"coses míes" CASANOVA,y esa historia que vivímos. Friedrich Von Schlegel, aquel iluminado que estableció las bases del romanticismo (a medias con sus colegas Novalis y Schleiermacher, cofundadores de la revista Athenæum), mantenía que el historiador es un profeta que mira hacia atrás. Veinte siglos antes, Aristóteles pensaba: "La historia cuenta lo que sucedió; la poesía, lo que debería suceder". Karl Marx, por su parte, diría que el único motor de la historia es la lucha de clases. Y Oscar Wilde, con infinita ironía, afirmaba que "el único deber que tenemos con la historia es reescribirla". Como ven, no hay dos pensadores, en cualquiera de las épocas posibles, que sean unánimes a la hora de contemplar esta disciplina esencial. Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, que ha escrito mucho sobre anarcosindicalismo, sobre la República, sobre la Iglesia y Franco, acaba de publicar en Ariel, a medias con Carlos Gil Andrés, un libro tan hermoso como práctico: Historia de España en el siglo XX. El pasado mes pronunciaba una conferencia en la Facultad de Geografía e Historia sobre métodos historiográficos. Y nos aclaraba un montón de aparentes "Unanswered Questions" que teníamos hasta ahora pendientes de resolver.Y nos contaba. Que la historia es búsqueda y documentación . Que los historiadores son detectives. Que uno, en ese orden de cosas, puede averiguar quién es el asesino a través de las grandes y notorias pistas, al estilo de las tesis fílmicas del maestro Alfred Hitchcock, por ejemplo, o a través de un escenario plagado de pequeñas pero elocuentes pruebas, como en los casos del maravilloso Sherlock Holmes. Que construir un documento sobre el devenir del hombre exige leer críticamente, pensar analíticamente, argumentar con convicción y escribir con claridad. Y, sobre todo, que si no se hace de esa forma tan elemental como diáfana, no haremos más que fomentar el tópico de que la historia es aburrida. Y salía al paso, así, de quien afirma ser fiel seguidor de la novela histórica y denigrar a la vez de los textos académicos. Pues ese estudio ha de ser no sólo fiel, sino enormemente atractivo. Y hablaba de los filtros del estudioso (y ahí citaba a Ranke y a Carr). Que uno no relatará de la misma forma los hechos si es hombre, mujer, blanco, negro, católico, protestante, comunista o de derechas. Y de la importancia de recoger los fragmentos/ecos del pasado. Y del posmodernismo (citando a White): la verdad no existe. La historia, hoy, es una reconstrucción. Es, por lo tanto, ficción. Pero que, en todo caso, las metodologías no son, ni deben ser, neutrales jamás. Y, tras un compendio práctico sobre esas metodologías, el profesor se planteaba la paradoja de que si alguien escribe ahora sobre la Edad Media nadie dirá una palabra en contra, pero que como a alguien se le dé por escribir sobre historia contemporánea, ese documentalista permanecerá bajo sospecha. En conclusión. Casanova ha sentado cátedra, y nunca mejor dicho, entre nosotros. Revisen su reciente libro en Ariel. Su pasión casi romántica, su notable fluidez al narrar, fruto de su voluntad pedagógica, se hacen notar. ¡Qué maravilla!.
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