BIOGRAFÍA DE SAN SEBASTIÁN

SAN SEBASTIÁN
Según san Ambrosio, obispo de Milán, san Sebastián nació en Narbona (Francia). Era un fervoroso seguidor de Jesucristo. Aunque la vida militar no era su vocación, hacia el año 283 ingresó en el ejército con el propósito de ayudar en la medida de sus posibilidades a algunos confesores y mártires cristianos, pasando desapercibido y sin levantar sospechas.
Unos mártires que estaban condenados a muerte, estaban a punto de flaquear en la fe ante el martirio, cuando Sebastián intervino y les animó apasionadamente a que fueran constantes en la fe cristiana. Sus palabras tan emotivas y ardientes impresionaron mucho a los mártires y a muchos de los que allí se encontraban. Nicóstrato era jefe de los escribanos y era el responsable de los prisioneros y estaba casado con Zoé, persona que había perdido el habla que también se encontraba presente. Cuando Sebastián hizo sobre ella la señal de la cruz, ésta al pronto recobró el habla. Este milagro convirtió al matrimonio y a muchos de los que allí se encontraban, incluidos el carcelero y muchos prisioneros. Todos se fueron a casa de Nicóstrato donde el sacerdote Policarpo les bautizó. Pronto llegó la noticia a Roma de que Sebastián había curado de la gota al padre de Marcos y Marceliano cuando recibió el bautismo y el gobernador de Roma, Cromacio, que padecía ese mal, quiso también recibir el bautismo. Hasta allí fue Sebastián, quién le curó de la gota y bautizó también a su hijo Tiburcio. Cromacio liberó a los prisioneros que se habían convertido y liberó también a sus esclavos, dimitiendo de su puesto de inmediato.
El emperador Diocleciano sabía del valor y del carácter militar de Sebastián, pero ignoraba la fe religiosa que profesaba el santo, hasta el punto que lo nombró capitán de una compañía de guardias pretorianos. Fue ésta una época de gran persecución de los cristianos y muchos de sus compañeros sufrieron el martirio. Zoé fue la primera que cayó prisionera y murió en una hoguera. Tranquilino murió apedreado. Nicóstrato y otros varios fueron torturados y arrojados al mar. Tiburcio fue delatado y decapitado. Cástulo fue quemado vivo. Marcos y Marceliano murieron atravesados por flechas.
Sebastián, que ayudó a muchos mártires, fue finalmente conducido ante Diocleciano, quien le reprochó su ingratitud, y le entregó a un cuerpo de arqueros de Mauritania para que le mataran. Sus verdugos abandonaron su cuerpo atravesado por las flechas, creyéndole muerto. Cuando Irene, la viuda de san Cástulo, fue a recoger el cadáver, encontró al santo todavía vivo y lo llevó a su casa. En ella, se recuperó de las heridas y quedó sano, pero se negó a huir, a pesar de los ruegos de sus amigos. Un día, Sebastián esperó al emperador por el sitio por donde éste iba a pasar, y le reprendió de las crueldades cometidas contra los cristianos. Hablarle de esta forma al emperador, una persona al que todos creían muerto, no se podía consentir y Diocleciano dio la orden de que acabaran con su vida a golpes y arrojaran su cuerpo a una fosa. Así se hizo. Después, una mujer llamada Lucía, a quien el santo se le apareció en sueños, llevó el cuerpo a un lugar cercano donde hoy se levanta la Basílica de San Sebastián.
Se piensa por parte de los historiadores, que esta historia es una leyenda escrita a finales del siglo V. Pero de lo que sí se sabe con certeza es que san Sebastián fue martirizado en Roma, y que ya era venerado en Milán en tiempos de san Ambrosio en el siglo IV. Se sabe también, que está enterrado en la Vía Apia, muy cerca de la actual basílica de San Sebastián. Sabemos también, que se invoca a san Sebastián como patrón contra las plagas. El hecho de que san Sebastián sea el patrono de los arqueros y de los soldados en general, proviene casi con toda seguridad de la leyenda antes mencionada.