La muerte y la doncella LA MUERTE Y LA DONCELLA José Ramón Muñiz Álvarez “LA MUERTE Y LA DONCELLA” (Elegía) https://rma1987@hotmail.com Quiso del aire el aliento, al entrar por la ventana, la hermosura soberana rozar con el pensamiento. Y fue este beso avariento del viento, si vino airado, el que del sueño callado despertó a los ojos bellos que enseñaron sus destellos tras ese velo apagado. Y, en el lecho desmayada, el resplandor vio bermejo del sol sobre el claro espejo que mostraba la alborada. Que una clara llamarada encendió la luz del día mientras su rostro dormía entre los finos bordados que contemplaron, callados, el sueño que se perdía. Y el viejo espejo dormido le dijo a la dama hermosa: “Pierde la flor olorosa el tiempo ya consumido. Y por el tiempo vencido rendirá su alto estandarte de la belleza el baluarte que se sueña tan lozano, que bello lo admira en vano el triste pincel del arte. Y has de ver cómo prefiere ser el tiempo traicionero, pues se sabe prisionero del correr que así lo hiere. Porque en el camino muere el tiempo que, peregrino, se hace, corriendo, camino, para buscar otra suerte en el reino de la muerte en que sueña su destino. Y perderás la belleza en menos que pasa un día, mientras una sombra fría te sujeta con firmeza. Y pensarás que es vileza que se agote ya la vida y la mejilla encendida pierda todo su color.” Y contempló, sin temor aquella sombra escondida. Dijo la sombra embargada de la muerte a la doncella: “Eres la llama más bella que contempla la alborada. Pues la luz alborotada que arde en la altura del cielo tiene envidia de tu pelo, y hasta el sol resplandeciente, en tu cabello luciente, deja su brillo en su vuelo. Pero es el tiempo mendigo cuando corre con apuro, porque su paso seguro no ha de darte siempre abrigo. Y, pues es claro testigo de su avance sigiloso el silencio poderoso con que la muerte ha llegado, has de seguir su mandado frente a este mundo engañoso. Porque el más callado aliento de las tardes de granizo saben del hielo invernizo sobre las manos del viento. Que el otoño ceniciento quiere en el prado la helada que la escarcha vio nevada en las cumbres poderosas, mientras marchitan las rosas de tu belleza callada.” Dijo a la muerte la dama: “Nadie ignora que ese trance será el último percance, si la muerte se derrama; que la vida es una llama que apaga el viento más suave, pues puede la muerte grave vencer la llama encendida, si se mira suspendida, viendo el destino que sabe. Y así arrebata la nada el color del nuevo día, con esa melancolía de la vida ya agotada. Y, pues se mira apagada la flor que fuera belleza, trae la muerte la tristeza en su aliento peregrino, porque se acaba el camino donde parece que empieza. De modo que la hermosura es el placer de un momento, que pronto lo lleva el viento en su invisible finura. Y dejarla ir es locura, porque es bello disfrutar lo que el tiempo puede dar, aunque ha de quitarlo luego, pues es su rigor el fuego en que se habrá de quemar.” Y respondió allí la muerte: “Puesto que estás resignada, ser cenizas en la nada, ha de ser pronto tu suerte. Y antes que el día despierte y que llegue la vejez, he de ver la palidez de la mejilla rosada que presume engalanada y el final teme a la vez. Y no habrá ni amor ni vida en el valle al que te llevo, que, cumpliendo lo que debo, muere tu llama encendida”. “Si he de verme consumida, supo decir la doncella, poco me importa ser bella ante tan triste destino, cuando se ha agotado el vino y no queda en la botella.” “Entonces, dijo la muerte, ven por el triste sendero donde a los vivos espero con la noticia más fuerte. Pues es raro que no acierte quien, sabiendo qué le espera, supone la primavera de su vida ya acabada, si la muerte, al fin llegada, no suele ser lisonjera. Y, olvidando los mandados de la vida que atrás queda, duerme en el lecho de seda, cierra los ojos cansados. Que los sueños apagados del regazo de la nada llegarán con la otoñada, y con su fresco granizo, lograrán el raro hechizo sobre tu boca nevada.” Y, con gran melancolía, le respondió, resignada: “Quiere la muerte callada que se apague el alma mía. Y la mirada más fría sabe alcanzar, al acecho, la esperanza que en el pecho encendió el mayor fulgor, porque, falto de calor, siente todo su despecho. Y pues, al robar la vida que siente tales anhelos, es capricho de los cielos verme triste y consumida. Adiós promesa fingida de una vida que agotada, ha de tornarse en la helada que, matando la pasión, muerto deja al corazón con el alma enamorada. Adiós callado placer que en la misma primavera, quiso ser del bien espera para poderse encender. Que mi pecho de mujer, con tan triste pensamiento, quiere, en las alas del viento, hallar paz a esta tristeza, que le falta fortaleza en el eco del aliento. Y, pues me lleva la muerte a los reinos de la nada, he de partir resignada y dejándome a mi suerte”. Le dijo la muerte: “Advierte que, si el tiempo se acelera, si se va la primavera que te dio la lozanía, debe tu vida ser mía, porque la vida es espera”. Y al emprender ese viaje, supo la bella doncella no pronunciar la querella que otros dicen con coraje: “La mocedad y el linaje, pues es el linaje altivo, sabe arrancar, siendo esquivo, este suspiro valiente, que ya se pierde inocente el triste tiempo que vivo”. 2013 © José Ramón Muñiz Álvarez "Poemas para Mael y Jimena" |