Casas-Ibáñez - Albacete

Es cierto era, en palabras de Machado, "en el mejor sentido de la palabra, bueno".
El calé, que con ese mote lo bautizo allá por los años 40 su tío Felipe Brizuela, era fiel reflejo de lo que en el seno de su familia durante muchos, muchos años, se había vivido: buenas personas, manchegos orgullosos de su tierra y de sus gentes, trabajadores infatigables, amigos de sus amigos y, sobre todo, gentes de principios.De esos que hoy echamos en falta, en casi todos los ámbitos que nos rodean.
De él aprendí muchas cosas: la fe ciega en uno mismo, el poder de la fuerza de voluntad (la tenía toda)y la terquedad en positivo (por pura cabezonería dejo de fumar de un día para otro tras ´muchas décadas de consumo) y lo más importante, el respeto por los demás.
Era consciente de sus limitaciones y por ello admiraba a quién tenía el don de la palabra, aspectos intelectuales que ,de forma espontánea, valoraba como muy positivos, el respeto por la cultura independientemente de connotaciones y signos politicos, a pesar de tener clara su filiación, y una intuición hacia las cosas realmente importantes, que hacían de él la sencillez personificada.
Era mi tío, mi querido tío CALË,tardamos muchos años en entendernos, no así en querernos. Me consta que me respetaba y admiraba. Seguramente, nunca supo lo que yo sentía por él, y lo que para mi representaba: mi infancia y adolescencia, perfecta, por cierto, pilares principales de lo que ha sido mi vida. Mi rebeldía juvenil, le exasperaba, pero a la vez, reconocía el valor de los argumentos que yo defendía, lo había vivido y aprendido de, entre otros, él. Aparentemente un discurso antitético, en el fondo unos valores asumidos como propios por convicción, y verbalizados acorde con los nuevos tiempos.
Él y Federico, su hermano, han sido unos avanzados sin saberlo: apasionado del deporte, en sus múltiples variantes, uno; ecologísta adelantado en muchos años a su tiempo, el otro. Dos valores muy de moda hoy por hoy, pero que hacían de ellos seres diferentes, para mí, en el contexto de un pequeño pueblo de la manchuela española de los sesenta. Un millón de gracias.
Con este pequeño apunte de una vida no puedo transmitir mi admiración por él, su persona y sus valores, pero sí que me da pie para sentirme afortunada, al ver que sus hijos e hijas son el testimonio de lo que vieron y vivieron en el seno de una familia. ¡Qué envidia sana!. Todos con él, hasta el final: esposa, hij@s y hermanas, sobrinos, primos. Todos ante un dolor incontenible, y la satisfacción por las cosas bien hechas.
Así, CALÉ ha muerto, ¡Viva el Calé!.
Dencansa en paz, CAMPEÓN.