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Los lamentos de don Álvaro o las penas de quien huye Visite https://rma1987.blosgpot.com/ José Ramón Muñiz Álvarez “LOS LAMENTOS DE DON ÁLVARO” o “LAS PENAS DE QUIEN HUYE” (comedia escrita en verso) JORNADA PRIMERA: Aposentos de don Álvaro en el rico palacio de su padre don Arnaldo. Las ventanas permiten ver el cielo azul de Madrid y las infinitas llanuras que casi se pierden en el horizonte. El sol parece declinar. Junto al lecho donde duerme el mancebo hay una mesilla de noche y en ella una vela que da luz a toda la estancia. Los muebles son sobrios, con alguna que otra filigrana que les da un aire menos serio. Las paredes están bien encaladas, y en ellas se ven retratos, bien enmarcados, con las efigies de los antepasados más ilustres de la familia. Por los ropajes se deduce que son gentes de una época inmediatamente anterior o que ya pertenecen a algunos siglos pasados. Junto al lecho de don Álvaro hay también una silla. Escena I Don Arnaldo sorprende a su hijo melancólico, tumbado en su lecho, y se sienta en la silla. DON ARNALDO-. De nuevo España comenta que la vida está muy cara, y la plebe, que es avara, echando vive la cuenta. La gente no se alimenta sino de malos pucheros, que no valen los dineros para el rico mercader, que, si saben bien vender, suelen ser bien embusteros. Dicen que hay tal carestía que no es raro que se venda en ocasiones la hacienda que antes tesoros valía. Se vende la nombradía, si es que es algo que vender. Y, a costa de su quehacer, quien cobrar acaso sueña vende más cara la leña, el jamón que va a vender. Ya no es posible la vida en estos reinos, que el mundo, en parasismo profundo, sabe la bolsa perdida: compra la gente comida y viendo los precios reza: de este modo, en mi riqueza, poca cosa me lamento, pero quiere el pensamiento llorar la ajena pobreza. Sí que está caro el pescado, y las carnes y la harina, que lo dice mi vecina cada vez que va al mercado. Siempre causa un altercado a quien gana la jornada, Y, porque no vale nada, muchos la quieren gastar, que de nada sirve ahorrar lo que cuesta una soldada. DON ÁLVARO-. Poco saben del amor y su terrible desgracia los que dicen tal falacia y no ven alrededor. Niega Cupido un favor y la paz que bien adoro. Pero quien tiene un tesoro no da importa al caudal, porque yo sé que mi mal no ha de pagarse con oro. DON ARNALDO-. Hijo mío, ya hace un día que os admiro perturbado, taciturno, en un estado que os priva de la alegría. DON ÁLVARO-. Triste veis la dicha mía, y habláis con un sabio acierto, pues vivo de amores muerto, y muero de amores vivo. DON ARNALDO-. Tal locura no concibo, pues eso es soñar despierto. No comprendo tal tristeza cuando en plena juventud, debierais ser plenitud, dignidad y fortaleza. DON ÁLVARO-. El mal del amor empieza donde la desdicha quiere, y es este un amor que hiere del pecho en lo más profundo, que es el amor algo inmundo que gran paciencia requiere. DON ARNALDO-. Si el amor tiene vencido al muchacho que yo sé, no entiendo que se le ve tan triste y tan abatido. Algo raro habrá ocurrido para mostrar la amargura, que si el amor os apura, debiera verse feliz el que llora aquí infeliz el dolor de su tortura. DON ÁLVARO-. Mas no soy correspondido en los ardientes amores, y suplicando favores humillado estoy, vencido. DON ARNALDO-. Tal cosa puede haber sido algo posible, mas sé que no hay problema que a fe no tenga la solución. DON ÁVARO-. Malherido el corazón, mal final mi suerte ve. Soy un joven sin templanza que triste de amores llora: lloro si viene la aurora, lloro si no hay esperanza, lloro si la brisa alcanza los colores de la tarde, lloro por ser tan cobarde, lloro por ver que ya es noche, y de llanto soy derroche y espero que Dios me guarde. Quiere el amor complicar, pues es muchacho mezquino, a quien llora su destino, queriendo mejor estar. Es su capricho un azar, si castiga con rigor. DON ARNALDO-. Triste cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. DON ARNALDO-. Y por ver a una doncella como un ángel en la altura, os buscáis esta tortura y os hiere así su querella. DON ÁLVARO-. Quisiera morir por ella, por ella sentir dolor. poca cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. De modo que sueño esquivo es el sueño que me resta, porque su golpe me asesta cuando quedo pensativo. Este dolor que recibo nunca es bien, pues es dolor. DON ARNALDO-. Rara cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. DON ÁLVARO-. Así que siento que muero, que me lleno de tristeza, que me alcanza la aspereza y asesta un golpe certero. DON ARNALDO-. Ese niño traicionero no te ha dado su favor: mala cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. De manera que un suspiro lanza triste la garganta cuando Tus penurias canta en lo que vale un respiro. DON ÁLVARO-. Y parece que deliro porque hiere con valor: torpe cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. Y no debo perdonar la fatal melancolía que, con grave fechoría, mal me ha sabido causar. Soy de lágrimas un mar que se asfixia en su furor. DON ARNALDO-. Grave cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. Y, pues dispara sus flechas sin poder sentir piedad, no has de quejarte, en verdad, sino en letrillas y endechas. Malas fueron las cosechas del amante y su rencor: bella cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. DON ÁLVARO-. Por eso estoy dolorido, por eso me siento airado y supongo que este estado es de quien vive vencido. Siéntese el pecho encendido ante el niño destructor. DON ARNALDO-. Penas quiere tanto amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. Y, porque empeña la vida con las pasiones que prende, es el amor que se enciende con la pasión encendida. Hiere y no cierra su herida, y es injusto su rigor. DON ÁLVARO-. Mala fe causa el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. DON ARNALDO-. Triste parece este sino, que, quien vive enamorado, si se admira derrotado, ha de acatar su destino. DON ÁLVARO-. En el mundo peregrino he de sufrir con pavor: poco me quiere el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. DON ARNALDO-. Es quizás ese momento, esa tierna juventud la que arranca la quietud del más inocente aliento. Dejad que lo lleve el viento y dejado ya los pesares, pues don Arnaldo Encinares de Fernández y Aranjuez sabe el remedio tal vez en que tu pena aliviares. Acaso por ser marqués de la Encina y de Robledo concertar el amor puedo, pues es delicia cortés. Basta decirme quién es, y yo podré concertar ese amor que complicar parece así tu existencia. DON ÁLVARO-. Pero no tenéis conciencia de cuanto puede pasar. Puede ser más complicado de lo que acaso imagina vuestra mente, que maquina para verme consolado. Ella es dama de alto grado, con rango y con nombradía, y así la nobleza mía queda en poca dignidad, sabiendo la majestad que tiene tal hidalguía. DON ARNALDO-. ¿Quién puede ser tal mujer? DON ÁLVARO-. ¿Lo queréis adivinar? DON ARNALDO-. Una mujer singular la afortunada ha de ser. Gran nobleza ha de tener para ser nosotros nada ante esa dama elevada que tiene rango y nobleza. DON ÁLVARO-. Es la infantina, su alteza, que nunca será alcanzada. DON ARNALDO-. Pues si es ella la infantina, hija del emperador, olvida ese insano amor, esa pasión tan dañina. Tal intención es mezquina, pues ella es hija de rey, y, pues lo manda la ley, haces muy mal e amar a quien no puede alcanzar la soberbia de tu grey. Escena II Llega la madre de don Álvaro. MADRE-. Don Álvaro está alterado por los males del amor, que lo aqueja un gran dolor y está su rostro apagado. ¿Quién hubiera imaginado que una pena tanto pesa? Y es ese un mal que no cesa en quien prenden los amores, que, con terribles dolores, dice amar a la princesa. Mas es esto un desconcierto, y he de deciros que, a fe, mejoría no se ve en quien sufre el fuego cierto. Un mancebo tan despierto, un tan noble corazón en que anida esta pasión y semejante tristeza… DON ARNALDO-. Me he quedado de una pieza con este joven garzón. Y no es justo condenar que sienta amor de una dama, pero al cielo es lo que clama de quién se fue a enamorar. DON ÁLVARO-. Sumergido en ese mar de dolor y desconsuelo, vivo enterrado en mi duelo, que es ese amor tan esquivo, que estando muerto estoy vivo bajo el umbral de ese cielo. DON ARNALDO-. Debes pensar, hijo mío, que el desatino que sientes como sueños inocentes es enorme desvarío: puede ser un desafío contra quien la majestad ostenta y grandiosidad, pues él, con ser tu señor, no querrá nunca ese amor con tan notable beldad. De modo que busca asiento con ingenio y agudeza en esa torpe cabeza que consume el pensamiento. MADRE-. Recuperar el aliento puede ser lo más sencillo, si, dejando este castillo, los pretenciosos palacios, buscas abiertos espacios en un ambiente sencillo. Piensa acaso en los hayedos y los densos castañares de Tierra de Colmenares, donde curarás tus miedos. Porque serán los remedos de esa clama campesina lo que la mente imagina como mejor solución. DON ARNALDO-. La sierra de Castejón, donde el mundo peregrina. MADRE-. Existen lugares bellos donde matar, con gran ciencia, ese amor con la paciencia que sienten viejos plebeyos. En los lugares aquellos de la Asturias apartada, sobre la sierra callada brilla el sol con raro hechizo sobre mares de granizo cuando luce la alborada. Densos follajes y helechos, densos bosques y colinas en mañanas mortecinas te harán olvidar los hechos. Curarás esos despechos a las orillas del mar, donde se oyen susurrar las olas que dulces vienen y en la playa se entretienen cuando callan su penar. DON ÁLVARO-. Ella es un ángel y quiero besar las trenzas que el oro ni el codiciado tesoro igualan con su lucero. Y, como soy caballero y es el amor elevado, obedezco a ese mandado que me hace grande y distinto, porque lo manda el instinto en que vivo cautivado. DON ARNALDO-. Hay lugares de hermosura que es acaso incomparable, pues es la brisa agradable entre la densa espesura. Cuando el arroyo murmura, se oye siempre y, cristalino, mira el brillo coralino de tantos amaneceres que saben de los placeres y del sueño matutino. DON ÁLVARO-. ¿Irme a dónde yo y por qué? ¿Soy acaso un criminal? Este amor causa mi mal y callado sufriré. Y no sé si moriré de este mal que me atormenta, pues he de tener en cuenta que es mi mal algo muy grave. MADRE-. Entonces, muchacho, sabe que la soberbia lo aumenta. DON ÁLVARO-. ¡Ah, la loca juventud, con su ciego desvarío, luciendo siempre ese brío con semejante inquietud! Costar puede la salud no escapar del raro hechizo del niño vil y rubizo que atina bien, siendo ciego, pues enciende un duro fuego con su nieve y su granizo. Decir eso es no entender que es Cupido vengativo, pues es soberano altivo con imagen de mujer. Si promete su placer, quiere el daño sufrimiento, y es causante de un tormento no comparable a otro daño, que el amor es un engaño para quien arde sediento. MADRE-. Gentes de rancios linajes, por los males del amor, huyendo el fiero dolor, buscan extraños paisajes. DON ARNALDO-. Son esos densos follajes de lugares silenciosos los que los ven quejumbrosos hasta que, en la selva pura, hallan dichosos la cura y a casa vuelven gozosos. MADRE-. Suele la naturaleza despejar los corazones. DON ARNALDO-. Los apartados rincones bien despejan la cabeza. MADRE-. Bueno es dejar la dureza de los males del amor. DON ARNALDO-. Suele ser siempre mejor buscar esa escapatoria. MADRE-. Te sentirás en la gloria y olvidarás tu dolor. DON ÁLVARO-. Pero no quiero partir, pues es este mi lugar, y allí no podré olvidar lo que así me hace sufrir. Y si, dispuesto a morir, quiero quedar en mi casa, sabiendo que el fuego abrasa, quiero así quedar mejor, que donde alcanza el dolor es siempre la dicha escasa. DON ARNALDO-. Entre villanos serenos y cabreros bien sencillos del amor mueren los brillos y se calman sus venenos. MADRE-. Preciso es limpiar los cienos que tu interior contaminan, los engaños que imaginan tus ojos en pleno sueño, la locura de tu empeño que alma enferma dominan. Y en los apriscos perdidos ese amor olvidarás, que esa pena dejarás si domina tus sentidos, que parecen malheridos los ánimos que entretiene el amor que rancio viene a causarte mil pesares. DON ARNALDO-. La espuma verás, los mares, el viento que alegre viene. Y ese sueño de pureza hará que el que pesaroso olvide el mal enojoso que se enciende en la cabeza. Y es que el amor es dureza, aspereza sin sentido, pues las artes de Cupido no quieren dar el perdón a quien rinde el corazón y se resigna vencido. Sierras agrestes, collados, arboledas y senderos, cerros y largos oteros, pueblos dormidos, callados, esos son los principados que conviene conocer si un hechizo de mujer hiere con fuego de amores. MADRE-. Entre tan dulces primores te podrás restablecer. DON ÁLVARO-. Escapar no es lo que espero, pues con linaje mi nombre demuestra que soy un hombre y un hidalgo caballero. Siento un amor tan sincero que importa poco el dolor. MADRE-. Triste cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. DON ARNALDO-. Amor es vicio y desprende olor a obsesión y vicio en quien, carente de oficio, fiel a sus ocios se entiende. MADRE-. Este arreglo bien depende de escapar de su rigor. DON ARNALDO-. Triste cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. MADRE-. Pues diré que es desatino contentarse con el mal para así pasarlo mal, siendo Cupido mezquino. DON ÁLVARO-. Me iré como peregrino de otras tierras al calor. DON ARNALDO-. Triste cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. Y, dejando al fin mi tierra, mi alcoba y mis aposentos, llenaré mis pensamientos con las osas de la sierra. Olvidaré así la guerra Que se libra en mi interior. Triste cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. MADRE-. Que quede el mal olvidado y goces la vida sana querrá la brisa mañana en un lugar apartado. Escapar de su mandado fuerza a veces el dolor. Triste cosa es el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. Escena III Los padres de don Álvaro se van. DON ÁLVARO-. Quiere arrancar la pasión a quien mira el claro lienzo que al amor le da comienzo y respiro al corazón. Y, pues buena es la razón, dejaré la tierra mía, que he de buscar zona fría donde refrescar la pena para eludir la condena en que el amor me encendía. Y, si así se debe hacer, si cuanto se dice creo, ángel de puro deseo abandono al parecer, que, aunque se siente placer al recordar su sonrisa, quiere dichosa la brisa ser olvido a su promesa, pues el amor se confiesa y culpable es su sonrisa. De modo que un moribundo se verá restablecido, que, con sentirse vencido, siente el dolor más profundo. Y otra tierra vagabundo he de buscar, pues lo quiere ese amor que herir prefiere a llenarme de contento, que tales dolores siento como el daño en que me hiere. Y, para sacar partido de esta confusión maldita, olvidaré a quien agita las flechas del cruel Cupido, que un corazón encendido sabe tanto sufrimiento que el amor que triste siento es acaso necedad, obsesión, frivolidad, doloroso descontento. De esta manera me iré, que me siento resignado, y, si aquí vivo apagado, más allá me encenderé. Porque el destino no ve lo que siente el pecho mío, porque arranca el desvarío de su gusto la traición y me hiere el corazón lo que siento en desafío. Y he de buscar otra tierra, otro lugar, un confín lejano a ese serafín que sus amores me cierra. Porque el amor me destierra donde, libre, en el destierro, no sentiré que es encierro su desdén y su dureza, que ya la naturaleza me dispone monte y cerro. Y qué lugares sabrosos regala la cortesía de toda la serranía a mis llantos amorosos. Pues los lugares gozosos han de llenar mi esperanza donde la vida no alcanza a derrotar la pasión, que me rompe el corazón no mostrar mayor templanza. De esta manera, el aliento quiere ya esa salvación que arranca la salvación de este triste pensamiento. Mis penas llevará el viento hacia un lugar apartado donde el amor enojado pueda curar su tristeza, que el amor, en su dureza, ya me sabe condenado. Raro amor, rara esperanza, rara pasión que me inspira, raro mal cuando delira falto siempre de bonanza, porque parece una danza de ilusiones y quimeras prometiendo primaveras a un otoño que se muere, porque el invierno prefiere ver desnudas las choperas. Mas yo voy donde las cumbres dejan que cubra la nieve que solo un verano breve libra de sus pesadumbres. En tales incertidumbres que son pasión amorosa, el amor solo reposa causando mayores daños, y huye el alma los engaños buscando la paz gozosa. Mas ¿cómo olvidar los ojos que con su clara mirada me recuerdan la alborada con sus caprichos y antojos? ¿Y de los labios más rojos, que encendiendo mi deseo, siento que acaso los veo, prometiendo s hermosura a quien la siente más pura para tornarse en trofeo? ¿Su melena desatada, que más que la aurora bella se enciende como una estrella con su mágica alborada? ¿De su rostro la nevada, cuando enseña la pureza que allí pintó la belleza con esa magna maestría de quien sabe que, si es fría, cálida es cuando bosteza? Hermosura del deshielo, siento en mi pecho su vida, esa luz que abre la herida de mi eterno desconsuelo. No tiene piedad el cielo, no sabe nada el destino, y mi tristeza imagino en el poder de su ausencia, pues reclamo su presencia como amante peregrino. Este sendero me mata cuando me siento despierto, pues quien vive estando muerto, llora el bien que lo arrebata. Llega la aurora de plata para ver desconsolado a quien vive en este estado de tristeza sin aliento, y no escapa como el viento quien sufre el mal agitado. Será buen apartamiento ese lugar que se ofrece, ver allí cómo amanece, soñar otro pensamiento. Si lo piden yo me ausento y tendré esa curación que hace falta a un corazón que el amor solo alimenta, que, para pagar la cuenta, ya basta la sinrazón. Pues es muchacho mezquino, sabe bien lo que el azar, y me quiere complicar, el cruel amor mortecino. De este modo peregrino yo en los brazos de la suerte, que quien espera la muerte como el más noble final sabe que suele ser mal el amor que el pecho advierte. Y si el amor me apresura, no debiera ser feliz el que lamenta en Madrid el dolor de su tortura. Para mostrar la amargura, algo raro habrá ocurrido: Si el amor tiene vencido a quien su fuego hace fe, justo es que sepa que sé que me tiene consumido. Lloro porque soy cobarde, lloro porque siento pena, porque el llanto me envenena desde el albor a la tarde. No quiero yo que me guarde la tristeza que me alcanza: Soy un joven sin templanza que triste de amores llora: lloro si viene la aurora, lloro si no hay esperanza. Partiré, que ignoro acaso cómo albergo tales dudas, y verdades son desnudas las que me dictan el caso, pues si de amores me abraso, ¿no he de buscar los rincones donde libre de pasiones, deje atrás la pena mía y se vuelvan alegría mis calladas emociones? Ya siento la fresca brisa, la nieve en los altos montes, los lejanos horizontes de ese mar que se divisa. Ya de partir tengo prisa, y olvidando mi dolor, quiero olvidar el favor que poca suerte confiesa, que el amor de una princesa no es decir el bello amor. Que don Álvaro Encinares de Fernández y Aranjuez sabe el remedio tal vez en que aliviar sus pesares: son los bellos castañares que desnuda la otoñada, son las cumbres, la nevada, las montañas y el granizo los que romperán su hechizo, dejando el alma calmada. Y así curaré mis males y sentiré que el aliento besa en las alas del viento las encinas y nogales, que las tardes otoñales suelen curar el dolor, si no me quiere el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. Y así calmaré la paz que turbia tiene ya el alma en quien gozaba la calma en esta bella ciudad, que no tiene caridad el amor con su rigor, pues no me quiere el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. Y, buscando ese sosiego, al hallarme más tranquilo, será mi voz el sigilo, huyendo del amor ciego, que puede servir el ruego de mis padres, con temor, porque es capricho de amor, y, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. Y he de hallarme arrepentido de no conocer el bien, que justo he de ser también, y no cruel, como Cupido, pues por amores vencido, mayor se hace este favor, si no me quiere el amor, que, quien llora en soledad, lamenta tanta crueldad, que tacaño es su favor. 2011 © José Ramón Muñiz Álvarez TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. | |
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