AGUABLANCA (1)
EVOCACIÓN DE UN PASEO POR LA BELLEZA
Para Charo y Jose Si mi cuerpo es de tierra suspirada, cuyo alimento es un agua de frío manantial, ¿qué vegetación va a cubrirme si no es de brezo y de roble? ¿Qué sombra he de sufrir si no es víbora o lobo?
Absorto en estos rumios, me adentro en un camino de frescura que, bordeando un arroyuelo pertinaz, sonoro y transparente, me llevará hacia sus pechos montaraces por ribazos de tiempo y de belleza. En la altitud de la cumbre, y en tiempos que exceden la memoria, parece ser que Tánit se hizo nieve y, deslizando el corazón sobre sus íntimas laderas, se convirtió en el origen de este río: un profundo útero, una fuente entrañable cuyo nombre es anterior a la contaminación y quizás inaccesible a la misma. Aguablanca. Es decir, agua de virginidad, principio, diosa impúber, nieve con lienzos de verano...
Aparte del humero, árbol que es agua sobre agua, y una gama amplísima de arbustos, procelosas hierbas y plantas de flores admirables, persiste en el entorno un robledal magnífico y añoso. Una eternidad hecha madera por voluntad de la diosa y, acaso milagrosamente, salvada del diente del esquilmo que, en estos bellos montes de Velilla, se perpetró ante mis ojos impasibles y escolarizados en polvos de leche de bidón (2).
De tarde en tarde, una antigua hiedra, haciendo matrimonio con un viejo roble, cabalga hacia la luz por cascabillos, ramas, líquenes y hojas. Abajo, el arroyo no deja de cantar, mas no perturba la voz de este silencio grueso que apenas es mentido por un canto lejano de perdiz, un graznido de urraca o un zumbido de avispa: ruidos comprendidos en la paz de este paraje de feraz naturaleza, donde acaso el hombre sobra. Sobra, desde luego, el que se acerque a estas aguas esenciales y, al socaire de negras intenciones, no las tenga por blancas. Hasta tal punto lo son que Dalton no se habría confundido.
Mariano Estrada, 12-10-96
1.- Agua que, hasta el más reciente ayer, casi hoy mismo, ha movido rodeznos de molinos carballeses, de blancas telarañas y envigados blancos, donde moyuelos y harinas eran tránsitos formales de la naturaleza hacia una artesa de gozos. Sus tolvas eran trozos del paisaje; y de su vientre guijeño, giratorio y triturador, probablemente, nació el nombre de Muelas
2.- Quien tenga más o menos mi edad, podrá verse a sí mismo en una cola de batas y resignación esperando el obligado desayuno de aquella leche nutricia del colonizado subdesarrollo. Pues bien, entre purga y purga, infinitos camiones de madera...