Quintanilla de Onésimo - Valladolid

Aneurisma de aorta
Por L.Silva


Se llamaba Luis Canabal, era del Bierzo (León) y tenía 48 años. Eso quiere decir que era más o menos de la generación de un servidor, pero no es por eso por lo que me ha impresionado su muerte, sucedida el 21 de febrero, y conocida ayer al difundirse la noticia. A Luis Canabal le diagnosticaron un aneurisma de aorta en mayo de 2012. Desde entonces, y durante nueve meses, estuvo en lista de espera para operarse. El 21 de febrero, la arteria no aguantó más y reventó. Según su familia, Luis murió ahogado en su propia sangre, mientras lo trasladaban del hospital del Bierzo, donde había ingresado tras sentirse indispuesto, al de León.

Para quien no lo sepa, tener un aneurisma de aorta es como vivir bajo una sentencia de muerte fulminante que se puede ejecutar en cualquier momento. Depende de la resistencia de la pared arterial y de cómo evolucione el ensanchamiento que la debilita. Obligar a alguien que tiene semejante patología a esperar durante nueve largos meses la imprescindible cirugía reparadora es algo para lo que no se encuentran calificativos. Por lo menos yo no los encuentro. Y he repasado mi repertorio particular, que les aseguro que no es pequeño.

Honestamente, no sé lo que vale operar un aneurisma de aorta. Pero incluso si asumimos la hipótesis más cara, que a Luis, por saturación de los servicios públicos, hubiera que haberle gestionado la operación que lo salvara de la bomba de relojería que llevaba en su organismo en el más costoso hospital privado disponible, me sospecho que es menos de lo que se gasta al día, con cargo a las arcas de la Junta de Castilla y León (responsable de la salud de Luis) en atenciones a sus cargos políticos que bien podrán ahorrarse sin menoscabo alguno del interés público (aunque sí, sin duda, del interés particular de los altos cargos beneficiarios de dichas atenciones, al ahorrarles los gastos de almuerzo, taxi, telefonía privada, copichuelas o cualquier otro servicio que los demás hemos de pagarnos).

Sí, sé que es una grave acusación que no podré probar. Pero creo que cualquiera que sepa mínimamente como funciona esto no necesitará ninguna prueba para aceptar que mi apuesta no es en absoluto descabellada.

Una cosa son los recortes y otra cosa es dejar morir como un perro a un ciudadano en grave peligro mientras con dinero público se siguen financiando gastos de los que se podría prescindir. Se me ocurren mil partidas presupuestarias que deberían sacrificarse antes de exponer a la muerte, hasta que se lo acaba llevando, a un conciudadano al que tenemos recursos técnicos y económicos para salvar.

La familia va a reclamar a la Junta de Castilla y León, como es su derecho, y los tribunales dictaminarán dónde están las responsabilidades del caso: qué parte toca a los médicos y qué parte a quienes ponen a su disposición los medios que tienen para cuidar de la salud de los castellano-leoneses. Pero incluso en el supuesto de que de esa investigación se derivara la absoluta inocencia de estos últimos y algún tipo de negligencia médica clamorosa (es una simple hipótesis), si yo fuera el consejero de sanidad de Castilla y León, esta misma mañana habría presentado mi dimisión irrevocable.

Por vergüenza, por espanto, por no poder volver a levantar la cartera de consejero ni reposar en el asiento del coche oficial de una consejería bajo cuya responsabilidad se ha denegado el socorro a quien se le podía (y debía) haber dado.

Estamos completamente de acuerdo.