío y frescura al aire vano, como ese viento temprano que se siente, aunque es vacío. Pero no pude su vuelo alcanzar, pues, al mirarla, aunque quisiera rozarla, hallé en ella su deshielo, que, rebajándome al suelo su grandeza y su linaje, me arrodillé como un paje, y contuve la osadía, pues quizás no merecía dar la rienda a mi coraje. Breve pausa. Y quién morir no ha pedido tras una dura ocasión, si su tierno corazón es orgulloso, encendido, sabiéndome malherido, humillado, derrotado ante la gracia y estado de su infinita bondad, alma paciente, en verdad, por haberme tolerado. Por eso en mi pecho siento este dolor, esta herida, que, sin duda merecida, le da causa a mi tormento, pues lo quiere el firmamento, porque me llena de amor para causarme dolor y agachar todo mi orgullo, porque su amor yo concluyo puede alzar en su valor. Pausa. DON FABIÁN vuelve a suspirar. Clara y dulce Galatea, hija del claro arroyuelo, palabra de terciopelo, dejando que yo te vea, hermosísima librea que el sol puso en las alturas porque en estas andaduras más luz gozase en la tierra quien en prado y en la sierra anuncia tus hermosuras. DON MARTÍN mira al muchacho paternalmente. DON MARTÍN-. No está bien lo que decís, que el amor es un villano, y, no estando de su mano, siempre mejor os sentís, de modo que, si venís a la razón que os propone el juicio que aquí se impone, salvaréis ese tormento de tan vano sufrimiento. Y, si no, Dios os perdone. Que el amor es mentiroso y sabe encender la guerra, ya que, pícaro, no yerra, cuando dispara, gozoso, y siente al noble quejoso por el amor cortesano, entre infeliz y profano, deleitándose en la ruina que lentamente maquina como injusto soberano. Pausa. DON FABIÁN (mostrándose desesperado)-. Será menester morir, si es que la muerte se ofrece, porque al tiempo que amanece, voy dejando de sentir, y, aliviando mi sufrir, muero de amores perdido, dichoso, febril, herido de esa flecha silenciosa que se me clava, gozosa, al verme triste y rendido. Morir será menester, si es lo que quiere la suerte, porque consuela la muerte un amor sin poder ser, ya que, falto de placer, llorará el enamorado la humillación de su estado, siendo la misma alborada la dama que al ser amada jamás hubiera aceptado. Y, entre tanto yo me muero, pido aquí la compasión a la luz, a la pasión que apaga el primer lucero, ya que, nunca pendenciero con los cielos se me ha visto, y, pues al amor desisto, conceder debe el favor de matar en mí ese amor por el cual ya no resisto. Alma de luz, claro día, vena que el oro derrama, eco del viento que brama, palabra de nombradía, esperanza de alegría que no alcanzará mi mano, vuelo de luz que lozano muestra el mundo a los dichosos, mientras otros, quejumbrosos, lloran tu amor soberano. DON MARTÍN (aparte)-. Fuerte le ha dado el veneno, que, mirando como pena, el alma en coraje llena, también a su lado peno, porque, muchacho tan bueno, tan noble, tan aguerrido, por ese niño es vencido que es un pobre ceguezuelo que el alma convierte en hielo del más bravo y aguerrido. Y quién pudiera curar este dolor del amor, que ni el médico mejor sabe, si acaso, aliviar, y que viene a derramar un espíritu derecho, sin sacar algún provecho de romper los corazones con extremosas razones que anidan siempre en el pecho. Como un trovador la corte lo tendrá por poca cosa, que aquel que en amor rebosa perdido tiene hasta el norte, que no es osa que me importe, siendo tal vez el galán el impulso del volcán por amoríos extraños, pero muchos son los daños si ese joven es Fabián: es marqués y paladín, de cuatro villas señor, en la tropa es el mejor y entre damas serafín, pero le ha llegado el fin con estos males arteros de esos dioses traicioneros que los griegos inventaron y el Olimpo alborotaron, siendo siempre pendencieros. Pues pendencia debe ser suministrar la imprudencia que no aconseja la ciencia, que pide más no querer, si el amor de una mujer es de un valor tan escaso que, si de amor yo me abraso, también pediré la muerte, que no quiero yo esa suerte y antes prefiero el ocaso. Mal amor, malas sus artes y sus buscadas traiciones contra nobles infanzones, siempre igual en todas partes, que los altos estandartes mayores bajas sufrieron de tanto que padecieron las gentes de gran valor, que en el hermoso fragor sin fortuna perecieron. DON FABIÁN-. Morir será, enajenado, la solución oportuna. DON MARTÍN-. Jamás ocasión alguna vio a un hombre tan doblegado. DON FABIÁN-. Y una carta he redactado despidiendo mis amores. DON MARTÍN-. Parecen males mayores los que sufre mi sobrino. DON FABIÁN-. Aunque mi estilo es mezquino, le hablaré de mis dolores. DON MARTÍN-. Parece estar apenada la misma luna que mira. DON FABIÁN-. No es mi amor una mentira, que siento pasión por ella. DON MARTÍN-. Y la niña es una estrella que enamora con mirarla. DON FABIÁN-. De memoria he de entonarla, que en verso la tengo escrita. DON MARTÍN-. Muy triste el alma recita si quiere el amor tomarla. DON FABIÁN (recitando solemne)-. “Doña Clara de la Fuente del Cordal y del Baluarte, cuya sangre es estandarte del valor de tanta gente, perdonadme si, imprudente, esta carta a vuestros ojos mando, sabiendo que enojos ha de causar a ese pecho, pues la mando sin derecho, convertido en mil despojos. Del amor hoy los azares a este mal de los amores me traen, desde los albores, a besar vuestros altares, que, con raros malabares, os envío esta poesía, sabiendo que muere el día como muere la esperanza, que sois digna de alanza y no de una ofensa mía. Esta carta yo os envío al castillo solariego, donde vivís sin sosiego mientras muero yo de frío, cuando, llegado el rocío, caigo penando por vos, que este amor lo quiso un dios que, desnudo en su falacia, quiere a mi costa la gracia, o a la costa de los dos. Servidor de vuestro nombre, yazgo triste y olvidado en la pena que ha causado el amor en quien es hombre, y, por tener vos renombre, por ser vos pura belleza, por ser la naturaleza que los sentidos halaga, he de llamaros mi llaga, mi dolor y mi flaqueza. Yo con requiebros baratos vengo a servir a una diosa, lleno de fiebre horrorosa que causan mis arrebatos, porque ya los carromatos del sol corrieron el cielo, y, mirando el verde suelo, pasaron las caravanas de las hermosas mañanas derritiendo helada y hielo. Pues lo ha querido el destino y porque sé que, clemente, sois buena vos con la gente, quiero seguir mi camino, que la muerte por destino me parece mejor suerte, si, regalado a la muerte, este imposible supero, ya que no alcanzo el lucero que con su luz no me advierte. Pido yo por galardón, sin tener la dignidad que consintáis, en verdad, esta muerte sin razón, pues la encendida pasión que me llena el alma clara es una pasión avara que me priva de vivir, y así es preciso morir con esta suerte tan rara. No bendigo a los amantes que sus amores gozaron, sino a vos, pues me enfermaron vuestros ojos arrogantes, esos colores brillantes que, recorriendo la altura, son el sol en su figura, las estrellas de la noche y ese mágico derroche que ha causado mi tortura”. Pausa. DON MARTÍN-. Bellas letras has escrito para honrar a tu señora, comparándola a la aurora y admitiendo tu delito, pero el amor, te repito, es la terrible experiencia que no vence la paciencia del más bravo y valeroso, que el sentimiento amoroso es todo pura imprudencia. Siendo mozo, una doncella robó todo el sentimiento, el corazón y el aliento para hacer mala mi estrella, una muchacha plebeya que enajenó mis sentidos, que vio mis ojos rendidos a sus ojos de hermosura, a su elegante figura, a sus humildes vestidos. Entonces, cual trovador, compuse letras hermosas a sus mejillas hermosas, a sus labios, su fulgor, que, al inspirarme el amor, soñaba con su cabello, anhelaba el cuerpo bello, la blancura de su piel, alma de lirio y clavel, alba pura en su destello. Mi juventud fue locura y en la locura sufrí, que aquel amor que sentí era imprudente aventura, aunque en aquella andadura era una moza servil que, corriendo el mes de abril, me tuvo entre muerto y vivo cuando me tuvo cautivo en su torre de marfil. Lo tuyo ya es diferente, que la niña es una infanta, y en el amor siempre espanta la calidad de la gente, pues, con rango diferente, nunca serás aceptado, y ella tiene a su mandado el reino que tú no tienes. DON FABIÁN-. Con prudencia me previenes, pero estoy enamorado. DON MARTÍN-. No es esto correr dichoso tras una bella aldeana, que es de sangre soberana y de linaje orgulloso la que, robando el reposo, ha de turbar al herido, de modo que, si vencido, quieres rendir pleitesía, ella será cruel y fría con el triste y afligido. Tal vez os venga mejor olvidar esos amores, y, como hacen los pastores, buscar el mayor verdor, que en la sierra es el color de los montes y los prados más hermoso y los cuidados de la vida campesina, quien a este placer se inclina olvida desaguisados. Partid, si no a las cruzadas que organizan los franceses y volved, tras unos meses, con las penas olvidadas, porque en aquestas majadas son ya tantos los pastores que lamentan sus amores que los bosques, en invierno, parecen el desgobierno de los locos ruiseñores. Partid, Martín, a otras tierras. DON FABIÁN-. Sabedlo vos, don Martín, que este noble paladín cruzará llanos y sierras, que es mejor hacer las guerras al cruel, al vil sarraceno que morir de este veneno tenebroso del amor, y, olvidando mi dolor, lograré ponerme bueno. No he de esperar, ya me parto, agotado del amor, vencido por su dolor, por su dureza de esparto, que de Cupido estoy harto y lamento su dureza porque vi tanta belleza en los ojos de una diosa que la vida me hace odiosa con su luz y su pureza. Ganaré grandes batallas en las tierras del Oriente, donde es oscura la gente y son doradas las playas, mientras se cantan las mayas entre gente campesina en esta tierra mezquina para el que huye del amor y el pecho tiene en dolor por clavársele su espina. Seré un hombre peregrino que por amor, e verdad, ganará la santidad padeciendo en el camino, que ese es el duro destino de quien muere, desterrado, corazón enamorado que se aparta de la vida, si abierta tiene la herida o abierto tiene el costado. Y lloraré los amores que atrás dejo, que el lucero de quien soy yo caballero no me dará sus favores, que, como las mismas flores han de mirar su belleza, sabe su magna nobleza y su mucha dignidad para tener claridad ante la misma realeza. En los caminos errante, en las veredas guerrero, en el amor prisionero, en la pasión delirante, lucharé siempre constante por el amor de mi dama, que con tanto amor me llama a buscar a esa doncella que luce como una estrella que en la noche se derrama. Y será solo un suspiro vivir amor y destierro, porque con el amor yerro y con el luchar respiro, que es constancia que yo admiro la lucha con el infiel, siempre bajo, vil y cruel, según siente mi razón, con la noble devoción que empuja a un noble doncel. Cruzaré valles enteros, sierras altas y lejanas, montes mil y selvas llanas, pasos, caminos, senderos, puertos y desfiladeros, que, en esta triste locura, hoy el amor me aventura, y, en partiendo de mi amada, menos luz en la alborada sospechará su dulzura. Porque fue verla desgracia del corazón apenado que se rinde enamorado y que llora ya sin gracia, que es hiriente la falacia que se admira en lo más bello cuando la aurora el destello engalana con sus brillos y ella en sus altos castillos alza orgullosa su cuello. Lo que depare el destino a este pobre caballero que parte sin escudero raramente lo adivino, y, pues mi mal imagino, gloria que nunca se calla, ganar quiero la batalla o morir en esa lucha ya que el amor no me escucha y el cielo se hace grisalla. No importa jamás mi suerte, ni pasión ni mis dolores. DON MARTÍN-. Grave amor son los amores, mas que has de pensarlo advierte: podrás con tu brazo fuerte someter a Saladino, de quien dicen que, mezquino, enemigo del cristiano, de su valor está ufano. DON FABIÁN-. Es mi amor un desatino. ESCENA II Llega un LACAYO. LACAYO-. Fuera está un joven juglar que ha venido a solazaros. DON FABIÁN-. Los amores salen caros y es preciso ir a luchar. LACAYO-. ¿Queréis que lo haga pasar, o le digo que se vaya? DON MARTÍN-. Mejor que pase, pues se halla este ambiente enrarecido. LACAYO-. Os quedará agradecido, pues, de ser de otra manera, dudo que cena tuviera ese joven desvalido. ESCENA III El lacayo se va y pasa el JUGLAR. JUGLAR-. Os agradezco, señor, que aceptéis que, con el arte, sucesos de cualquier parte os presente. DON MARTÍN-. Por favor, tal vez un canto de amor nos sería provechoso, que este joven quejumbroso Señala a su sobrino. herido fue por Cupido, que en su pecho está escondido con su punzón doloroso. El juglar templa su instrumento y canta con dulce voz: JUGLAR-. Supo de amores don Diego de la Silva y del Castillo, cuando, yendo en su caballo, lo sorprendió aquel hechizo. Los ojos halló más bellos que ese sol cuando, encendido, mira en la altura del cielo a los amantes vencidos. Y fueron los ojos bellos de la dama a la que quiso los que llenaron de muerte a los suyos, ya rendidos. El rubio de los cabellos en la dama era oro mismo, que en oro estaba enredado el viento al rozar los hilos. Y viendo tanta belleza, porque fue lo nunca visto, por suspirar melancólico perdió el joven mil suspiros. Lleno de amor la llamaba por los valles, junto al río, por la floresta callada, por los lugares sombríos. Y, al pronunciar con prudencia su nombre, sintió que el frío de las nieves no calmaba la pasión de su amorío. Pues malos son los desdenes para los gallardos bríos que encienden el pecho noble del noble joven, vencido. Y, por no ser descortés, sabiéndose no querido, de ella apartó su mirada para sufrir su destino. La muerte pidió mil veces, pero la muerte no quiso arrancarlo de la vida, y entonces el joven dijo: “Por el amor que me llena, por ese claro lucero que susurra, con el alba, cuanto el mundo tiene bello; de su hermosura testigo, al servicio de su pecho, que su seno bondadoso esconde el ánimo bueno; al mundo querré decirle la gloria que en ella siento, merecedora de todos los que puedan ser mis versos, que los compongo callado, con resignados lamentos, porque lamento la vida y los amores que tengo, la belleza de sus labios, el azul de sus ojuelos, la frente clara y altiva, blanca como el puro hielo”. Supo de amores don Diego de la Silva y del Castillo, cuando, yendo en su caballo, lo sorprendió aquel hechizo, aquellos ojos de ensueño, manchados de claro brillo, porque el brillo que arde alegre en la mirada que vido es el brillo de la altura en sus ojos suspendido cuando, mirando los otros, los ama ya suspendido, vencido por la belleza, vuelto en brasas y suspiros que no apagará la lluvia de los vientos invernizos, pues quien los amores siente, quien se olvida en el olvido, quien ama desesperado, no tiene ciencia ni juicio. 2011 © José Ramón Muñiz Álvarez “El romance de don Diego o el caballero enamorado” TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS | |
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