Las maletas son falsas.... Las maletas de la UGT son falsas, como sus facturas, como su ideología, como la protección que dicen ofrecer al obrero. El sindicalismo es la mayor falsedad, el más escandaloso fraude desde la recuperación de la democracia. Sus maletas son tan falsas como su supuesta preocupación social. Su solidaridad es falsa y un monumental engaño para quedarse con el dinero de los demás. Sus huelgas son falsas y no tienen el menor escrúpulo para hacer el fantasma. ¿Por qué hay que regalar maletas en un congreso sindical? Hay algo incluso más hortera que un nuevo rico y es el que alardea con dinero que no es suyo. Los que tienen que protegernos los derechos roban a empresas españolas encargando falsificaciones asiáticas donde, según sus propias denuncias, se abusa de los niños haciéndoles trabajar a cambio de casi ningún salario. Su cinismo es ilimitado. Las maletas falsas son la metáfora perfecta de su condición sindical y de su forma de actuar. El sindicalismo destruye puestos de trabajo porque sus recetas fracasadas son contrarias a la creación de riqueza y sólo dejan atraso y miseria. Enfrentar a patrón y empleado no da nunca ningún buen resultado, salvo lo que cobra el presidente del comité de empresa por intermediar, lo que constituye una flagrante extorsión y un monumental chantaje. Los convenios colectivos penalizan al buen trabajador y blindan al holgazán. El sindicalismo en España es una trama de corrupción y trapicheo. El gran parche de la Unión Europea ha sido comprar a los sindicatos con las subvenciones para cursos de formación que todo el mundo sabe dónde acaban. El tren de vida de Cándido Méndez es deslumbrante. España no será un país libre mientras los sindicatos estén subvencionados, los comités de empresa sean obligatorios y los piquetes sean considerados informativos en lugar de una forma de intimidación y de agresión intolerable. Los empleados no tomarán conciencia de su poder ni de sus posibilidades mientras se dejen chulear por los sindicatos y gasten sus fuerzas en la queja en lugar de trabajar más y mejor para poder resultar más útiles, y cobrar más, y poder algún día –si así lo desean– fundar su negocio. Los sindicatos son lo que nos queda de tiniebla y atraso. Sus maletas son falsas pero su estafa es auténtica. Sus facturas son falsas pero los obstáculos con que entorpecen la creación de puestos de trabajo son ciertos, y trágicos. Cuando hicimos la Transición para despojarnos del franquismo estábamos tan acomplejados que cedimos del modo más increíble al otro totalitarismo, al que por suerte perdió la guerra y no nos pudo destrozar la vida. Que Franco no fuera un demócrata no significa que su oposición no fuera mucho más totalitaria; y que su dictadura no fuera deseable no significa tampoco que entrar en el Pacto de Varsovia y en la Segunda Guerra Mundial, que es lo que nos esperaba con los rojos, no fuera nuestro peor destino imaginable. Necesitamos una segunda Transición para despojarnos de la dictadura sindical que ha permanecido todo este tiempo incrustada en nuestras vidas, lastrándonos el progreso y menoscabándonos la dignidad. La última batalla por la libertad tenemos que librarla contra la izquierda saqueadora y su mafia sindical. Fuente: Salvador Sostres (EL MUNDO) |