Secuestro ¡!!!!FLORENTINA!!!!. Me contaba Romera la última vez que nos vimos, que estaba regando por la noche los olivos nuevos en la Mecila, cuando escuchaba varias voces que decían: - ¡Florentina!. ¡Florentina!. ¡Florentiiiiiiiiiiiina!. Gritos parecidos a lamentos, como los gatos en el mes de enero, como los perros, cuando emiten ladridos imitando a los lobos, gritos que daban a entender una desesperanza. Romera, - uno de los mejores oídos para identificar cualquier ruido en Beninar – acentúa la atención para identificar las voces y ninguna de ellas es del pueblo. Mientras abre y cierra la entrada de agua a las mergas – recinto guardado por lomos, para el riego por parejo, - las voces que llaman a Florentina, las va siguiendo, como van río arriba, río abajo, la ramblilla, pero en ningún caso los que vocean entran al pueblo. Con las últimas estrellas en el cielo puesto que estaba clareando, Romera escucha las voces y de entre ellas el lamento de una voz conocida. - ¡Qué yo no sé nada!. ¡Qué me vais a matar con un mal golpe!. ¡Qué tengo nueve niños más!. Dato que necesitaba Romera para certificar que el que estaba siendo aporreado era nuestro gitano, el marido de Amparo, el que vivía en la última casa que tenía Beninar, con dirección al camino que nos comunicaba con Berja. Romera va atando cabos de los lamentos de Federo y el grupo de gitanos que estaban de camping en el río, a la altura de la Fuentecilla la Virgen, pero en claro no tiene nada. Cuando termina de regar ya amanecido el día, con la azada en el hombro, baja por el Barranco el Capitán, pasa la alameda, y pegando la espalda al pilar del puente, va acercándose a donde se encontraban los gitanos que tenían secuestrado a Federo. Romera sigue atando cabos, al escuchar: - ¿Hay más gitanos en este pueblo?. - No. Contestan a coro las gitanas. - ¿Tú tienes un hijo como nos has dicho de dieciocho años?. - Sí. Contestan a coro las gitanas. - ¿Está soltero?. - ¡Ha desaparecido nuestra hija!. Repiten una y otra vez las gitanas. - Tu hijo se la ha llevado y tú tienes que saber donde están. Este bloque de preguntas se repetían una y otra vez. Federo no respondía a las contestaciones que le estaban haciendo los gitanos y solo salía de su boca, nada más que lamentaciones. En eso estaba Romera, en tomar la decisión de ir a socorrer a su vecino y paisano, cuando nota que le ponen el cañón de una escopeta en la cabeza. Romera vuelve la cabeza lentamente y se encuentra con un paisano – que no aparece el nombre, al ser uno de los benineros más dado a bromas que había nacido en el pueblo – que tenía en su mano dicha arma y que si no reacciona el bromista rápido y ligero, la azada que tenía Romera en el hombro, hubiese caído de golpe en la espalda del gracioso. Nos saltamos la discusión de los dos benineros y seguimos con la descripción del secuestro de Federo el gitano. Ambos paisanos deciden, uno con escopeta y otro con una azada, ir a rescatar a Federo y lo logran. Cuando van huyendo río abajo, ven a las gitanas con las tijeras de cortar las piezas de tela y las que también tenían de esquilar los burros, en la mano, amenazando con ser clavadas en la barriga de los que huían. Los tres paisanos jadeando después de la carrera, sentados en un parral en Los Arenales, están mirando a Federo, para que de todo tipo de explicaciones. Federo se derrumba, llorando, haciendo pucheros, solo dice una y otra vez: - No se na. No se na. No se na. El pobre Federo realmente no se había enterado – a pesar de la tunda palos que le habían dado – de nada. El que estaba al tanto de todo era el que tenía la escopeta. El bromista comienza a dar las explicaciones: - Resulta que estábamos los dos – el hijo mayor de Federo y el bromista – sentados a la sombra de un cañaverral, cuando vemos bajar por el río a una troupe de gitanos y entre ellos destacaba una joven, que al pasar a nuestra altura, nos hace unas reverencias y nos regala una amplia sonrisa. Nos costó toda una tarde encontrar el momento de que el hijo de Federo, pudiese hablar con dicha joven, una vez acampados los gitanos a la altura de la Fuentecilla la Virgen. Conclusión. Que los dos gitanicos se enamoran y ella le dice a su romeo que esa noche acuda a la cita. Desde esa noche yo sé donde se encuentra la pareja. Como me llegaron rumores, de qué habían secuestrado a Federo, cogí la escopeta y fui a liberarlo y fue cuando me tropecé contigo. Romera. Al que se le salían los ojos durante el relato del bromista, era a Federo, que no hacía más que decir: - ¡Mi niño!. ¡El que parecía una mosquita muerta!. ¡El que, …!. Continuará.
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