NOCTURNO DE AGOSTO Por una razón o por otra, el proyectado viaje a Muelas este año se me está resistiendo. Así que, para sustituirlo de alguna manera, ayer tiré del archivo y encontré este nocturno de agosto. Al releerlo he constatado una vez más que hay cosas que son de verdad intemporales. El paseo que aquí se relata, que corresponde al verano del 99, podía haber tenido lugar ayer mismo. Valen incluso las referencias a Paco Rabal y a Claudio Rodríguez, porque ambos siguen vivos en nuestra memoria...Y los robles también, por supuesto. Un abrazo NOCTURNO DE AGOSTO. Huyendo del tumulto de Benidorm, que es ciudad de cuerpos y de arena, aunque no libros de arena, he montado la tienda vacacional en los parajes de la niñez, al zumbo de los árboles y de los pájaros. Por el día, Muelas de los Caballeros es pueblo de piedra señorial y hospitalario paisanaje, de río transparente, de acogedora montaña. Y al margen de los jóvenes, que tienen conquistado el territorio, como los lobos, la noche es un grumo de silencios, apenas contradicho por el mágico concierto de los grillos, los eventuales ladridos de los perros o los cantos misteriosos de las lechuzas. El resto es soledad, músicas del aire sobre el alto penacho de los chopos, temperaturas a punto de jersey y una honda calma. En ese justo escenario, bajo un manto de estrellas minuciosas que taladran un oscuro azul, apurando la copa hasta el borde obligado de la manta, los paseos adquieren dimensiones de eternidad y la palabra supera los espacios para hacerse intrascendente, luminosa e íntima. Lo puede atestiguar Carlos Llamas, que lejos del micrófono de La Ser y de "Hora Venticinco", prodigó su admiración por un actor entrañable, llamado Paco Rabal, más que por algunos adelantados de la política con los que suele dialogar frecuentemente. Así mismo, lo puede confirmar José Luis Ferris, último premio Azorín de Novela, quien, puestos a declarar admiración, narró su viaje reciente desde Alicante a Zamora para asistir al entierro de Claudio Rodríguez, poeta que mantuvo su fidelidad por encima de los patrones de nuestro tiempo. Desde la plena comunión con semejantes admiraciones, yo introduje en el aire de la carretera que nos adentraba en el campo y en las sombras, una admiración más cercana. Tan cercana era que, en una buena parte del trayecto , la cosa admirada se pudo ruborizar con mis loas. Se trata de mis amigos los robles, con algunos de los cuales, aquel mismo día, yo había estado tejiendo muy familiares abrazos. ¿Fue joven la noche? ¿Fue profunda? ¿Fue quizás venturosa?. Sin duda, pero a las cuatro de la mañana empezó a ser alta de frío. Así que recogimos las velas y nos fuimos tiritando hacía el alba, ya rayana. De camino, pisando el relente de la noche, tal vez "la luz dudosa del día", me asaltó un recuerdo anterior, que tiene aromas queridos y recientes: "La mañana es de paz y huele a ozono. Los rayos del amor han sembrado cristales en las hojas maduras de los robles". Desde un corral cercano, un gallo inexperto anunciaba con ruinosa voluntad un día esplendoroso que, en sus primeras vertientes, nos iba a pasar desapercibido. Todo por emular a los jóvenes que, con una prodigalidad persistente y a veces excesiva, apuran la noche hasta el bostezo y, despreciando "cuanto ignoran", atraviesan en sombras la mañana. La de Grieg (Peer Gynt), que es de belleza sensitiva; y la de Muelas de los Caballeros (Zamora), que es de naturaleza virginal. Mariano Estrada
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