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RECUERDOS DE UN PASADO QUE NO PUEDO OLVIDAR

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RECUERDOS DE UN PASADO QUE NO PUEDO OLVIDAR
RECUERDOS DE UN PASADO QUE NO PUEDO OLVIDAR


Esta historia no es sola la de Dora, sino la de cientos de miles de españoles que tuvieron que vivir con los recuerdos callados de una guerra incivil, que llevo a sus seres queridos al fondo de un barranco, a una cuneta, a la pared de un cementerio y al olvido.

Una España desgarrada entre los buenos y los malos, entre los que tenían la suerte a su favor y los que la tenían en contra, y Dora fue de estos últimos.

Su historia es la de tanta gente que se quedo sin niñez, que dejo sus raíces, su pueblo con tan tristes recuerdos y emigro a la ciudad. Que tuvo que calmar su memoria e intentar reconciliarse con ella, que por sobrevivir hizo un insólito ejercicio de esperanza buscando lo positivo de la vida.

Pero a su pesar, el olvido nunca llego, lo guardo en su interior y hasta pasados muchos años, ni siquiera sus propios hijos supimos de su tragedia.

Hoy nos sentimos orgullosos, del valor que nunca le falto pero que tuvo reprimido, y le agradecemos que haya escrito su historia para que en la memoria de todos nosotros permanezca lo que nunca debió suceder.

Gracias mamá.


Me llamo Adoración Yuste Moreno, nací el cuatro de diciembre de 1923, en un pueblo de la provincia de Teruel, que se llama Monreal del Campo. Así que tengo 82 años.
Voy a contar un episodio de mi vida que sucedió cuando yo tenía 12 años, y que marco mi vida para siempre. A pesar de los años que han transcurrido, todo estos recuerdos vienen a mi mente como si los estuvieran viviendo ahora mismo.
Sin embargo, algunas cosas de ahora se me olvidan, pero todos aquellos acontecimientos que viví en aquella época, los tengo presentes como si no hubiese pasado ni un solo día.
Éramos una familia normal para como se vivía en aquellos años, felices dentro de nuestra pobreza, como todo el pueblo, menos unos cuantos que tenían muchas tierras y dinero.
Pero eso, a nosotros no nos importaba nada, éramos felices dentro de nuestras posibilidades y limitaciones.
Éramos cuatro hermanos, tres chicas y un chico. Mi padre se alegró mucho con la llegada de mi hermano, pero esta alegría le duro poco, ya que mi hermano tenía dos años cuando a él lo fusilaron.
Tengo que decir que durante toda la guerra civil, mi pueblo estuvo en manos de los nacionales y si que se despacharon a gusto.
Mi padre era una persona trabajadora y buena, preocupado por sus hijos: que pudieran comer, que no faltáramos ni un solo día a la escuela, aunque esto último por las circunstancias en que tuvimos que vivir, no pudo cumplirse.
Mi madre, buenísima, sin rencor a nadie, ni antes, ni después de la tragedia. Ella era creyente, y decía que Dios ya castigaría a quien se lo mereciese.

Mi familia paterna, mis abuelos Mariano y Ana, tenían cinco hijos:
- Mi padre Joaquín, que tenía cuarenta y dos años cuando lo fusilaron, trabajaba en el campo.
- Mi tío Domingo, trabajaba en la fabrica de harina, tendría unos 38 años cuando hicieron lo mismo que con su hermano.
- Vicente, que tendría unos 30 años, era el dueño de una tienda de frutas y verduras, y corrió la misma suerte que sus otros dos hermanos.
- Mi tía Adoración y mi tío Jesús que fueron los únicos que quedaron con vida.

La familia de mi madre, estupenda. Mi abuelo materno ya había muerto hacía muchos años. La abuela María sufrió lo indecible con toda nuestra tragedia.

La guerra civil, como todos los que somos más mayores sabemos, empezó el 18 de julio de 1936. Hasta entonces nuestra vida iba pasando sin que ningún acontecimiento significativo rompiera nuestra rutina.

Mis abuelos paternos, contentos con sus cinco hijos y nietos. Tenían una casa preciosa y todo iba bien. Quien podría creer en aquel momento, que después de todo lo que sucedió y que voy a contar, esa casa es desde hace muchos años Cuartel de la Guardia Civil. Esto si que son paradojas de la vida.

Voy a relatar punto por punto como sucedieron los hechos, y aunque soy una persona que no me gusta jurar, en este caso si juro que todo lo que cuento es cierto.

También diré que mi padre y mis tíos eran altos y guapos, que venían de una familia de personas muy altas.

El día 18 de julio de 1936, día del glorioso alzamiento nacional para algunos, en el pueblo, salieron a la calle cuatro niñatos y también algunos mayores, vestidos de falangistas con el brazo en alto, cantando el Cara al Sol y obligando a todo el mundo a que hiciera lo mismo. Desde entonces y aun ahora después de trascurridos 70 años, no puedo oír esta canción, y por desgracia para mí, durante mucho tiempo, toda la dictadura, fue muy frecuente el que en el momento menos esperado esa canción traspasara mis oídos.

Dicen que cuando esto sucedió mi tío Domingo se negó a levantar el brazo y cantar el Cara al Sol, no sé si será verdad o no.

Varios días después de estos hechos, por la noche, empezaron a llevarse a personas de sus casas. Ya no regresaron jamás. Entre ellos, el médico D. Mariano, del que nunca más se supo. Tenía una casa muy bonita, que la incautaron. Su familia se marchó a Zaragoza.

También estaba la familia Gorriz, uno era el alcalde y su hermano. A estos los mataron en un pueblo cercano al mío, que se llama Villafranca del Campo. Estos hermanos, tenían un autobús pequeño, más parecía una diligencia y que servía para recoger a los viajeros que venían en el tren., y que también sirvió para llevar a los doce que fusilaron al matadero. Entre estos doce a los 3 hermanos, mi padre y mis dos tíos.

La mujer del alcalde, era muy amiga de mi madre, cuando murió, con muchísimos años, quiso que la llevaran al pueblo donde había muerto su marido. Lo mismo decía mi madre, y cumpliendo sus deseos, a Monreal la llevamos.

Personas del pueblo, acompañaban a la Guardia Civil, señalando las casas de los que tenían que liquidar. Todos estos romances de los pueblos, que tu me habías dicho, que yo te había dicho. No sé quién les lavaría el cerebro para hacer esto, porque casi todos eran analfabetos. Cuentan que a toda esta gente, cuando les llego su hora de morir, veían fantasmas y gritaban como locos. Seguramente no tendrían la conciencia tranquila.
Lo más triste y lo más extraño, es que quienes hicieron esto tenían amistad con mi familia, y la gente del pueblo sabía quienes eran, porque en los pueblos se sabe todo.

El día 12 de septiembre de 1936, a personas que decían que eran de izquierdas, les hicieron ir al cementerio y junto a la valla en la parte de fuera, les hicieron cavar una gran zanja, humillándolos y diciéndoles que la hicieran más grande, porque sino no cabrían todos.

Ya he dicho el trabajo de mi padre y mi tío Domingo, mi tío Vicente tenía un establecimiento de frutas y verduras, y decía que no pertenecía a ningún partido político, porque tenía que comer de todo el mundo. ¡Para poco le sirvió!.

En vista de lo que estaba pasando, y por miedo, muchos se apuntarán a la Falange. Algunos cayeron en el frente.

Este 12 de septiembre, por la tarde, mi padre se fue a ver a sus padres. Serían las cuatro de la tarde, cuando en la Calle Mayor lo detuvo la Guardia Civil. MI madre se asusto cuando se lo dijeron, a pesar de que le dijeron que iba hablando normal con ellos.

Al poco rato, le dijeron que también, la Guardia Civil se había llevado a Domingo. A Vicente lo detuvieron en su propia casa. Cuando entró la Guardia Civil a buscarlo, él no sabía lo de sus hermanos, y aún les dijo si les apetecía algo de su tienda, sin pensar en lo que realmente habían ido a buscar.

Así fueron cogiendo a once personas, los llevaron a todos a la plaza, y allí estaba esperando el autobús de los hermanos Gorriz. Ninguno sabía el porque estaban allí, y a donde les llevaban. En esos momentos, venía el alguacil de la fuente con un botijo, era un hombre mayor, que tendría más de sesenta años. Le dijeron que faltaba uno para la docena y lo subieron en el autobús.

Serían las seis, cuando llegaron a la pared del cementerio, los ataron de dos en dos y los fusilaron. Al alguacil, lo ataron con mi tío Domingo, que era alto como un castillo, y dicen que lo arrastró un montón de metros.

Después los metieron en una jabaga. En el pueblo se llamaba así, a una especie de carro, que sirve para llevar la paja, tiene cuatro palos largos como una camilla, pero profunda, y allí los amontonaron para tirarlos a la fosa.

Los enterraron fuera del cementerio, porque no se merecían estar dentro de un lugar sagrado.

Por la tarde, las mujeres del pueblo tiñeron camisas de color azul marino, unas más claras y otras más oscuras, como fuese, supongo que organizado por los de derechas, y así, todos los de izquierdas, también llevaron algo parecido al uniforme de falangista. Daban pena, quemados de todo el sol de verano, trabajando en el campo, mal vestidos, con unas voces de pánico. En esos momentos sonaron los disparos de los doce caídos.

Mi madre, ya sabía, que a los tres hermanos, se los había llevado la Guardia Civil, y se temió lo peor. Me faltaban tres meses para cumplir los trece años, mi madre me mando que fuera preguntando entre todos estos hombres, que iban cantando el “Cara al sol”. Yo preguntaba por mi padre, nadie sabía nada. Al final le pregunte a un primo mío, y me dijo que lo había visto después de los disparos.

Regrese a mi casa, y le dije a mi madre que los habían visto, y ella me pregunto ¿los has visto tú?, le dije que no. Me mando otra vez a buscarlos, y entonces una mujer del pueblo me pregunto: ¿dónde vas?, y le conteste a buscar a mi padre. Entonces me dijo : “Vete a casa, que tu padre ya no necesita nada”. Esa noche hubo una gran tormenta, la mayor que recuerdo en toda mi vida. Comprenderéis la noche que pasamos, y las miles de noches que sin tormenta, después de esto pasamos mal.

Después de esto, mi madre trabajo como nadie, sin una queja, pues tenía cuatro hijos que sacar adelante.

Al día siguiente, vino un guardia civil, a casa de una vecina a traer los objetos que mi padre llevaba encima.

Por las noches, yo me despertaba y oía a mi madre llorando por la casa. Nadie venía a casa a vernos, por miedo.

No he dicho el apellido de mis abuelos paternos, Yuste, ya se sabe, por el que llevo yo, y el de mi abuela era Serrano.

Ya he dicho la edad que yo tenía entonces, y sin consultar a nadie, me marchaba donde estaban enterrados, yo sola. Y allí estaba un rato sin que nadie lo supiera.

El dueño de la finca de trigo, donde estaban enterrados, decía que se iba a llevar doce hoces, porque allí estaban muy descansados y así le ayudarían a segar.

Después de está historia para no dormir, y por si aún no era suficiente, vino la siguiente.

Mis abuelos estaban destrozados, mi abuela loca. Total tres hijos muertos en el mismo día, y de la manera que murieron y ocho nietos que se quedaron sin padre.

Yo fui a verlos un día, mi abuelo llorando me dijo que no sabía que iba a pasar. La abuela no había dejado, ni un plato, ni nada sano, y gritaba diciendo “asesinos, criminales”, no creo que hubiese vivido mucho, pero también le adelantaron la muerte.

La vecina que vivía al lado de mis abuelos, y que parecía que se llevaba bien con ellos, alguna vez, le cuidaba los niños, fue al cuartel de la Guardia Civil y denunció a mi abuela, por todo lo que decía.

En el cuartel, le dijeron que la dejará en paz, que ya tenía bastante. Ella, les dijo que si allí no le hacían caso, en Calamocha, si que se lo harían, pues era cabeza de partido judicial.

Una mujer, vecina de mi casa, dijo en la calle: “cerca esta el día del Pilar y dicen que van a caer más”. Yo fui por la tarde a casa de mis abuelos, y lo dije allí. Mi abuela contesto que hicieran lo que quisieran, a ella todo le daba igual. Tenía razón la vecina, el día 10 de octubre, 28 días después de sus hijos, les tocó a ellos.

Yo fui ese día, por la tarde, la puerta estaría abierta, porque recuerdo que entre, y yo no tenía llaves. En la casa no había nadie, subía al dormitorio y encima de la cómoda, había tres velas que habían estado encendidas, serían para que alumbrasen a sus hijos, al apagarse, se había quemado un trozo de la cómoda, pero nada más.

Mis abuelos, estaban en el calabozo. Fueron a por mi abuela solo, pero mi abuelo les dijo que donde fuese su mujer iría él también.

Fuimos a verlos, por el ventanuco del calabozo, y mi abuelo nos dijo. “hijos míos, después de todo lo que he pasado, que a mis setenta años nos veamos aquí”.

Nos dijeron que les llevásemos un colchón, para que durmieran esa noche, y que por la mañana los mandarían a casa.

Pasamos la noche en el horno del hermano de mi abuela. De madrugada fuimos a buscarlos, y allí ya no había nadie.

Se corrió el rumor de que se los habían llevado a un monte, y los habían matado. Mi tío Jesús, con algunas personas más, fueron a buscarlos, pero allí no encontraron nada.

Al cabo de muchos años, un vecino de nuestra casa, que estaba más tiempo borracho que sereno, dijo donde los habían matado, en un monte, de un pueblo, que creo que se llama Bueña, y allí los dejaron.

Mi tía Adoración murió muy pronto, yo creo que no pudo resistir los de sus hermanos y sus padres.

Volviendo a la persona que denunció a mis abuelos, yo con mis trece años, pensaba que si la encontrará por hay a solas no sé lo que le haría, si no me viese nadie, pues en esos tiempos no podías ni hablar.

Pasaron muchos años, ya no se tenía miedo y se podía hablar. Un día cuando yo volví en verano, como hacía algunos años, esa persona estaba en la puerta de su casa, yo pasaba por allí y se me revolvió el hígado. Estaban dos mujeres, ella y un chico joven, que yo no conocía, que por lo visto se había quedado viudo, y le decía: “Hijo mío, tienes que conformarte, Dios lo ha querido”.

Ella a mí no me conocía, hacía muchos años que yo y mis dos hermanas vivíamos en Valencia, pero yo a ella si que la conocía. Me acerque a ella, casi hasta rozarla y le dije: “Lo de este chico lo ha querido Dios, lo de mis abuelos no lo quiso Dios, lo quiso usted, los mato usted. Soy la nieta de la Señora Ana y el Señor Mariano”.

No me contesto, se puso pálida como una muerta. Si hubiese sido mentira, cosa que yo sabía que era verdad, y teniendo testigos como tenía, podía haber dicho que eran testigos de lo que yo acababa de decirle, y que era una grave acusación. Sin embargo, no dijo nada. La suegra de mi vecina, que se entero de todo desde su ventana, me contó que se metió en su casa y que nadie le vio, por lo menos en un mes.

Durante toda la guerra, en el pueblo, habían soldados españoles, italianos, alemanes y moros. Estaba el frente de Teruel, y otro frente en un pueblo que se llamaba Alfambra. Del pueblo los llevaban al frente. También venían aviones que bombardeaban, y pasamos mucho miedo.

Una vez acabada la guerra, se dieron cuenta de que a los doce que asesinaron, los habían dejado fuera del cementerio y que eso estaba mal, y los metieron dentro en otro hoyo, también pegados en la pared. Alguna buena persona, con una herramienta, en la pared, hizo una cruz, para que se supiera donde estaban. También, tengo que dar las gracias, a la persona o personas, que tampoco sé quienes fueron, porque allí, también han puesto doce frascos de nescafé con flores de plástico. Nosotros antes, íbamos muchas veces, ahora somos mayores y nos cuesta más emprender el viaje.

Todos los hermanos nos casamos con personas buenas y trabajadoras y con buenos empleos. Trabajaron mucho, para que sus hijos tuvieran estudios, y todos ahora están trabajando en buenos sitios, y son estupendos.

Mis dos nietos, Oscar los dos, como mi marido, también están estudiando su carrera universitaria, y son muy buenos chicos.

Yo, después de setenta años que han pasado desde entonces, sigo muchas noches sin dormir, pensando en todo aquello que sucedió, con alguna depresión. La psiquiatra dice que estas cosas marcan para toda la vida.

Mi marido murió hace veintiocho años, yo he llorado muchas veces, y aún ahora lo siguió haciendo, pero el tiempo ayuda a superarlo, y aunque aún ahora sigo llorando lo hago con más serenidad.

Y puedo asegurar, que todo lo que pasamos en la guerra, es de lo más cruel que le puede suceder a un ser humano y a una familia, y desde luego marca para toda la vida.

No puedo terminar esta historia sin rendir un homenaje a un amigo, para mí como un hermano y que vivió y sufrió como yo la crueldad de perder sus seres queridos.

Se llamaba Antonio Lucas Yuste Moreno, tenemos los mismos apellidos, no se si sería familia lejana, en los pueblos es fácil coincidir en los apellidos.

Le debo este recuerdo y contar lo que le paso. Tenía un año menos que yo, y digo tenía porque ya no esta con nosotros.

Siempre fue un chico enfermizo y es normal después de todo lo que sufrió. Él vio la muerte de los doce fusilados, entre ellos estaba su padre.

Estaba en la plaza, y cuando vio arrancar el coche con todos ellos, se fue corriendo detrás y se escondió en un campo de maíz, y presenció todo lo que allí paso. Años más tarde, escribió un libro de poemas, en el que relata todo lo que allí sucedió.

Nombra a mi padre y a sus hermanos, que les decían los pecosos y dice que eran como castillos. Cuenta que desde su escondite, veía sangre por todos partes y gente que gritaba, que les metieron en una jabega y amontonados los tiraron a la fosa.

Las personas que se encargaron de este trabajo fueron: el tío Manuel “el enterrador”, sus dos hijos y, Rafael el Jeromo. No creo que sufrieran mucho al hacer esta faena.

Dice Antonio, que no sabe las horas que pasó en el escondite, que estaba cansado y que lloraba, sus ojos se le cerraban por el agotamiento. Cuando todo se quedó en silencio, salió. No quedaba rastro de lo sucedido, salvo la tierra removida, en el lugar donde los habían enterrado. No sabe como llego a su casa. Eran las once de la noche, cuando lo encontró su tío, que lo iba buscando. Lo llevo a casa donde estaban su madre y sus hermanos. Se marcharon a Barcelona. El nunca se casó.

Fue una persona muy sensible. Escribió tres libros de poesía y en todos ellos se refleja la tristeza que le acompaño toda su vida.

Este que tengo en mis manos se titula “Raíces de soledad y silencio”, y en su dedicatoria dice. “ A Dora, en prueba de mi sincero afecto personal, para que le sirva de recuerdo”.

EL último recuerdo que tengo de él, fue un verano, en el pueblo, donde nos encontramos en algunas ocasiones. Un día paseaba con unos amigos y nos vimos. Me abrazo sin parar de llorar, le pregunte que le pasaba y los amigos me dijeron que estaba muy sensible. Esto paso hace unos cinco años. Al poco tiempo murió.

En una de sus poesías expresa el sentimiento y el dolor que compartimos, y creo que es la mejor forma de terminar este relato.
DOCE FUSILADOS

Doce pechos: doce fuentes
formando un río de sangre
Doce espigas abatidas
Doce lamentos al aire

Doce miradas últimas
que se pierden en la tarde
doce gritos desgarrados
doce silencios de muerte

Doce viudas en sus lechos
vacíos de sus amantes
aún aguardan que la noche
lo diga lo que presienten

Como gacelas en celo
otean el horizonte
doce esperanzas frustradas
caídas verticalmente
Allí cerca algunos chopos
que alargándose un instante
van a cubrir con su sombra
los doce cuerpos yacentes

El cielo gris, las campanas
mudas, sus lenguas de bronce
estáticas sin tañido
para expresar lo que siente

Cuanto llanto mis pupilas
Lloraron aquella tarde
Estaban las dos Españas
mirándose frente a frente





Antonio Lucas Yuste Moreno


DORA
Marzo 2006

Enviado por: Biscu | Ultima modificacion:18-12-2008 10:41
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