Viator - Almeria

Orlando Zapata Tamayo tenía 42 años. Los últimos siete años de su vida los había pasado en cárceles cubanas. Su único delito había sido el de oponerse a la dictadura castrista. Hace 86 días había iniciado una huelga de hambre. Pero su muerte sólo es imputable al castrismo y a todos los que por acción u omisión favorecen la subsistencia de este reducto caribeño del totalitarismo. La muerte de Zapata acaeció el mismo día en el que los Jefes de Estado del continente reunidos en Playa del Carmen se reunían, según palabras del anfitrión Felipe Calderón, para fomentar la verdadera integración de los países latinoamericanos. Es difícil que este noble y necesario objetivo pueda conseguirse cuando la mayoría de los allí presentes no se han dignado ni siquiera lamentar la muerte del disidente cubano.


Lula da Silva, otro paladín para la defensa de los derechos humanos, no dudaba en abrazar a Raúl Castro a las pocas horas de la muerte de Zapata. Insensibles a las denuncias de la madre de Orlando Zapata, ni la Corte Interamericana de Derechos Humanos ni la Organización de Estados Americanos han dicho nada sobre la muerte de Zapata. Tampoco las cancillerías europeas han considerado necesario expresar la más mínima repulsa, y mucho menos lo ha hecho el Gobierno de España.


Dios quiera que la muerte de Orlando Zapata sirva para movilizar la conciencia ciudadana de la sociedad latinoamericana, europea y estadounidense. Y que de este modo, se consiga transformar el silencio cómplice de la mayor parte de la clase política internacional en un apoyo decidido a la disidencia cubana