La Luz - Asturias

lisa CAMPO
Hubo un tiempo en el que La Luz era tierra de promisión para cientos de familias de obreros de Ensidesa. Para muchos, fue la primera casa digna que tuvieron, la primera gota de agua que vieron salir del grifo, incluso la primera familia de la que se sintieron parte. Hoy, cuando se preparan ya los actos del 50º. aniversario del barrio, los protagonistas de esta historia recuperan con sus recuerdos los años en los que algunos bloques de La Luz eran escenario de las carreras de hasta 102 niños en busca de su bocadillo a la hora de la merienda. La asociación de vecinos impulsa esta iniciativa en la que varias generaciones cuentan su historia y reafirman la identificación con el barrio que han convertido en hogar y que sienten tan suyo como si formara parte de su ADN.

«Si volviera a vivir en este mundo, sería en La Luz». Teresa Díaz, 80 años, tres hijos y ojos inquietos, acaricia con su palabra cada uno de los recuerdos que tiene del barrio. Ella es una de las más de cien personas que participan en el trabajo de investigación, y que tienen mucho que contar. «Venir aquí fue una bendición, La Luz me dio todo», afirma. Antes, una casa «muy ruina» en Soto del Barco y una infancia donde se había sentido rechazada. En el barrio avilesino encontró una gran familia y una casa que no se cansaba de contemplar.

Ahora Teresa Díaz tuvo que mudarse a Villalegre, por aquello de la falta de ascensores, ya que se pensó que era un lujo innecesario para un barrio obrero, según recuerda con tristeza la presidenta de la asociación de vecinos, Alicia González. La dos mujeres representan a dos generaciones distintas de vecinos implicados con la asociación. «Yo estuve muchos años en la junta, era muy guapo», afirma Teresa Díaz, a quien, pese a no haber pasado «del tres de la tabla de multiplicar», le interesaban mucho los temas de Urbanismo y tampoco se le caían los anillos si lo que tocaba era echar raticida.

Mientras las mujeres ponían la ropa al verde, iban a lavar al río, buscaban leña para la cocina en Molleda y sacaban los colchones de lana al sol para echarles polvos de talco, los hombres seguían todos los días el camino de la fábrica. La única fábrica para ellos: Ensidesa. Su sólo nombre fue una poderosa llamada para la generación de Horacio Álvarez, que vio en la siderúrgica una oportunidad para prosperar y labrarse un futuro. Él llegó a Avilés con 15 años, procedente de San Antolín de Ibias. Cuando cumplió los 18 ya pasó a trabajar en Ensidesa, corría el año 1959. La casa de La Luz se la concedieron cuando se casó, en 1963. «Entonces el barrio no tenía ni comparación con el de hoy. Prácticamente no había coches, sólo algunas bicicletas y motos, era un barrio que estaba empezando». Una de las motos era precisamente la suya, una MV que aún recuerda con cariño.

El padre de Alfredo García también llegó a trabajar a Ensidesa, procedente de Muros del Nalón. Él tenía entonces ocho años, y está firmemente convencido de que La Luz es el sitio donde quiere seguir viviendo. Pero echa en falta el barrio de su infancia, en el que los niños hacían suya la calle y la escasez de bienes materiales se compensaba con imaginación, colaboración y entusiasmo. «Había otro rollo que no hay ahora», resume. Es lo mismo que piensa Jorge Antonio González, que llegó a La Luz con dos años también de la mano de un empleo en Ensidesa para su padre. «Ahora los guajes no saben jugar, están todo el día con la play. Nosotros nos juntábamos todos a jugar a las canicas, a las chapas, al escondite...» Para Jorge González «el barrio es sagrado», y no puede entender que haya tenido en algún momento fama de lugar inseguro. Eso sí, hubo unos años en los que la droga hizo estragos, pero él siempre anduvo tranquilo a cualquier hora.

Leticia López representa a la generación que ya nació en el barrio, un lugar donde se encuentra en su salsa. «Me gustaría seguir viviendo aquí», dice, y señala otro de los elementos que caracterizan a La Luz: que todos se conocen. Y es que son muchos los nacidos en el barrio que no quieren irse o, al menos, no se deciden a desvincularse del todo. Sigue siendo su barrio aunque hayan pasado los días en los que las mujeres pedían silencio por las ventanas con un marido a turnos que necesitaba descansar.

Carmen Martínez y María Josefa Crespo, responsables del área de Mujer de la asociación de vecinos, han estado trabajando codo con codo con Telly Lorenzo, que se ocupa de dar forma a un trabajo que ya comenzó en 2008. «Me llegaba al alma escuchar las estrecheces que tuvieron que pasar, fueron años muy duros», explica Martínez. En 2013 se celebra el 50º. aniversario del barrio, y el objetivo es editar para entonces un libro que recopile esta historia. Lo que les falta es recaudar el dinero, y las respuestas no siempre son positivas. El «no» que más les duele es el de Arcelor, la heredera de aquella Ensidesa a cuya sombra nació el barrio. «No lo entiendo», lamenta Alicia González. No lo entienden los hijos de La Luz, cuyo corazón late más fuerte cuando hablan de su barrio



lorenzo