Casas-Ibáñez - Albacete

Al margen de que guste o no, y de lo que ha costado al bolsillo de los españoles, la cúpula de la sala de la ONU en Ginebra, dedicada a la Alianza de Civilizaciones, viene a desvelar indirectamente las contradicciones de la política gubernamental.

Así, mientras un feliz Zapatero elogiaba el simbolismo de unión civilizadora de ese techo de estalactitas policromadas, su partido reprochaba duramente al presidente del Congreso José Bono, la decisión de colocar, a iniciativa del Partido Popular, una placa en memoria de la Madre Maravillas, que tuvo la ocurrencia de nacer en 1891 en el mismo lugar donde hoy se alzan las Cortes, y que cuenta entre sus familiares a varios parlamentarios ilustres. El principio mismo en que pretende basarse la política exterior española, el diálogo y la tolerancia con otras culturas, se niega dentro de España cuando se trata de reconocer los valores de una monja, canonizada por su amor a Dios, practicado en el servicio hasta la muerte a los niños pobres.

No se entiende que la santidad asuste tanto a los defensores de la Alianza de Civilizaciones. Un espacio público como es el Congreso, se ve honrado con la memoria de ciudadanos que han contribuido al bien común, sean estos católicos o de cualquier otro credo. Precisamente por ser la casa de la soberanía popular, sería muy sano que en ella se recoja la variedad de experiencias humanas que han hecho grande a nuestra nación a lo largo de la historia. Excluir de esa posibilidad a una mujer, por el hecho de ser monja, es una muestra de sectarismo que nada tiene que ver con una sana laicidad.

Mio_Cid