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España > Valladolid > Peñafiel
16-05-15 02:00 #12623906
Por:jrma1987

Vino generoso
José Ramón Muñiz Álvarez
El goliardo

https://rma1987.blogspot.com/

Huye el amor quien cobarde
sospecha la falsedad
que pretende la maldad
de su dureza y alarde.
Y sano es pues que se guarde
el instinto, siendo sano,
si teme al amor pagano
la más sana sensatez,
pues, acaso en su niñez,
en su mal se muestra ufano.

Es el vino generoso
cuando lo pide un amante,
cuando sabe, delirante,
ver su estado deshonroso.
Pues, en el desdén gozoso
de la dama que quería,
le falla ya la osadía
que otras veces vio bizarro
que, levantado del barro,
mostraba gran gallardía.

Y pues la paz soñolienta
arranca al que prisionero
supo al amor embustero,
si en su pecho lo sustenta.
acaso ante tal afrenta,
ha de escapar más temprano,
si teme al amor pagano,
la más sana sensatez,
pues, acaso en su niñez,
en su mal se muestra ufano.

Que es descanso de pesares
el vino del buen mesón,
alivio del corazón
como el rumor de los mares.
Porque, adorado en altares,
esperando pleitesía,
mata el amor la osadía
que otras veces vio bizarro
al amante que del barro,
se alzó con su gallardía.

Que, por doquiera se ve,
que arde el mundo peregrino,
por seguir a quien, mezquino,
los engaña con su fe.
Que, por las cosas que sé,
no lo harían soberano
si teme al amor pagano,
la más sana sensatez,
pues, acaso en su niñez,
en su mal se muestra ufano.

Por eso el vino es querido
en los pueblos y lugares,
que, pisando los altares
del amor ha florecido.
Y así el amante rendido,
preso en la melancolía,
ve que falla la osadía
que otras veces vio bizarro
que, levantado del barro,
mostraba gran gallardía.

Y es que el vino milagroso
alegra al enamorado
y lo arranca de su estado
con el sabor más goloso.
Al olfato es doloroso
y no es su deleite en vano,
si teme al amor pagano,
la más sana sensatez,
pues, acaso en su niñez,
en su mal se muestra ufano.

Que es el vino la dulzura
cuando, en la jarra servido,
de las penas es olvido
y en el gaznate se apura.
Y pues, en la noche oscura
llena todo de alegría,
ve que falla la osadía
que otras veces vio bizarro
que, levantado del barro,
mostraba gran gallardía.

Porque más dulce es el vino
ofrecido en la taberna
que la mejilla más tierna
que enamoraba al vecino.
Que acaso es mejor camino
el dulce vino lozano,
si teme al amor pagano,
la más sana sensatez,
pues, acaso en su niñez
en su mal se muestra ufano.

Y porque siempre regala
esa paz siempre dichosa,
diré que el vino es la cosa
que lo alto del cielo escala.
Porque si el amor iguala
en placeres y alegría
ve que falla la osadía
que otras veces vio bizarro
que, levantado del barro,
mostraba gran gallardía.

Digo que el vino es el vino,
porque, si el vino es la gracia,
hace olvidar la desgracia
de la vida en el camino.
Que siendo acaso adivino
de su virtud y bondad,
no hablará con falsedad
al confesarlo la lengua
cuando, de amor siendo mengua,
quiere el vino por beldad.

Que no quiero que, cansados,
digáis males del amor,
si acaso tenéis licor
que obedezca a los mandados.
Que raros enamorados
han sabido, con buen vino,
que el ánimo peregrino,
después de un tiempo de riego,
alcanzase su sosiego,
serenando un desatino.

De esta manera os diría
que digo al vino bendito
como un bien cuyo delito
enciende la dicha mía.
Que la cabeza se enfría
y, olvidando los amores,
halla pasiones mejores
en la dicha de beber,
porque bueno es entender
estos callados licores.

Que, llegada ya la aurora,
porque no cesa el despecho,
limpia el vino el duro pecho
del alma que se enamora.
Porque es que el vino atesora
lo que ni el agua bendita,
si es que en la tripa se agit
el placer de su descuido
cuando el vino se hace olvido
de todo dolor y cuita.

Porque, mientras la alborada
ve en lo lejano los mares,
suspiran los castañares
al llegar de la otoñada.
Y, entre la nieve cuajada,
muerto el amor primerizo,
se oye el eco del granizo
donde un amor olvidado
quiso e el vino dorado
apagar su raro hechizo.

Que el pecho siento rendido
quien renuncia a su valí
y en los amores enfría
el tesón más encendido.
Que dirá que está vencido
quien, por amor de una infanta,
sin saber bien lo que canta,
de los vinos olvidado,
no besa el vino callado
que se arroja en la garganta.

Que en sus hondas angosturas
excavadas por el río,
no faltará nunca el brío
entre las sombras oscuras.
Pues renueva las frescuras
como las frondas más bellas
que no alumbran las estrellas
con su encendido derroche,
que la noche, con ser noche,
suele alegrarse sin ellas.

Y pronto sabréis del brillo
del interior silencioso
del espíritu en reposo
que quiso el vino sencillo.
Y hasta el canto del autillo,
anunciando su presencia,
avisará tu prudencia
con su grito espeluznante,
que ha de dudar un instante
en la arriesgada pendencia.

Que es pendencia con el viento,
acaso con la conciencia,
o quizás con la prudencia
y todo el conocimiento.
Mas nunca dijo el sediento,
puesta la jarra en la mano,
que lo hallara más lozano
la más sana sensatez,
pues, acaso en su niñez,
en su mal se muestra ufano.

Y, si el vino es imprudente,
no menos loco el amor,
nos causa mayor dolor
con su fuego incandescente.
Por eso, si es inconsciente,
donde la jarra vacía,
quiero el vino y la osadía
que otras veces vio bizarro
que, levantado del barro,
mostraba gran gallardía.


2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
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