EL COLMENAR DE TIJERA (Tijera es un paraje de Muelas) Cuando llegaron al colmenar, al que Isidro accedió con el respeto conveniente y, por lo tanto, con la debida protección, Juan se dirigió a la colmena más próxima a la entrada y, remangándose la camisa, metió dentro los brazos y los dejó a merced de las abejas durante algunos segundos. Cinco, diez, quince, veinte... Isidro miraba a su padre desde una confianza absoluta, por supuesto, pero también con el corazón asombrado y encogido. Veinticinco, treinta, treinta y cinco... Un tiempo, en todo caso, que a Isidro le pareció la eternidad. - Ya sabes, Isidro, que con esto se me quita el reúma –le aclaró su padre, mientras sacaba los brazos de la colmena. - ¿Y no sientes dolor? –le preguntó Isidro. - Claro que lo siento... - ¿Y por qué no se te tuerce la cara? - ¿A ti se te torcería? - Ya lo creo, incluso si me picara una sola. - No sé, a lo mejor quiero hacerme el valiente... - Sí, sí, el valiente... Se quedó pensativo unos momentos y, sin dejar de mirar a su padre, prosiguió con el interrogatorio: - ¿Y por qué no se te hinchan los brazos, vamos a ver? - No lo sé, Isidro, quizás por la costumbre –contestó Juan, casi desmigando las palabras- Pero quiero decirte una cosa: las picaduras de abeja no son malas en sí, siempre que no sean excesivas. Y, lo que es más importante, siempre que no tengas alergias. ¿Tú tienes alergias, Isidro? - ¿Alergias? No las conozco ni de nombre, papá, pero, si son como el miedo, se me van a juntar con las lombrices... - Son peor que el miedo, Isidro; tanto es así que “alergia y picadura pueden acabar en sepultura”. Mariano Estrada Fragmento del relato "La importancia de las abejas"
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