Boquerizu - Asturias

No es mala lección. Lo que no sabe uno es si compensa, aprenderla, si no se va a tener otro maestro que la guerra misma. A lo mejor no. A lo mejor así no compensa mucho. Es como lo que decían los abuelos de los amigos cuando invitaban a merendar y el pan no estaba untado de mantequilla y aquellos triángulos perfectos y gordos de mortadela se eternizaban en el plato: una guerra civil, os hacía falta a vosotros.
-No, hombre, no. Una guerra civil no. Habrá más maneras de aprender a comer, abuelo, no fastidiemos.
-Vale. Pues una mili en Ceuta.
Los abuelos de los amigos que invitaban a merendar habían tenido unas juventudes muy perras y por eso se les entendía todo y se les quería igual y se les pasaba la Mirinda, pero a la hora de buscar maestros para la cosa gastronómica se prefería a Arguiñano. Y eso que Arguiñano todavía no había salido por televisión ni una sola vez. Lo mismo ni tenía. Aparato de televisión. Bueno, sí. Tendría. Pero con dos canales, haceros cargo del salto cronológico. Para los cuentos nocturnos, o sea, la guerra de los abuelos de los amigos que invitaban a merendar, pero para las lecciones gastronómicas, este Arguiñano prospectivo que digo. Lo natural. Pudiendo elegir... Lo que ocurre es que a veces no se puede. Elica Brájnovic, por ejemplo, premiada periodista, docente en la Universidad de Navarra y cónsul honoraria de Croacia en el norte de España, no creo que pudiese. Elegir, redundo. Por eso lo que dijo el otro día en una conferencia: el conflicto de los Balcanes fue muy duro, y estoy parafraseando un poco, pero su padre le había enseñado a aprender a perdonar, como él tras la II Guerra Mundial, y eso aprendió, Elica, con aprovechamiento. Tener un padre docente no sé, porque me faltan datos, pero tener uno decente ayuda mucho en la vida, eso también lo digo, en este caso yo. Por ejemplo: Don Luka Brájnovic, el padre profesor y croata de Elica del que estamos hablando, escribía una columna de política internacional en un periódico cuando estalló el conflicto de Los Balcanes, asunto sobre el que todo el mundo esperaba su opinión, pero como él no iba a poder ser objetivo, por lo de cerca que le tocaba, decidió no escribir ni una línea más, sobre ninguna cosa, para no dejar de serlo. Un poco lo que hacen, qué voy a contar a vosotros, si estáis hartos de verlo, los periodistas deportivos de Madrid y Barcelona cuando se juega un clásico, y disculpar el cambio de batalla.
Por lo demás, lo que apuntaba al principio: aprender a perdonar está muy bien, pero que compense o no compense el método depende bastante del profesorado. Es lo que pasa con todo. Aleksandar Hemon, un escritor estupendo nacido en Sarajevo al que el sitio de su ciudad sorprendió en Estados Unidos, decía en la entrevista de presentación de uno de sus libros en España que la Historia, con mayúscula, la cuentan los vencedores, pero las historias, con minúscula, las cuentan los supervivientes, como aquella de la mujer que, en medio del fuego cruzado, las casas en llamas y las calles atestadas de cadáveres, mientras corría presa de un pánico indescriptible, vio un caballo que, ajeno al horror que lo rodeaba, contemplaba su propio reflejo en el cristal de un escaparate, admirando su propia belleza.
Lo que intento decir es que la historia, esta del caballo, con minúscula, es un cacho de historia, pero que si para escribirla hay, primero, que haber estado allí, y haber sobrevivido. No seamos Capotes. No ahorquemos, si podemos, a ningún Hickcock ni a ningún Smith.

¡Acertado!Al final siempre pierden los supervivientes.