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Cañizar del Olivar - Teruel

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España > Teruel > Cañizar del Olivar
10-07-09 21:17 #2684289
Por:"trucho

SI TE PIENSAS QUE RIENDO Y DEJANDO HACER NO VAS A PRINGAR TE EQUIVOCAS
ACERCA DE JESÚS DESAMPARADO
Varios - (Messager Évangélique, 1972)

Pregunta:


En la cruz, al final de las tres horas de tinieblas, Jesús exclamó: “Dios, mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Como ningún pasaje de las Escrituras expresa que Jesús fue desamparado por el Padre, ¿podemos decir que su comunión se vio interrumpida con su Dios, pero no con su Padre, apoyándonos en particular sobre el versículo en el cual leemos: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Juan16:32)?


Respuesta:

No existe tema más sagrado, ni terreno en el que, con la mayor exigencia, se requiere entrar con los pies descalzos, ni (advirtámoslo) objeto que más se preste a la funesta curiosidad de la gente, como la que manifestaron los de Bet-semes, quienes miraron dentro del arca (1.º Samuel 6).

El misterio de la unión de la divinidad y de la humanidad en Cristo, tanto como el de la unidad de las tres Personas divinas, escapa a nuestra inteligencia, por renovada que ésta sea. A nuestro intelecto no le está permitido comprender de qué manera en Jesús se encuentran a la vez las relaciones eternas de tales Personas divinas entre sí, y las relaciones entre el Hombre perfecto y Dios.


La indisolubilidad de la relación entre el Padre y el Hijo; Jesús desamparado en la cruz; el deleite que el Padre halló en el Hijo, quien hizo Su voluntad ofreciéndose a sí mismo, un deleite que, precisamente, fue mayor en el momento en que Él fue desamparado; Dios entregando a su propio Hijo, y haciendo pecado por nosotros a Aquel que “no conoció pecado”.

Todo ello abarca tantos hechos atestiguados por las Escrituras que nosotros no podemos ordenarlos, “no es posible contarlos” (Salmo 40:5). Retengamos, pues, simplemente y con la mayor reverencia, el lenguaje de las Escrituras.


Cuando los discípulos iban a dejar solo a Jesús, él dijo: “El Padre está conmigo” (Juan 16:32). Poco antes, había dicho: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida...” (10:17); y aún anteriormente: “No soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre” (8:16, 29).

Pero todo esto ¿implicaba que Él pudiera gustar los goces del amor de su Padre en el seno de las tinieblas en el Gólgota? La relación con su Padre, su filiación eterna, permanecía inmutable; pero el goce de dicha relación (y eso es lo que se quiere decir al hablar de “comunión”) ¿permaneció cuando tuvo que exclamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado”?

Antes de las tres horas de tinieblas, Jesús se dirigió a su Padre, quien le había dado “la copa”, y luego se dirigió a él cuando esas horas pasaron, para poner su espíritu en sus manos; pero durante el curso de esas horas él clamó a “su Dios”, y su Dios no le respondió (Salmo 22:2).


Por lo tanto, decir que la comunión con su Padre subsistió intacta cuando fue desamparado por Dios, es ir más allá de lo que permiten las Escrituras, es transgredirla, y debilitar, por no decir más, la terrible realidad del desamparo. Pero, por otra parte, pensar que el amor del Padre por el Hijo, y que el amor del Hijo por el Padre haya podido sufrir un eclipse, es pensar algo que raya con la blasfemia.


De hecho, ningún pasaje de las Escrituras expresa que Jesús haya sido desamparado por su Padre (por otra parte, tampoco ningún pasaje de los Evangelios contiene la palabra “comunión”). Por este motivo, los hermanos que nos precedieron hacían una distinción entre «desamparo de Dios» y «cese de la comunión con el Padre», y se abstenían de decir que Jesús había sido desamparado por su Padre.

Quizá parezca muy sorprendente hallar este lenguaje una vez (la única de que tengamos conocimiento) bajo la pluma de J. N. Darby[1], quien escribió: «Aquel que siempre había sido objeto de las delicias del Padre, ahora era desamparado por Él...»

Esto nos llama a ser extremadamente prudentes. En efecto, el escollo aquí sería querer hacer una distinción entre Dios y el Padre, lo cual llegaría hasta poner en tela de juicio la unidad de Dios en tres personas. Por eso, frente a lo que es insondable, limitémonos a adorar.



A continuación, reproducimos, además de un fragmento más extenso de ese pasaje del escrito «Notas sobre el evangelio de Marcos», algunos otros extractos significativos redactados por respetados expositores bíblicos.


«... Cristo, quien desde toda la eternidad era las delicias de Dios, nunca fue más precioso para Dios que cuando manifestó esa perfecta obediencia. Pero esa obediencia tuvo su consumación cuando fue hecho pecado por nosotros...

... ¿Quién puede sondear los sufrimientos del Salvador? Aquel que había sido objeto de las delicias del Padre, ¡ahora era desamparado por Él! Aquel que era la santidad misma, ¡se encontraba hecho pecado delante de Dios!» (J.N.Darby, Notes sur l’évangile de Marc, 4ª edición, 1977, p. 172-173).


«En la cruz, no se trata de comunión; en el huerto, en cambio, vemos a Cristo en comunión con el Padre, en cuanto al poder de Satanás que iba a caer sobre él... » (J.N.Darby, Notes sur Luc (Notas sobre Lucas), 4ª edición, 1975, p. 281).


«... Aunque, en su obediencia, nunca fue más agradable [para Dios] que en la cruz; allí [Cristo] lo fue al soportar el desamparo de Dios, para la gloria de Dios...» (J.N.Darby, Les Souffrances de Christ (Los sufrimientos de Cristo), traducción de la 2.ª edición, 1868, p. 12).

«...[Cristo bajo la ira de Dios,] tal fue Cristo. Todos los dolores estuvieron concentrados en su muerte, donde ni las consolaciones de un amor activo, ni la comunión con su Padre podían aportarle algún alivio, ni ser, por un momento, entremezclados con esa terrible copa de ira...» (Ibíd., p. 49).


«...Nunca el Cristo obediente fue tan precioso como entonces; pero su alma debía ser puesta en oblación por el pecado, a fin de cargar judicialmente el pecado ante Dios...» (Ibíd., p. 73).


«...Cristo, durante toda su vida, como siervo, desde el comienzo hasta el fin de su ministerio, e incluso en Gestsemaní, nunca se dirigió a Dios llamándolo así; Él lo invocó siempre como “Padre”. En la cruz, al contrario, sabemos que exclamó: “Dios mío, Dios mío”; pero si se hubiera expresado de este modo en el curso de su vida, habría estado fuera de lugar, ciertamente no porque ese título no perteneciera a Aquel a quien Cristo invocaba, sino porque no expresaba la relación sin nubes, la bendición de la que nuestro Señor tenía conciencia como Hijo, y en la cual siempre ha estado. En la cruz, Dios obraba con él respecto al pecado y, por consecuencia, en su carácter de Dios, según su naturaleza, su majestad, su justicia y su verdad... Los términos que el Señor emplea, indican de manera evidente y solemne la diferencia de las dos posiciones en las cuales se encontraba situado relativamente...» (Ibíd., p. 8Chulillo.


«...Creo que el deleite del Padre en su Hijo nunca fue mayor que en ese momento solemne; pero eso no significa la comunión del deleite de Dios...» (Ibíd. p. 89, nota).



«La unión de la divinidad con la humanidad en la Persona de Cristo era indisoluble desde el momento de la encarnación. Un error característico de los gnósticos era imaginar una separación de dichas naturalezas cuando Él estaba a punto de sufrir para hacer la expiación y morir. Y ese error es fatal en cuanto a la divina eficacia de la expiación, así como en cuanto a la gloria permanente de su Persona...


...Hasta las tres horas de tinieblas, Él había andado sin que ninguna nube oscureciera el gozo que sentía el Padre; pero ahora Él debía experimentar, como lo hizo en el más alto grado, lo que Dios sentía y debía ejecutar como Juez del pecado.


...Era la perfección de sus sufrimientos... el sufrimiento de parte de Dios... Su amor insondable por Dios y por el hombre nunca fue tan demostrado como cuando Él cargó así, en la cruz, nuestro juicio de parte de Dios; pero, incluso por esta misma razón, para Cristo ése no podía ser el tiempo de gozar de la comunión y de las delicias del amor de Dios, como siempre lo había sido hasta entonces y como lo sería después...» (W. Kelly, The Bible Treasury, 1903, p. 272).



«...Esas horas de tinieblas, en las cuales se encontraron Dios y el hombre, el Dios santo, juez de todos, y el Justo hecho anatema por nuestros pecados —horas en las cuales Jesús sintió su más grande dolor, teniendo a Dios y a todo contra Él, llegaron a su final. Llegó el momento en que pasaron y, con ellas, el juicio directo y el anatema de Dios. El Señor tuvo el alivio de saber que “todo estaba consumado”... Lo que le faltaba aún era pasar por la muerte; todo estaba consumado hasta allí. Fue entonces cuando dijo: “Tengo sed”, y entregó el espíritu en paz en las manos de su Padre...


...Se pregunta cuál es la diferencia entre su relación con Dios y con el Padre. Sin pretender agotar el tema, puedo decir que, en el primer caso, el de las horas de desamparo, se trataba de Dios y el hombre, del Dios juez de todos y el hombre hecho pecado por nosotros manifestado ante Dios; mientras que con el Padre, se trataba de las felices relaciones de afecto que corrían entre el Padre y el Hijo.


Pasadas esas horas, aquellas horas que habían hecho surgir del alma de Cristo ese doloroso clamor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, Él se encontraba ahora bajo la mirada del Padre, ejerciendo la obediencia a su mandamiento, que consistía en dar su vida por sus ovejas, y lo efectuaba en el poder del testimonio del Padre. Así, en ese momento de las glorias de la cruz, ¡Él demostró mayor grandeza que nunca!» (J.-L Favez, Considerations sur les souffrances de Christ à la croix. Nueva edición, 1893, p. 26).



«Para Él, las tinieblas implicaban el cese de la comunión con el Padre, tanto como el desamparo de Dios. Algunos, falsamente, han dicho lo contrario; pero el pensamiento de que el Hijo, aun cuando fue desamparado por Dios, estaba en comunión con el Padre, quita toda su realidad a los sufrimientos expiatorios en la cruz, y debe ser rechazado completamente.

La cruz es un misterio delante del cual debemos descalzarnos, adorando el amor del Padre, quien entregó a su Hijo a la muerte por nosotros, el amor del Hijo, quien se ofreció en sacrificio, y la santidad infinita de Dios, su majestad y su gloria, las cuales fueron plenamente reivindicadas y satisfechas mediante los sufrimientos y la muerte de la santa Víctima.


Para hacernos comprender la grandeza del sacrificio que debió representar para el corazón del Padre la entrega de su Hijo único a los sufrimientos de la cruz, la Palabra nos brinda una figura en la escena de Moriah... (véase Génesis 22)». (Estudios en Lausana, sobre el Evangelio de Mateo. Las notas tomadas en dichos estudios fueron redactadas por el amado hermano Ph. Tapernoux y publicadas en «Le Messager Évangélique» 1936, p. 342).



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[1] Notes sur l’évangile de Marc (Notas sobre el evangelio de Marcos) p. 173. Por cierto, no se trata de un lapsus ni de un error de imprenta. El texto inglés de esta obra, editado por W. Kelly (Collected Writings, vol. 24, p. 329) es idéntico al texto francés de dichas Notas, que fueron publicadas en «Le Messager Évangélique» en 1887, antes de que aparecieran en forma de libro. Dicho escrito, sin duda, fue revisado con mucha atención en cada oportunidad.


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