Foro- Ciudad.com

Trozos de cazuela compartida (libro completo)

Poblacion:
España > Zamora > Muelas de los Caballeros
Trozos de cazuela compartida (libro completo)
TROZOS DE CAZUELA COMPARTIDA (1990)


PRÓLOGO DE JOSÉ LUIS FERRIS

Escribir estas palabras para un poeta que poco o nada tiene que ver con mi generación, meditar acerca de lo que, en apariencia y de hecho, dista mucho de los supuestos poéticos que nutren a los jóvenes de la última promoción lírica, podría acarrear no pocas reticencias. Sin embargo, hay verdades que van más allá de lo que ciega, palabras que nos tocan la fibra y desbaratan cualquier prejuicio estético.

Tal es el mundo que Mariano Estrada despliega en este libro. Su capacidad de evocar, de trasladar al lector a ese ámbito tan de su memoria y suyo, a esos sueños que le continúan latiendo en el alma y que ahora comparte con la misma llaneza de quien desmiga el pan tierno para darlo, esa capacidad, insisto, es su principal e innegable virtud. Pero a esto hay que añadir su puntual y acaso natural forma de trabajar el lenguaje, su gracia para no prestarse al simple juego emocional, a la trillada sensiblería, para ir más allá..., hasta el límite de la palabra nueva que funda nuevos espacios, nuevas formas de afrontar la realidad perdida, de ofrecerla y ofrecerse.

En este libro que el lector tiene ahora en sus manos hay mucho de ello, de palabra verdadera, de voz propia, de hombre auténtico que, entre otras cosas, cree en la vida y apuesta por el amor en su sentido más amplio como fórmula de salvación, como argumento máximo y esencial sin el que, ni el poeta ni, posiblemente, ninguno de nosotros, seríamos nada.

José Luis V. Ferris

PRÓLOGO DEL AUTOR.

Nací en 1947, en un pueblo de Zamora llamado Justel, cuyo censo debía arrojar un monto de 300 almas si me contaban a mí. Digo esto porque luego se redujo su tamaño en beneficio de un pueblo vecino, Muelas de los Caballeros, distante seis kilómetros contados en curva, pues allí se trasladaron mis padres echando a la carreta los enseres y los hijos en abigarrada promiscuidad.
Hurgando entre los libros de estos dos pueblos, cuyo número está por dilucidar por temor a las resultas, nadie hubiera encontrado uno solo que fuera exclusivamente de poesía, puesto que ésta se daba en retales y siempre con una brocha muy gorda. Claro que la poesía, la auténtica, estaba allí con nosotros, en el aire, en el humo de las chimeneas, en el vaivén de las mieses bajo la brisa, en el nido amoroso de los pájaros, en las bardas de los corrales, en las flores cárdenas del brezo...
Mi padre me hizo pasar por la escuela de tres pueblos distintos, porque al hombre se le había metido en la cabeza la idea de sacarme de aquella "vida arrastrada". A los doce años, ahondando más en su empeño, me llevó a la Fundación Virgen del Camino, León, que por ser un Colegio Apostólico de P.P. Dominicos, me convirtió a mí en aspirante a la Orden de Predicadores. Allí fue donde, quizás para entretener la seriedad de tan largas horas de silencio y de estudio, empecé a aficionarme a esa moza de pechos turgentes y amorosa voz que se llama Poesía. No obstante, y al ser ésta una afición con los empieces forzados, no creí jamás que pasara de ser un concubinato de circunstancias o, como mucho, un matrimonio de conveniencias. Fuera como fuere, el caso es que no había número del periódico mural del Colegio que no contuviera un trabajo con mi firma.
Tenía 17 años cuando me hice la siguiente pregunta: ¿qué hago yo aquí? A la semana siguiente, y en respuesta a la cuál, brincaba como un corzo entre las urces albares del monte undoso de Muelas, que es salvajemente poético.
Algunos meses después, saturado de paz y de aromas, me pasé al otro extremo y me fui a vivir a Madrid, donde grandeza y barahúnda me trastocaron el raciocinio y éste me llevó por el camino de la técnica, desoyendo los vagidos latentes de mis pacatas inclinaciones literarias. Así que me acabé matriculando en la Escuela de Aparejadores, acordando que mi espíritu se alimentara en el campo realmente bello de la geometría descriptiva, entre otros. Hacia el final de la carrera, sin embargo, volvieron a atacarme los brotes en retoño de la Poesía, mi relegada señora. Fue entonces cuando gané un concurso convocado por la Residencia Universitaria San Fernando, cenit y orgullo de la Obra de Auxilio Social, y precisamente con un poema titulado Vocación, que, sorprendentemente, infundió en el jurado no pocas sospechas de plagio. Pero yo volví de nuevo a la infidelidad, practicando abiertamente el olvido. Tanto fue así que, en un rapto amoroso, regalé lo más palpable del premio: la Obras Completas de Vicente Aleixandre.
A principios de 1973 me trasladé a Villajoyosa, Alicante, donde me puse a ejercer la profesión denodadamente y sólo de uvas a peras me acordaba de la que era realmente mi novia: la Poesía. Pero no hubo manera de que ésta, que había sido tantas veces desdeñada, se acabara alejando de mí. Al contrario, con el transcurso del tiempo y en medio de los avatares rutinarios de la vida, acabó por nacer de verdad, y en el año de gracia de 1984, tomó la forma de un libro: Mitad de amor, dos cuartos de querencias. En el 86 publiqué El cielo se hizo de amor y en el 87 Tierra Conmovida. Otros títulos guardo en un cajón en espera de que surja una oportunidad para ellos.
Trozos de cazuela compartida es una clara constancia de las huellas que me ha dejado la tierra, mi tierra. Otra son las señales que una hoz me ha dejado en las manos.


NOTA DE LA SOLAPA.

Con el libro Tierra Conmovida yo creí haber desterrado unos sueños que siempre me han latido en el alma. Sin embargo, parece ser que los sueños, al menos los que tienen unas raíces tan hondas, no se pueden desterrar por las buenas. Lo que hice en realidad fue proyectar en el papel una imagen de los mismos que, como la fruta madura, tenía vencido su tiempo. Pero el sueño es el árbol y las imágenes se reproducen. Hoy tengo en el alma los mismos sueños de entonces. Ellos han originado esta nueva cosecha que, bajo el título Trozos de cazuela compartida, complementa la anterior, para mi propio solaz y acaso para el deleite de algún remoto lector, bendito sea. Y digo que la complementa, no que la abunda. No creo que haya un tema que se repita, aunque fuera desde una perspectiva diferente. Lo que he hecho, aparte de redundar en el amor, es rellenar las lagunas: había demasiados raleos en el sembrado (la propia siembra era uno), los cuales he tratado de cubrir con el objeto de dar a estos pagos una visión más próxima a la realidad en que están o en que estuvieron. Sé que nunca llegará a aproximarse del todo. Me conformo con que las calvas no sean tan significativas como para hacer desmerecer esta sinopsis, ciertamente poética, de una idiosincrasia que es lo que es, fue lo que fue y vale lo que vale.
M.E. 29-10-90



A MI TIERRA

A la tierra en que nació mi corazón
y mi alma tuvo conciencia
de la tribulación de unas gentes
que a mí me hicieron feliz.

A esa tierra le canto,
porque de ella brota el agua
de mi eterna sed,
y la constante memoria de unos hombres
que dejaron en mis ojos estas cosas:

“La risa es necesaria
para que el alma respire.

El corazón es más fuerte
que el hambre de la boca.

La palabra es corazón y es alma.
Quien la da reconoce a los hombres,
quien la incumple o la niega
comete adulterio de sangre.

Se puede malvivir sin alimento,
pero con falsedad sólo viven las mulas.

Por encima del corazón
tan sólo pasa un hambre de muerte.

Donde hay hombres que ríen,
aunque falte el pan, hay vida”.


TROZOS DE CAZUELA COMPARTIDA

A mi madre,
que hizo posible la cazuela.


Quien haya estado al fuego de un madero
hilando corazón, ceniza y brasa,
¿adónde mirará sino a la casa
que vive en los vapores de un puchero?

¿Adónde mirará sino al caldero
que cuelga de la noche por un asa?
¿Y qué recordará si no traspasa
los muros, los balcones, el alero?

Yo vuelvo a la niñez por el sendero
del gato, del vasar, de la tenaza...,
testigos del amor y de la vida.

Y vuelvo a ser feliz junto al leñero,
hilando humanidad con pan de hogaza
y trozos de cazuela compartida.


SUEÑO.

Vuelve el fuego a encender la chimenea
de la vieja cocina abandonada.
Vuelve el lustre a las hoces y a la azada,
vuelve al pozo el caldero y la polea.

En las calles humildes de la aldea,
donde puso el silencio su calzada,
se ha erigido una voz ilimitada
que en los pies de los niños corretea.

En los ojos del hombre se percibe
una luz ancestral que lo ilumina,
un destello feliz que lo transforma.

Es el sueño de un alma, que recibe
su legado de paz, su medicina
y el zapato a medida de su horma.

LA SEMENTERA

A mi padre,
de cuya imagen he tomado los movimientos


Con mano pendular, sincronizada
al ojo, al corazón y a la rodilla,
el hombre desparrama la semilla
del trigo, del centeno o la cebada.

La tierra está dispuesta y abonada
en toda su extensión, de orilla a orilla;
y espera, como hembra, la mancilla
del hombre, del arado, de la azada.

Y ya cuando se siente penetrada
y el vaso de su vientre se desborda
adquiere su razón la sementera.

Entonces quedará sacralizada
en una espera húmeda que engorda
su carne para hacerse primavera.


LA HORNADA

Sobre el fondo desnudo de la artesa,
bajo un lienzo que alarga su blancura,
hay un sueño de pan con levadura
que redime a una masa muy espesa.

En el horno hay un rojo de frambuesa
que trasciende de llama a calentura.
A su lado una mano configura
el formato del pan sobre una mesa.

Y después de la forma, con esmero,
una pala de amor lo deposita
donde el fuego lo inunda y lo transforma.

Sólo queda esperar junto al apero
la explosión en que el pan se precipita
y la hogaza que tiene como norma.


POR AMOR.

En el vientre desnudo de esta tierra,
por los dioses jamás favorecida,
he empeñado mis manos y mi vida
con la fe del amor, que nunca yerra.

Y no voy a negar que me ha pesado
la presencia obligada del tocino,
el remiendo abundante, el poco vino,
la inclemencia del tiempo y del arado.

No lo niego, lo abundo y corroboro:
me ha pesado esa cruz como una losa
y a menudo caí desfallecido.

Pero supe apoyarme en el tesoro
del amor prolongado de una esposa
y del fruto que de ella he merecido.


LA HIJUELA

Partíos mi ración sobre la herencia,
que yo no quiero cuenta ni techado;
nací como la luz, iluminado
y vivo sin cuidado a la inclemencia.

Dejadme caminar con mi querencia,
que a ella como un perro estoy atado;
vosotros repartíos el legado
y no os hagáis cargos de conciencia.

Sabed que mi alimento es el camino,
mi sueño un atracón de primavera,
mi dios la soledad junto a las flores.

Y no es una actitud, es un destino,
un trozo de verdad, no una quimera,
latidos de la sangre, no tambores.


ANTIGUOS MIEDOS

A mi abuelo,
Progenitor de mis miedos


El alma se me agita en los cajones
del viejo aparador de rinconera.
Antiguos miedos y tan larga espera
me encienden el tizón de las pasiones.

Misterios, magias, libros de oraciones,
pavesas vagas de una ardiente cera...
¿Qué busco? No lo sé, la antigua fiera
que siempre me esperaba en los rincones.

Mi mano, saturada de ficciones,
opone la razón a la quimera
y ataca en su terreno a los leones.

Y abiertas en canal las ilusiones
pregunto en el confín de la madera:
¿adónde estáis, espíritus burlones?


“QUÉ POLVO TIENE EL CAMINO...”

Ha cerrado sus puertas el molino
que a la vera del río regentaba
una dama vetusta y afamada
por el polvo gozoso del camino.

Molinera de pan, cuyo tocino
traspasó en una copla la hondonada;
que llegó a la ciudad y fue cantada
por juglares de canto y dame vino.

A la buena mujer, cuyo destino
fue pasar por los años empolvada,
se le echaron las cuentas: era honrada.

No hay un hombre, foráneo ni vecino
que atestigüe maquila más reglada
ni más polvo que harina, ni más nada.


LA SIEGA DE LA YERBA.

Lucía una cornamenta
torcida, pitón.serrada,
que le iba dando en el muslo
por el camino del alba.
Llevaba dentro dos piedras:
la dulce y la esmerilada.
Al hombro el filo curvado
de la guadaña.
En una mano el botijo
y la fardela a la espalda,
con la figura del hambre
y el surtidor de la parra.
En la cabeza los piensos,
el aguardiente en el alma...

Voy a los prados, morena,
voy a las yerbas, salada.
Voy a beberme el rocío
de la alborada.

La yerba se hace baraño
con el sudor de la cara.
Un sol antiguo, muy duro,
trae una fuerza muy plana.
Afila, siega y afila,
vuelve a afilar y... ¡descansa!
¡Que alivio un trago de vino
en el final de la escarcha!

Voy a las yerbas, morena,
voy a los prados, salada,
Voy a bañarme en el río
de la solana.

Un arroyuelo de mimbres
discurre por la hondonada.
La sombra viene del cielo
para beber junto al agua.

- Provecho para el que siega.
- Salud para el que esparrama.

La tarde mira hacia el pueblo
con una sombra cansada.
La yerba duerme de un lado,
del otro duerme la cama.


LA SIEGA DEL PAN

A Tere, con quien he compartido la hoz.
A Charo, que puso siempre la risa.

En los carrascos del teso,
que abundan en abuyacas,
tienen su vasto concierto
las chicharras.

Abajo, junto a los chopos,
está el concierto del agua.
Entre los dos, la pendiente
con una alfombra de paja:
paja de trigo o centeno
paja de avena o cebada.

El sol que dora la espiga,
bruñe, castiga y aplana.

Por la ladera, esparcidos,
sombreros, hoces y agallas.
cinco cuadrillas de a seis,
treinta camisas sudadas.
Cuatro las sudan las hoces,
una engavilla, otra ata.
Sesenta surcos de ahecho,
tres caballones por barba.

Sólo al final de la mano
se abre un procinto de calma;
hay quien lo adoba con vino,
hay quien lo riega con agua.
Bien se merecen un trago
la hoz, el lomo y la paja.

¡Que haya salud!, grita el aire
desde una cemba rayana.

Lo mismo digo: ¡que la haya!
Que haya salud, que haya vino,
que haya paciencia y baraja.

Por las roderas del viento
corre una brisa que canta;
un segador le ha prestado
la voz, el fuelle y el alma.
¡Que bien parece esa copla
sobre este son de chicharras!
De las choperas del valle
sube el graznar de una urraca.

- Ya estamos todos, hermanos.
- A ver si vienen las viandas.

Del mediodía al ocaso
hay una cuesta empinada;
la tarde es todo largueza,
la noche es todo tardanza;
la tierra toda manojos
que tras el sol se embornalan.
Y cuando se abre la luna
es todo prisa, no pausa.
Prisa en los ojos que miran,
prisa en el tiempo, que pasa;
prisa en la estrella que cae,
prisa en el gallo que canta.

El día empieza de nuevo.
nadie es más gallo que el alba.


LA TRILLA

Bajo la cruda justicia
que el sol imparte en las eras,
el trillo arrastra en redondo
sus duros dientes de piedra.
Del trillo tiran dos vacas
y de las vacas la inercia.
Un hombre lleva a sus rabos
una guiada y dos cuerdas,
una banqueta, una pala,
una actitud soñolienta...

¡Que nubarrón de sopores!
¡Qué eternidad, cuántas vueltas!
¿Adónde fijo los ojos
para que no se me duerman?

Dos batallones de rabos
se abaten sobre sus dueñas;
las moscas, que quieren sangre,
en el empeño no cejan.
En torno todo es solana,
mañizos, parvas y medas;
el carro para hacer sombra,
sombreros en las cabezas.

La trilla es una gran cama
donde los ojos se cierran.

Ya se han cerrado del todo,
ya se han rendido a la siesta;
ya lo barrunta esa vaca
con su boñiga más tierna.

¡Que caga! –zumban mil voces
como en un grito de guerra-

Un arrebato de furias
se va a la pala, no llega...
El oloroso invitado
ya ha traspasado la puerta.
La bosta engrosa la trilla
con sus mejores esencias.

- Ya no hay remedio. compadre,
de aquí pa,lante ten cuenta.


SEQUÍA.

Los caños de los pilones
no tienen agua.
La nubes pasan muy secas.
Si el cielo no nos acorre
¿qué beberán nuestras bestias?

¡La lengua!

Cuando las aguas fluían
bebían mundos en ellas:
jumentos, vacas, caballos,
hidropesías, acequias...

Y algún borracho que otro
ponía el vino a la fresca.

Cuando los chorros son chorros
las aguas fluyen y juegan:
de los pilones al caño,
que tiene un alma sedienta.
El caño llena las pozas,
las pozas riegan las vegas.
Pero si el caño está seco
¿qué beberán nuestras berzas?

¡Los ayes!

¿Qué comerán nuestros cerdos?

¡Las quejas!

¿Y los que somos sus dueños?
¡Decidme!

¡La sal que tienen las penas!

Orad, entonces, conmigo:
¡que llueva!

¡Que llueva!

Desagraviad a los dioses
del paladar y la lengua.

¡Loados sean!

Abierta quede la espita
de las bodegas.

¡Hasta las heces abierta!

Puesto que así lo queréis,
no hay más que hablar: ¡así sea!
¡que quien se moje por dentro
se empape luego por fuera!


LA PARVA

Enhiesta sobre la era,
la parva espera.
No hay viento.

El sol aprieta.

Debajo de la carreta
está extendido el almuerzo.

¡Dejad el bieldo!
¡Comamos!
Si sopla el aire, limpiamos,
si no, sacamos
el cuelmo.

Desparramad los manojos
de centeno.
Bajo la meda de trigo
está el manal escondido.
Ayer le puse otro pértigo.

Pasa la bota y... ¡que corra!
Coloca bien la manzorra
y luego acabas el resto.

Del otro lado del monte
viene una brisa gimiendo.

¡Coged el bieldo!

En el montón de la paja
no sólo el hombre trabaja:
también el niño y el viejo.

Si cambia el aire ¿qué hacemos?

Cambiáis la mano.
Lo que no cambia es el grano,
que es más pesado que el viento.

Ya hay tres montones
de paja:
grande, mediano,
pequeño.
De grano hay uno, en el medio.

Grano y ... granzones.
El aire ha dicho que nones
y se han quedado en el muelo.

Deja la pala.
Trae la ceranda más rala,
que está arrimada al sobeo.

Entre el garbillo, negruzcos,
asoman dos cornezuelos.
Más que negruzcos son negros.
¿Quién quiere verlos?
Por los entornos del grano
discurren los barrederos.

El muelo se hace merienda,
como una ofrenda
del cielo:
jamón, chorizo, pizpierno...

Después la tarde se inclina
y el hombre, a golpe de hemina,
enfarda cuentas y sueños:

Para seis cargas colmadas,
dos celemines y medio.
Si no se pria el que queda
por acarrear, o en la meda,
se nos revienta el granero.

Buen año nos ha salido
en paja, grano y ... diviesos.


LIBORIO

A Lisardo,
que siempre me ha inspirado ternura.


La tarde tiene colores
de laxitud y desgana;
pero el deber, que es muy duro,
doblega el lomo y... trabaja.
Quien tiene tierras, la tierra,
quien tiene ovejas, la lana;
con la razón de los cuerdos
nadie se atreve a la holganza.
Pero no todos son cuerdos,
algunos hay que son mandrias,
pamemos, tontos del bote...
Por ellos rompo esta lanza.

Jacinta, la del Codeso,
está arrancando una mata;
la voluntad le rebosa,
pero la fuerza no es tanta.
En esto llega Liborio
por el carril de las cabras,
y ¿qué es lo que hace? Se sienta
para ejercer de miranda.

- De dónde sales, Liborio?

- De por detrás de esas zarzas.

No hay más silencio en el mundo
que el que siguió a estas palabras.
Sólo la azada se oía
como un lamento del alma.
Liborio, desde su trono,
tranquilamente miraba;
casi una hora mirando
y con la boca cerrada.

- ¿Qué miras, Tonto del Bote?

- Lo que los ojos me alcanzan.
Y por lo visto hasta ahora,
llega la noche y no acabas.

- Acaba tú por mi cuenta.

- Haber traído las vacas.
Esta raíz es más honda
que el colagón de las nalgas.
Tú la has dejado crecer,
a ti te toca arrancarla.
A más, quien tiene un marido,
tiene también una espalda;
en ella tienes remedio
y no rogando a las ánimas.
Deja que pase la tarde,
respira un poco, descansa;
de noche mira la luna
y que él la arranque mañana.
No es bien que pidas favores
al primer tonto que pasa.

- No sé las cosas que dices
de dónde diablos las sacas;
los que te tienen por tonto
¡qué diametrales se andan!

- Por tonto tengo esta bula,
por listo no me la daban.
Lo que yo diga no vale
poco ni mucho ni nada.
Aquí me tienes, sentado,
mirando como trabajas;
a nadie, que sea listo,
se le consiente esta gracia.
¿Qué tú me pides ayuda?
Yo te la niego y ... se acaba.
Puedes mandarme a la mierda
y yo a una mierda más larga.
Si no la hubieras dejado,
no había crecido esa mata;
hoy ya no puedes con ella,
pues, oye, ¡jódete y baila!
Entiendo que te relinche
el percherón de la rabia;
lo entiendo tanto que, mira,
casi me duele en el alma.

- Entonces ¿vas a ayudarme?

- Ya te lo he dicho: “nequaquam”.

- Diez duros tienen la culpa.

- Ni aunque los riegues con lágrimas.
Y dicho esto, me marcho,
que aquí no pinto ya nada...

Es privilegio del tonto,
cuando la linde se acaba,
seguir las huellas del tiempo
por los carriles del agua.


ROMANCE DEL PERRO DESVENTURADO

Siendo una hora imprecisa
de una mañana cualquiera,
un perro desventurado
olisqueaba a mi puerta.

- ¿Qué haces aquí, perro tonto?

- Ando buscando a mi perra.
Mi perra blanca, lanuda,
con arrequives y perlas;
vestida toda de largo,
muy rozagante, muy bella.
Tiene un lunar en el pecho
y un corazón y una estrella.
Por el lunar sabe a noche
cerrada como tiniebla;
la estrella tiene una cola
y el corazón una flecha.
Puede que tú la hayas visto,
puede que pronto la veas.
Sus ojos son como auroras
que amasan pan de cerezas.
Abre la boca con gracia
y tuerce un punto la lengua.
Tres días llevo buscando,
tres largas noches sin verla.
Mi corazón está herido
con una herida muy densa.
¿Adónde irán estos ojos
dolientes como tristezas?
Temo que un perro la engañe
con gullería y zalemas;
o que la arrastre un mal viento
donde jamás la devuelva.
Los perros somos olfato,
instinto, naturaleza,
y ella es un chucho inocente
que tiene el celo a las puertas.

- O yo ando mal del oído
o estaba hablando esta bestia.
¿Cómo es posible que un perro
pueda contarme sus penas?
Sin duda tengo en las mientes
historias, cuentos, leyendas
de lengua periclitada,
de antigua prosopopeya.
Vete de aquí, perro tonto,
vete a buscar a tu perra.
Yo he visto a una en la fuente
muy rozagante, muy bella;
vestida toda de largo,
con arrequives y perlas;
con un lunar en el pecho,
un corazón y una estrella...
... ¿Adónde vas, perro tonto...?
También tenía una... ¡espera!

Siendo una hora imprecisa
de una mañana cualquiera,
un perro desventurado
olisqueaba a mi puerta.
No quise echarlo a pedradas,
mas le ordené que se fuera:
Vete de aquí, perro tonto,
¿qué haces oliendo a mi puerta?
Venía yo de la fuente
con mucho sol y agua fresca.


IMPRESIÓN DE MUELAS

Entrando por los Carriles
se llena el alma de Muelas.
En una punta el Piñedo,
en otra punta la Iglesia.
Un mar azul de pizarra
con las fachadas de piedra.
En medio, como vígías,
dos colosales choperas:
una que espera de frente
y otra detrás, pero espera.
Más esquinado hacia arriba
el barrio de Matalera:
todo un verdor de castaños
que vierten sombras muy negras.
A mano izquierda el Cheriz,
al otro lado la Vega.
Y allá en el fondo el Fenal,
casi jardín, casi selva.

Al descumbrar los Carriles
se van del pecho las penas.
Es como entrar en el día
tras una noche sin tregua;
todo un instante de gozo
que se abre a cosas eternas:
una panchuga, una mora,
un cucumillo, una yesca,
un chorro espeso de risa,
un chapuzón de agua fresca.

Al descumbrar los Carriles
¡cuántos recuerdos regresan!
Los toyos, las cacaforras,
los bruños, las lichariegas;
una panzada de puerros,
un atracón de acederas...
Es como entrar en los claros
de un alba de primavera.
¡Cuánta verdad, cuánta savia
vuelve a correr por las venas!

Entrando por los Carriles
o entrando por la Fusera,
al columbrar tanta vida
¡qué plenitud más completa!


NOCHES DE SAN JUAN.

El vidrio de las bombillas
padece el mal de la piedra.

¡Echadle el tranco a la puerta!

La noche, como no hay luna,
es una pura tiniebla.

¿De dónde viene esa risa
que son las dos y no cesa?

Del callejón de los gatos
que tiene plaza en la Iglesia.
Allí se juntan los sueños
de los que emulan las yedras.

¿Has condenado la puerta?

El pregonero ha anunciado
que las bombillas revientan.
(Pues, mire usted, es bien cierto;
no había caído en la cuenta)
Que si los aires no cambian
habrá que hacerse a las velas.

Ya son las tres y no hay tregua.

Los sueños de los amantes
están haciendo escaleras.
Algunos llevan un ramo
para prender en las rejas,
pero otros cavan más hondo
y van pensando la tierra.

Por eso es negra la noche.
¡Por eso es negra!

Ya son las cuatro del alba
y en el reloj hay alertas.
La araña de las paredes
está tejiendo su tela.

Si no hay bombillas, alcalde,
habrá linternas.

Se encienden todas las luces
y se desata la guerra.

¡La guerra, hermanos, la guerra!

Un palo, alguna pedrada,
un palancazo en la testa.
Hay quien empispa los perros,
hay quien dispara escopetas,
hay quien empuña cuchillos
con una mano sedienta.

¿Quién quiere sangre? ¿quién quiere?
Sólo el silencio contesta.

La noche vuelve a su sombra
deshabitada y serena.
A salvo queda el tesoro
florido de las doncellas.

Han ahuyentado a los mozos,
las mozas bien lo lamentan.


¡QUÉ PENA!

Qué pena tengo en los campos
rendidos a la maleza.
Qué pena tengo en las hoces,
qué pena tengo en la siembra.

Y en los caminos truncados
¡qué pena!

Qué pena tengo en los surcos
borrosos de las roderas;
y en las sonatas del carro
y en el jaez de las yeguas.

Y en las veredas del río
¡qué pena!

Qué pena tengo en los ojos
de remirar tanta ausencia:
manales, zachos, traíllas,
bigornias, entalladeras...

Y en los olores del heno
¡qué pena!

Qué pena tengo más honda
en el hondón de la huerta:
tomates, habas, cebollas,
patatas, ajos, cerezas...

Qué pena y pena más grande.
¡Ay, ay, qué pena!

Del pozo que daba el agua,
del agua que era tan buena.
Y del caldero herrumbroso
que aún pende de la polea.




EL REMEDIO.

- Madrugas mucho, Justino,
no se te pegan las mantas.

- Pues tú me vas por delante,
Genaro, que al rabo no andas.
Aquí el que no corre vuela,
como ha de ser y Dios manda.
Es el remedio del pobre
para pechar con la carga:
de noche hacerse gallinas
y con los gallos ser alba.

- Otros madrugan muy menos
y a pleno sol se levantan.

- Pero esos, como tú sabes,
tienen cocidas las habas.
Los unos porque son curas,
las otras porque son amas,
y los demás por ser médicos,
veterinarios o guardias.

- Algunos hay que son vagos.

- Pero esos bien que lo pagan.
Los que además de ser pobres
les damos pienso a las vacas,
ramajos a las ovejas
u ordeñamiento a las cabras.
Los que llevamos a hecho
todo el quehacer de la casa
y luego echamos al hombro
el azadón o la pala,
¿qué otro remedio tenemos
que ser más gallos que el alba,
más anteriores, más previos
que el velo de la mañana?
¿Qué otro remedio, si aún éste
a duras penas nos salva?


EL CULEBRO Y LA VACA.

Bajo la cemba del prado,
por donde corre la madre,
maté un culebro, María,
¡mira qué grande!

Yo estaba medio espurrido
al zumbo de unos zarzales,
abandonado a unas cuentas
que de tan claras no salen.

En esto escucho un silbido,
echo un vistazo, no hay nadie;
la vaca al fondo, muy sola,
y yo avizor a esta parte.

No se oye más en el prado
que los zumbidos del aire;
así que vuelvo a los rumios
por los que andaba endenantes.

Pero la vaca se enerva,
levanta el morro, no pace;
¿qué es lo que pasa, Garbosa?
¡Ay, ay, ay, ay! ¡Miserable!

Era un culebro, María,
nuestro presunto ordeñante;
sentado sobre su cola,
erecto, todo gaznate.

Le eché la mano a la gorja,
bien ocupada en el trance,
y lo afogué en un latido
de la pasión y la sangre.

Aquí lo tienes, ¡qué lomo
para adobar con tomate!
La leche que nos birlaba
nos la devuelve hecha carne.


EL BURRO COMO METÁFORA

Con el jumento a su rabo
Benito va por la calle.
Al banco de los mirones
tan sólo van holgazanes.
Ambrosio es largo de lengua
y sin querer se le sale:

- ¿Adónde llevas el burro?

- A las pradizas, que paste.

- Como esa vida que él lleva
¡quién la llevara, compadre!
Sin brega, palo ni arenga,
la andorga llena y de balde.
¡Quién fuera burro y, como él,
le diera boches al hambre!

- Ninguna ley con justicia
prohibe a un hombre que ande
a cuatro patas, si quiere,
a cinco incluso, si sabe.
Afanes como los tuyos
son relativos afanes,
porque el oficio del burro
sin aprenderlo se sabe.

- Según se miren las cosas.

- Están miradas ecuánimes.

- A mí me dice el caletre
que el rebuznar es un arte,
que el diente debe ser largo,
la oreja debe ser grande...
Y en apetencias del buche
el asno tira al forraje.

- ¿En qué quedamos, entonces?
¿Quieres nadar sin mojarte?

- Quisiera holgar como el burro
pero entre mazas de carne.
¿Qué no es posible? Ya veo
que no es asunto muy fácil.
Y, pues peculio no tengo,
no tengo más que aguantarme.
Donde termina la linde
sanseacabó... y a otra parte.
Descargue el burro en las yerbas
sus apetitos asnales,
que yo me voy con los piensos
a los bocados del aire.


FONTIRÍN

A Patricia y Daniel,
porque en el río han amado a la naturaleza.


- ¿Adónde vas, Fontirín,
por esa hondura tan fresca?

- Voy a prestarle las aguas
al Negro, al Tera y al Esla.

- ¿Y ese ropaje que luces,
oscuro verde de humero?

- Es mi vestido de gala
para soñar con el Duero.

- El Duero, agua inocente,
no es río para soñar.
No tiene ya enamorados
que quieran irlo a mirar.
Es haragán, está sucio
y no se quiere enmendar.

- Mis aguas van a un destino
que yo no puedo burlar.
Si el Duero es mi purgatorio
es que mi cielo es el mar.


TRISTEZA.

Porque las rabias del Duero
quedan en Soria,
Zamora es calma.

El Duero tiene en Zamora
serena el agua.

Serena y triste ¡qué pena!
Y abandonada.
Sin besos de enamorados
y sin palabras.


MI CORAZÓN.

Mi corazón está atado
al aldabón de la puerta;
paciente como una mula,
callado como una piedra

¿A quién espera?

A nadie.
Tan sólo sueña.

Los fríos no lo entumecen,
los vientos no lo cimbrean.
Está montado en sus años
y no le duelen las piernas.

¿De qué se nutre?

Del aire.
De la más pura inclemencia.
De los templados calores
de la inocencia.

Mi corazón es el sueño
de una verdad de las buenas:
la juventud sin dinero,
la cuna, la adolescencia,
el hombre con la palabra
y no tan sólo la lengua.

Por eso tengo amarrado
mi corazón a la puerta.
Aquí viví con los hombres
una verdad sin caretas.

Y... ¿qué hay más cierto que el sueño
de una verdad que es eterna?


ÁRBOLES

- Han transcurrido los años
y ya no estáis a la moda.
Nogales, fresnos, castaños...
¡Necesitáis una poda!

- Cómo nos duele en las ramas
este terrible abandono,
este sabor del olvido:
hacha, cariño y abono.


RESPETO.

De aquí sacaron la piedra
con la que hicieron la casa;
aquí templaron sus gozos,
aquí vertieron sus lágrimas.

Vosotros, los herederos,
abrid los ojos del alma.
No profanéis esta tierra
porque esta tierra es sagrada.


CARGA.

Yo llevo el hambre en la alforja
y en el zapato el camino;
la sed la llevo en el alma,
la soledad en el vino.

La grupa de mis lamentos
es un caballo asesino;
mi carne son las heridas
y mi dolor el cuchillo.


EMBESTIDAS, MORDISCOS
Y PICADURAS

A Rosa,
en cuya sangre se ceban los mosquitos.

Mira una vaca ¡qué susto!
¡qué miedo, mira una víbora!
Decidme, sustos y miedos:
¿quién desplumó a las gallinas?

¡La zorra!

Quien tenga piernas que corra,
yo voy volando en la brisa.

¿Quién ajagó a las ovejas?

¡El lobo!

Entre mordisco y adobo,
sólo ajagó a las merinas.
Las churras, como eran viejas,
quedaron para cecina.

Lagarto, mira esa araña
y no la pierdas de vista.
En esta parte de España
quien no te muerde te pica.

Puede picarte un pimiento,
un escorpión, una avispa;
puede morderte una yegua,
un burro, alguna vecina...

El perro muerde si ladra
y si no ladra, mastica.
El que no muerde es el toro,
pero ay de ti si te mira.

¿Adónde vas sin zapatos?

Voy a coger lagartijas.

En el envés de las peñas
sestean las sabandijas.

¿Hay alacranes?

A veces.

Cuando depongas las heces,
cuidado con las ortigas,
los cardos, las zarzamoras,
los toyos y las gatinas.

Hay otros dientes menores,
otros picores
que pican:
mosquitos, moscas, erizos...
En los castaños pellizos,
en los rosales espinas.

¿Hay más picor en el mundo?

La sarna.
Pero esto aquí no se estila.
Son de mentar las cebollas,
los ajos y las guindillas;
los puerros, los sabañones
y algunas otras cosillas:
el pimentón, por ejemplo:
capón, chorizo, morcilla.
Y el humo denso de leña
que sale de las cocinas.


ALMAGRE.

- Almazarrón, ocre rojo,
barro de la barranquera.
De ese color que tú tienes,
si te hago adobe ¿qué queda?

- Puede quedar una casa
coloradita, muy bella;
porque el color que yo tengo
es un color de la tierra.

Pero no me hagas adobe
porque en mis sueños soy hembra:
herida, tinte de labio,
ardiente brasa de leña.

Hazme pintura, pintor,
para extenderme en tu tela.


EL BURRO Y LA TAPIA

La tapia tiene un boquete
por donde el burro se escapa.

Ponle unos palos,
ponle unas zarzas.

Allí las sombras son frescas
y tiene yerbas a esgaya

¿Por qué se escapa?

Hay que ponerle unos palos,
hay que ponerle unas zarzas.

Las zarzas todas las quita,
los palos todos los salta;
los grillos todos los rompe
y siempre arranca la estaca.

Quizás le pique la mosca.

Lo que le pica es el alma.

Del otro lado del aire
hay una burra que canta.

Entonces es burro suelto.
¿A qué cerrarle la tapia?


LOS ANIMALES DEL CURA.

El gato del señor cura
padece la calentura
que le produce el moquillo.

Pon atención, monaguillo:
para evitarle el calvario
procura un modo sencillo.
Que venga el Veterinario.

“¿Cómo pasar el cepillo
si no se toca al rosario?”

El loro del señor cura
padece la calentura
que ya sufriera el canario:
llamado el Veterinario
por no sé qué tabardillo...
... ¡Pobrecillo!

Valga decir, hubo entierro.

Igual pasó con el perro.

Pues ya lo sabe, señor,
para una vida mejor
quite a su vaca el cencerro.


ESQUILEO.

Tijeras y trasquilón.
Cuanto mayor es la oveja,
más abultado el vellón.

Las unas van con esquila,
las otras con esquilón.
¿A quién le toca el borrego?

Lo haremos al alimón.

Tijeras las que yo traigo
para esquilar al marón.

¿Quién las afila?

El herrero,
que sabe de afilador.

La del badajo de hueso
tiene un cencerro tolón.
¿A qué te suena ese ruido?

A hueso sobre latón.

Por donde pasa la lana,
también discurre el calor.
La borra ¿para qué sirve?

Para atacar un colchón.

Tijeras y trasquilón.
La oveja queda desnuda,
desnuda, como el amor.


GALLEAR.

Cuesta balesta.
Te pongas como te pongas,
la cosa es ésta:
al gallo que tiene agallas
le crece el pico en la cresta.

Qué propios los espolones
para exhibir en la fiesta.
Las plumas, los pantalones
y los botones
de muestra.

¡Cubrid la apuesta!

La pongas como la pongas,
la tienes puesta.

El gallo canta que canta
y la gallina contesta:
¡car, car, poner...!

Al fin y al cabo, mujer.
¡Qué bien se presta!


SI VAS A ASAR CASTAÑAS.

Si vas a asar castañas
lleva un mechero;
las pones en un toyo y
le prendes fuego.

Tan pronto se consuman
las llamaradas,
sin más aditamento
ya están asadas.

Jamás se ha visto cosa
tan bien medida;
aquél que la ha vivido
ya no la olvida.


LEY DE VIDA.

Mi mula y yo vamos juntos
por el atajo.
Yo voy arriba,
ella va abajo.

Así es la ley de la vida:
la mula siempre debajo
y el dueño arriba.

Por esa simple razón,
maestro, pon atención:

Para evitar un traspiés,
no pienses nunca al revés.
Las cosas son como son.


MI PUEBLO.

Éste es mi pueblo:
doce casas arriba,
catorce abajo,
veinte en el medio.

Venid a verlo.
Es tan bonito
como pequeño.

Arrimado a las puertas
hay un madero:
es el trago de vino,
es el tocino
y el parlamento.

Es la almohada, el remanso,
es el justo descanso
para el viajero.

Venid a verlo.


LAS SOPAS.

Con el ocaso,
es la noche quien viene
pasito a paso.

Son esas horas
en que al par del ganado
vienen las sopas.

¿Muchas o pocas?

Una cazuela
que las haga calientes
para ir afuera.

¡Ajo y canela!
Tú la quieres de barro
de Pereruela.


VINO DE VIDRIALES.

- Vino de Vidriales
que a tragos bebí,
si el suelo era llano
¿por qué me caí?

- ¿A quién le preguntas,
hermano infeliz;
yo soy una cuba,
un odre, un barril,
un jarro, una bota,
un trago sin fin...

- Ya sé que eres uva
de espléndida vid,
de atávica cepa,
de noble raíz.
Por eso, compadre,
me cabe decir:
Vuecencia, don Vino,
¿qué has hecho de mí?


POR LA CALLE ABAJO.

Por la calle abajo,
por la calle arriba,
una vez y otra,
¿dónde va la niña?

A las fuentes claras
de mi tierna vida,
donde está la flecha
del amor metida.

¿Y qué flecha es ésa
de tan honda herida?
Todos los preguntan,
nadie lo adivina.

Son los ojos tiernos
de alguien que me mira;
alguien que es más claro
que la luz del día.

Por la calle abajo,
por la calle arriba,
con sus pasos cortos,
con su larga risa.

Y en el punto medio
de la calle misma,
un muchacho esconde
su mirada tímida.

¡Si él supiera que ella
sabe que la mira...!
Pero no lo sabe.
¡Ni aun se lo imagina!

Por la calle abajo,
por la calle arriba,
vueltas y más vueltas,
viene y va la niña.


AGUJEROS NEGROS

De noche, yendo a tu casa,
miré a las sargas del cielo.
¡Cuántas estrellas había
entre lucero y lucero!

Cuando llegué a tu ventana
la noche toda era un velo;
tú sujetabas la luna
al alfiler de tu pelo.

Después, ahondando el espacio,
nos olvidamos del tiempo.
En el confín de tus ojos
vi un agujero muy negro.

De mí tiraba una fuerza
muy anterior a lo eterno,
que me plegó a su dominio,
todo de luz, todo centro.


AIRES CON VUELTA.

Aires que vienen con vuelta
¡malditos aires!

Dale al manubrio, muchacho,
pero no cantes.

No cantes más esas coplas
ardientes como vestales,
que a ti te abundan los fuelles
y yo no quiero quemarme.


HABLADURÍAS.

De lo que hable la gente
no te hagas eco.
Son cosas vanas.

La cotilla es un fleco
tras las ventanas.
Viento en las ramas.

Que si me quieres,
al amor van los hombres
y las mujeres.

Y si me adoras,
se unirán los señores
y las señoras.

Pero si me amas:
¿qué más da que hagan ruido
las avellanas?


CAMINO VANO.

Camino por un camino
de polvo extenso,
de polvareda.
El aire que la levanta
me da en los ojos
y me los ciega.

Camino por un camino,
por un atajo,
por una senda.
El aire que da en las ramas
me nubla el paso,
me da con ellas.

Camino por un sendero
de lluvia y lodo,
de curva y vuelta.
Me cansan los zigzagueos,
me pesa el barro,
los pies me pesan.

Camino por ir a verte
el día todo,
la noche entera.
La noche pasa y camino
por días nuevos
con noche eterna.

Que voy andando a tus ojos
a monte abierto,
camino y senda.
Pero tus ojos son trampas
de polvo y aire,
de lluvia y tierra.


ABRAZO IMPOSIBLE.

Mis brazos son dos tenazas
para abrazarte.
Pero tu cuerpo es figura
que en la aventura
se parte.

Se parte como la espiga
cuando madura:
por la cintura.
A un sólo soplo del aire


ENTRE EL GRANO Y LA PAJA.

De la cuna más tierna a la mortaja,
cada grano es deudor de cada paja.

Nadie diga feliz o desgraciado
sin tomar su ración de cada lado.

Entre el grano y la paja está la vida
con sus penas y dichas repartida.


RECUERDO.

Promueve mi dolor este recuerdo
que corre hacia las piedras de la casa,
buscando aquella miel, aquellas flores
que tuve en el hogar, junto a la brasa.

Allí comí mi pan y mi cebolla,
mi trozo de tocino con su grasa.
Allí tuve el regazo de una madre,
su tierno corazón, que aún me traspasa.

Me ahoga de dolor esta memoria
presente de un pasado que no pasa.


PICANDO LA GUADAÑA
SE SUELE AFILAR EL INGENIO.

Bajo el ojo falaz de una espadaña,
a martillo y bigornia sometido,
murmuraba el metal de una guadaña:

“Pica, pica, picón, con pico y saña,
para ver si le arrancas un latido
al acero insensible de mi entraña.”.

Y se oyó el replicar de la espadaña:
“Si tú fueras dotada de sentido,
yo estaría segura, siendo caña”.

Escuchó estas razones una araña
y exhumó tanta risa y tanto ruido
que llenó de sordera a toda España.


A MAL TIEMPO, BUENA LUMBRE.

A mí me parece que el tiempo
ni aclara ni vuelve ni se abre.
Me duele pa un lao y pal otro
me enreda lo suyo, compadre.

Quería llegarme a la Vega
pa ver si el repollo se sale;
pero esto se pone muy feo y
pa feo ya soy yo bastante.

A más, las abarcas que llevo
si llueve pal agua no valen;
pal agua son buenos los cholos
y yo los he puesto a secarse.

Al bar yo no voy, pues dinero
ni tengo ni quiero gastarme;
y allí si no gastas te miran
con ojos que hielan la sangre.

Así que me marcho pa casa,
que en casa el remojo es de balde;
mas luego me siento a la lumbre
y el tiempo, si quiere, que escampe.






















Enviado por: Mariano | Ultima modificacion:31-03-2007 13:14
Simulador Plusvalia Municipal - Impuesto de Circulacion (IVTM) - Calculo Valor Venal
Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:15/01/2020
Clausulas de responsabilidad y condiciones de uso de Foro-Ciudad.com