Parecen estar poniéndose de moda los cruces de acusaciones.
Los del PSOE sacan a la luz la yeguada de Gabino y los del PP les mientan los viajes a la Fórmula 1. No es que me parezca mal que los políticos saquen a la luz los trapos sucios de sus rivales, todo lo contrario. Pero hay algunos aspectos del asunto que sí que me resultan sorprendentes.
En primer lugar, el poquísimo énfasis que ponen en defenderse de las acusaciones, a pesar de ser bastante graves. Y no parece muy difícil desmentirlas si es que no son ciertas. Si a cualquiera de nosotros nos acusaran de ir a China con fondos públicos, nada nos costaría demostrar que ese mismo día estuvimos con los amigos en el bar viendo el partido del Sporting.
Incluso en el caso de que hubiéramos ido a ver a Fernando Alonso, sería bastante sencillo presentar la factura del viaje y el cargo en nuestra tarjeta. Es más, estoy seguro de que nos apresuraríamos a disfrutar pasando estas pruebas por los morros a nuestros detractores.
Quizá después pasaríamos al contraataque, pero primero nos preocuparíamos de poner a salvo nuestro honor y, probablemente, demandar a los que habían intentado difamarnos. Parece ser que el honor personal no es un valor muy cotizado en ciertos ámbitos.
Es también curioso el retraso con que se hacen todas estas acusaciones, porque los hechos a que se refieren no sucedieron anteayer ni fue ayer cuando supuestamente se enteraron los acusadores. Esto nos lleva a preguntarnos por qué no se dijo nada hasta ahora. Es como si hubiera una especie de «ley del silencio», una «omertà» cuya ruptura no se castiga con plomo de «lupara», como en las películas, pero sí con tiroteos mediáticos.
Por cierto, un caso muy triste el de Sicilia, una tierra tan distinta de la nuestra, montañosa, aislada y olvidada por el poder central, habitada por gentes recias que se han visto desde siempre condenadas a emigrar para poder salir adelante por culpa de los abusos y las corruptelas de los caciques y los mafiosos locales.
Tienen, incluso, una lengua propia que, por desdicha, es conocida en todo el mundo por palabras como las anteriores asociadas a actividades delictivas. Algo que nunca pasará con el asturiano.
No consigo imaginarme a nuestros don Vicente o don Ovidio haciendo el papel de don Corleone, como mucho me recuerdan a Clemenza y Tessio. No se quién podría en nuestra región hacer «una oferta que no podrá rechazar».
Por último, me resulta asombroso que, a pesar de la gravedad de las denuncias, la justicia no mueva ni un dedo para comprobarlas. Comprendo que hay muchísimos casos pendientes y muy poco personal, pero estas cosas son mucho más alarmantes y urgentes que una servidumbre de paso o una pelea de chigre. Hablamos o bien de presunta corrupción o malversación o bien de casos de calumnia y difamación de cargos públicos que ponen en entredicho la honestidad de las instituciones.
Algo así no puede dejarse correr sin más. Sobre todo, si tenemos en cuenta el beneficio propagandístico que obtienen otras autonomías.
A estas alturas ya todo el mundo conoce Marbella, Coslada, Castro Urdiales, Alcalá Meco y Alhaurín de la Torre, pero nadie ha oído hablar de Villabona ni de ninguna otra localidad asturiana. Es el problema de tener una clase política tan honestas (o una clase judicial tan ocupada). Hay que tomar cartas en el asunto. La publicidad es la publicidad.
Por Antonio Ochoa (20 de Noviembre, 200