Llaurí - Valencia

Hoy no hablaré del alcalde de Orihuela, José Manuel Medina, quien, al parecer, vive en el chalé de un empresario y conduce el Audi que le presta otro empresario, puede tratarse de un caso de amor correspondido (a dos bandas) y que revienten los celosos, sino de algo mucho más próximo, del pueblo de Llaurí. No sé como será la alcaldesa recien destituída, Ana González, pero se sabe muy bien como son sus ejecutores: dos fugados de Unión Valenciana, un evadido del PSOE, un antiguo alcalde socialista condenado por la justicia, desposeído del cargo y en busca y captura y un señor del PP que pasaba por allí. No parecen ni la Unión Pía de Almas ni siquiera los Amigos de la UNESCO y, en cambio, si resultan un poco correquadrilles, veleidosos y saltatumbas.
Puede que la alcaldesa defenestrada sea «prepotente, crispadora y de mal trato», rasgo que, por cierto estoy bastante acostumbrado a ver entre políticos de todas las escuderías, pero, que se sepa, no tiene una empresa arruinada, deudas con la Seguridad Social, acciones en una cantera y otra cantera agradecida en su propio municipio (justo ahora que se trata de empujar un PAI), rasgos que reúne el consorcio o partida que se alzó con la vara de mando, tras una moción de censura, contra el parecer de la izquierda comarcal y con la aquiescencia silente del PP.
El ladrillo y sus plusvalías vuelve a estar detrás de esta enésima trapisonda cosa nada extraña si se tiene en cuenta que los dos capítulos más importantes de nuestro Producto Interior Bruto son el turismo y la construcción y que los dos están relacionados. Y seguirá así mientras sólo Madrid invierta en I+D a unos niveles europeos mientras nosotros vigilamos lo que hace (o deja de hacer) Cataluña, pero gastamos en investigación mucho menos que ella. ¿Podría acercarse algún juez por Llaurí aunque no tuviese ninguna vocación política como los magistrados italianos de Mani Pulite o nuestra superestrella Baltasar Garzón? Gracias.