Boquerizu - Asturias

No van a decir todos ustedes, al unísono, que sólo ven los culturales programas de La 2, porque a estas alturas ya nadie se lo cree.

Y esto nos lo cuenta el llamado «índice de audiencia» que, al parecer, viene de unas máquinas que están desperdigadas por ahí, por algunas casas, que según sus gustos familiares lanzan una señal no sólo con la cadena que están visionando, sino incluso con el tiempo que la misma se mantiene. Bueno, pues dichos cacharros están marcando a favor de los programas del corazón o, si quieren mejor, que hablan de los folclores de la gente famosa, famosilla y otros especímenes más o menos peligrosos que se lían con casados y cuya relación ha provocado un conmoción, ¡qué digo!, un paro nacional.

Por ejemplo, la señora duquesa de Alba estuvo a punto de provocar tal revuelta con sus amoríos, que la reunión del G-20 en EE UU pudo haber pasado, ¡qué digo a un segundo plano!, no, a ser una simple tira en la página 34 de cualquier periódico; se habló hasta de la intervención de nuestros Reyes y poco le faltó al Gobierno para reunir el gabinete de crisis. Y, lo penúltimo -lo último está saliendo ahora mismo-, lo de Raquel Mosquera. ¿Y qué me dicen de la hija pequeña de la duquesa y «su» Gonzalo Miró? Y ya no hablemos de la hermana de doña Letizia que, después de haber armado la que armaron en los tribunales de Justicia, aún es capaz de decir, ante el pago de unas costas que alguien cifró en setenta mil euros, «que ellos son unos pobres cooperantes».

Bueno, pues todo eso y mucho más, añadiendo la inacabada historia de la herencia de Rocío Jurado; la no cárcel de Luis Roldán y Julián Muñoz; la «tocata y fuga» de Emilio Rodríguez Menéndez; lo que les resta, así en plural, a los Pantoja; y vamos a esperar lo que tarda en salir de nuevo la vida, carácter, amoríos y herencia de la radiofonista Encarna Sánchez: todo un poema. Y todo ello se lleva a tertulias, con o sin personajes involucrados, con periodistas amigos o no de aquéllos.

Pero, ¿qué ocurre cuando uno de esos famosos va personalmente a contar su vida y milagros al plató de televisión? Pues muy fácil. No sé por qué circunstancias especiales casi todos terminan llorando. Unos porque se arrepienten, otros por verse asaetados por los periodistas, algunos por emoción y muchos de ellos «porque se lleva». Y aquí llegamos al verdadero problema personal: ¡ninguno lleva pañuelo. ¡No sé si se lo quitan a la entrada o es que ya no se estila el moquero, pero algunos se secan las lágrimas a la manga de la chaqueta. Sobre todo con ellas, cuando sus ojos están «entafarrados» y el rímel les chorrea hasta la barbilla, entonces el presentador se apiada y dice en voz alta: ¡Por favor, un pañuelo! Conclusión: sigan ustedes viendo La 2.


LUIS ALONSO-VEGA

La Nueva España 6-12-2008