libros de autoayuda En mis ratos de ocio, que a ésas alturas son los más, suelo juntarme, sobre todo al atardecer, con dos viejos amigos, algo más jóvenes que yo, lo cual no es impedimento para que ya desde hace años, y si la metereología lo permite invertamos parte de nuestro tiempo en dar cortos paseos sin alejarnos mucho del centro del pueblo, con el fin de cambiar impresiones, comentar lo que se habla en los mentideros de nuestra villa, y así pasar el rato. Por respeto a su intimidad, aquí los llamaré con los nombres imaginarios de Francisco y Alberto. Alberto, el más jóven, no está pasando por sus mejores momentos, ya que a su maltrecha economía plagada de fiascos financieros, se ha añadido últimamente un grave problema sentimental. Quizás el segundo sea consecuencia del primero. Algo de eso hay. Pero a lo que íbamos tuerta. La pasada semana permanecíamos sentados en uno de los bancos cercanos al Puente del Tio Ramón, Alberto, el de los problemas, y yo, cuando vimos acercarse con una pequeña bolsa debajo del brazo a nuestro amigo Francisco. Este, cuando llegó a nuestra altura, y esbozando una amplia sonrisa, le entregó a Alberto la bolsita en cuestión. - Toma, es para tí. Léelo. Verás cómo te ayuda. El jóven sacó desenvolvió un pequeño libro, de esos llamados de autoayuda. Sí, esa clase de libros que suelen regalar los que la vida les sonríe de continuo. Esas personas que casi no tienen problemas, a los que están plagados de ellos. Alberto, ojeó con evidente desgana las primeras páginas y mirando fijamente a Francisco, le espetó, a la vez que le devolvía el obsequio: - Toma, anda...quítale las hojas, una por una, y te las metes por el culo. Y Alberto, el de los problemas se marchó. Se marchó triste y a la vez cabreado. Yo no supe qué decir, y Francisco, ya sin sonrisa que adornase su cara, tampoco. Yo, una vez en casa y pensando, le di parte de razón a los dos, Uno, quería ayudar a su amigo pero quizás lo hizo de forma equivocada. El otro, aun siendo correcto en el fondo, dejó mucho que desear en las formas. Para ayudar a los demás, debemos de ponernos en su piel, cosa harto difícil. Y si necesita peras o manzanas no le obsequiemos melocotones, porque además de no necesitarlos puede ser alérgico a su piel. Saludos. Sin acritud. |