Zaragoza - Zaragoza

Semáforo en “negro”

No es mi intención hacer demagogia con el título de éste artículo, pero la casuística ocasional que ronda mi cabeza lo ha puesto esta vez en bandeja. Es fácil vislumbrar el contexto del presente, que aunque titulado de bruscas formas, se asemeja encarecidamente a la realidad inexorable de nuestras calles.

Es habitual llegar en coche a cualquier parada de semáforo de nuestra localidad y sentirnos golpeados por la insistente impertinencia de quienes intentan vendernos pañuelos a toda costa–eso sí, previo marcaje dactilar por negras manos de nuestras ventanillas, cosa que personalmente me irrita y molesta como nada, y en particular asumo con resignación. ¿Acaso tengo otra opción?

Negritos de pañuelos y objetos varios nos invaden en cada semáforo con la osadía característica de quienes nunca han recibido la educación adecuada -algo de lo que no les culpo ni quiero siquiera insinuar al respecto. Se trata de ilusos subsaharianos con denotadas ilusiones y hambruna exacerbada por encima de todo, que no sólo incordian, sino que ensucian a discreción las zonas habilitadas para la señalización de semáforos.

El semáforo se pone en “negro” cada vez que el ámbar o el rojo deslumbrante nos hacen detener el vehículo, que no ya por el color de la persona que se acerca a vendernos, sino por la cantidad de porquería que oscurece la zona que rodea al mismo, ¿o pensamos que estos recogen sus despojos mañaneros en una bolsita? No queramos ocultar la realidad.

La inmigración ilegal copa definitivamente los semáforos de nuestra geografía a marcha vertiginosa, viéndose exenta e inalterable esta inaceptable condición por parte de las autoridades e instituciones pertinentes. La vida transcurre con normalidad y sosiego entre ilegales mientras al resto nos acechan incesantes con multas e impuestos permanentes.

No obstante, considérense exentos de alusiones quienes ética y moralmente rehúsen del comportamiento expresado en el presente artículo. Aun así expuesto, seguro hay quienes tachen el mismo de “racista”, cuando verdaderamente las auténticas ovejas “negras” y desvalidas somos nosotros: españoles de bien.