Boquerizu - Asturias

«¿En qué piensas?, preguntó Diana, y no supe qué responder, así que dije: en nada.

No era cierto. Pensaba en el mensaje que había leído pocas horas antes en el ordenador. Diana se había olvidado de cerrar la sesión en hotmail y así pude acceder, durante un tiempo escaso pero suficiente, a cosas que hubiera preferido ignorar.

Quien mira lo que no debe encuentra lo que no quiere, me decía mi madre. Tenía razón, como siempre, pero olvidaba que, a veces, el dolor del conocimiento es la única manera de evitar males mayores. Diana hablaba con su padre en el salón y yo me apresuré a realizar mi labor de pillaje virtual. Estaba convencido de que la vida de mi mujer no tenía secretos para mí, y de que todo lo que pudiera haber en esa cuenta de correo era intrascendente, inofensivo de puro inocente. Y lo primero que encontré en la bandeja de mensajes enviados fue una puñalada en el corazón.
Sólo pude leer frases sueltas. Dirigidas a un tal Giacomo. ¿Quién coño era el tal Giacomo? ¿Algún compañero de trabajo? ¿Su ex novio? ¿Algún ligue de sus excursiones al monte, de las que yo me escaqueaba sin remordimientos?

Mi mujer le decía a Giacomo que yo era capaz de recordar cualquier resultado del Madrid de la última década, pero que era incapaz de recordar su cumpleaños. Le decía también que yo la miraba mal cuando se ponía minifalda, pero que luego mi vista se iba babeando detrás de las minifaldas de otras. Me reprochaba que yo criticara que ella comprase carísima ropa de marca cuando yo fumaba el tabaco más caro del mercado. Le escribía que el sexo conmigo era tan divertido como una sesión de spinning, y que...

Diana colgó y yo salí de sus secretos. En qué piensas, me preguntó mientras cenábamos con una tertulia de sabelotodos ensuciando nuestro silencio desde la radio.

En nada, respondí, y me levanté para llevar el plato al lavavajillas. Voy a la cama, estoy cansado, dije, ¿vienes?

Diana mordió una nectarina con una leve sonrisa y negó con la cabeza. No, dijo, tengo que mandar un e-mail a mi hermana.
¿A tu hermana?, pregunté tragándome los deseos de gritarle el nombre de Giacomo en la cara.

Sí, dijo sin inmutarse, está depre y necesita mimos.

Salí de la cocina tan triste que sentí pena de mí mismo».



TINO PERTIERRA

La Nueva España 18-11-2008

Totalmente de acuerdo: las personas necesitamos una aureola de intimidad, refugio espiritual o como queramos llamarlo que debe respetar hasta la propia pareja. Pienso que uno de los motivos de hastío más comunes en las relaciones interpersonales es, precisamente, el agobio a que, con toda seguridad involuntariamente, nos vemos sometidos en ocasiones. Por otra parte, la falta de seguridad en nosotr@s mism@s es que nos lleva a fiscalizar o espiar, con resultados indeseados.
¡Feliz semana!