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Alcorisa - Teruel

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03-06-09 07:14 #2391572
Por:"trucho

os vais a cansar antes que yo
Y como la desdicha es mala en tales tiempos, ocurre un mal sobra otro; como llovía resbalaron los caballos (…) De manera que en aquel paso y abertura de agua presto se hinchó de caballos muertos y de indios e indias y naborías, y fardaje y petacas; y temiendo no nos acabasen de matar, tiramos por nuestra calzada adelante y halamos muchos escuadrones que estaban aguardándonos con lanzas grandes, y nos decían palabras vituperosas, y entre ellas decían: “¡Oh cuilones, y aun vivos quedáis!”

-Bernal Díaz: Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España

Les acabo de hablar, mis valedores, de mi raíz indígena, que hasta la Conquista se asentaba en el sur de Zacatecas y se nombraba la tribu de los cazcanes. Ahora hablo o dejo hablar a uno de los arrimadizos españoles, protagonista que fue del trance aquel que los cronistas iban a nombrar “la noche triste”. De esta manera lo cuenta, por más que sospecho que no pasa de ser una historia apócrifa:

La negra noche tendió su manto. Como llovía sobre Tacuba y anexas, don Hernando dispuso que cargásemos el oro de Moctezuma en caballos, mulas y tlaxcaltecas. Ellos y nosotros, todos con talegas, escarcelas y morrales hasta la madre de tejos amarillos, ya nos disponíamos a pasar el puente sobre la acequia, cuando en eso, malaventura de desventurados, resuena ahí el vocerío de los indios y unos ansí como tambores de conjunto tropical, pero menos descuadrados, que los naturales desea tierra vienen a nombrar teponaxtles. Echando mano a sus flechas los susodichos naturales clamaban en su hablar meshica:

- ¡Que se nos escapan! ¡Guerreros águilas, guerreros tigres, a matar madre-patrios ora que cruzan la acequia! ¡Por Hutzilpochtli! ¡Sí se puede!

Y en razón de que los naturales eran un hormiguero, y nosotros apenas un puñito de castellanos muy mucho tardos de movimientos por la cargazón de tejos, centenarios y piezas prehispánicas que ya teníamos apalabradas con traficantes gringos, vinimos a sentir cómo, de súbito, sobre nuestra mísera humanidad se abatió un vendaval de venablos que mucho nos ardían en la cuera, aunque no tanto como las palabras vituperosas de los indígenas, que entre muy sonoras mentadas pegaban gran vocerío, clamando al arrojamos lanzas, venablos y piedras de este tamaño, miren:

- ¡No fuyades, cuilones, garbanceros engendros del mal!

Y en menos que se dice botellita de Jerez (de la Frontera), ahí tenéis que ya la acequia se hinchaba de caballos ahogados, mulas despanzurradas y tlaxcaltecas en agonía, así como fardaje y petacas, tanto de las que se abrochan como de las que únicamente se alcanzan a pellizcar. Macabrona era de fijo la situación para los conquistadores de Anáhuac.

“¡Valedme, acorredme, acudid en mi auxilio, santo señor Santiago…!”

Y aconteció que nuestras armas de fuego, por aquello del chaparrón, nomás valentín madroño, que más que arcabuces, lombardas y culebrinas, parecía que disparábamos con la carabina de Ambrosio con que Medina Mora, “abogado de la nación”, le dispara (¡pero a matar!) a los hijos de toda su reverenda Marta, al segundo marido de la antigua dependiente guanajua de una botica veterinaria, y a la Gordillo, los Salinas, Montiel. Hank y demás coyotes de la misma loma. ¡Vamos, México…!

Otrosí; la borregada de castellanos corríamos en despavorecimiento calzada adelante, formando entre pencos, muías y tlaxcaltecas unos embotellamientos que reíos de los que los beneméritos mentores sueles armar por los rumbos del periférico, el circuito interior y puntos circunvecinos. Y qué hacer, virgen de la Macarena, qué caracsos hacer…

- ¡Ay, ay, ay, mi querido capitán! -clamábamos a don Hernando-. ¡Protegednos la retaguardia…!

- ¡Cómo, cuitado de mí, si mal protejo la que el Señor Dios me dio en yo naciendo! Que cada cuál se rasque la suya, y el santo señor Santiago la de todos nosotros.

Entretanto, y encuadrilada al de la tizona, la muy tizona de la nombrada Malinche no cesaba de pegar aquellos alaridos que ponían espeluzna en los náufragos de la acequia: “¡Ay mis hijos!” Y eso que apenas habíanle desbaratado el virgo. La sota moza extendía los sus dos brazos hacia los que seguían cayendo: “¡Ay, mis hijitos, qué va a ser de todos ustedes!”

(Esto sigue mañana.)
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