Santa Cruz de la Palma - Tenerife

¿Qué pasa cuando una mujer es obligada a cubrir su rostro en nombre del islam?

“No me pegaba todos los días: he conocido, a veces, dos o tres semanas de respiro. Me decía que lo hacía sobre todo para que yo fuera al Paraíso”.

REDACCIÓN HO.- El sociólogo Javier Elzo cuenta en el Diario Vasco la historia de Zeina, una mujer musulmana que vive en París.

El sociólogo vasco ha conocido el caso de Zeina a través del libro Zeina, sous mon niqab, que se acaba de publicar en Francia, donde esta víctima del islam narra su experiencia con el pañuelo que debía cubrir obligatoriamente parte de su cabeza:

“Me tiraba al suelo, se echaba sobre mí aplastándome con todo su peso, me daba la vuelta como una crepe. Me golpeaba en la espalda, en los brazos. Después se habituó a golpearme en el rostro.

El dolor físico se manifestaba después. Cuando me secaba la sangre el dolor me impedía limpiar mis plagas y era incapaz de ocultar los hematomas alrededor de los ojos, de mis mejillas, de mi rostro, para no asustar a mi hijo. Mi hermana venía a aplicarme pomadas sobre las llagas pero no me preguntaba jamás de donde procedían. Mis padres hacían como si no vieran mi rostro. Mi madre respondía a mis quejas diciendo que hay que obedecer al marido.

Estas escenas, cada vez más brutales, se repetían a menudo.. . ¡No!, no me pegaba todos los días: he conocido, a veces, dos o tres semanas de respiro. Después las escenas volvían. Me decía que me golpeaba cuando hacía algo mal.y sobre todo para que yo fuera al Paraíso».

Estas son frases textuales del libro 'Zeina, sous mon niqab' (bajo mi niqab) ( Plon, Mayo 2010, pp. 73-74). Es el relato de una mujer musulmana, Zeina, que se casa por amor, y que su marido se va fanatizando en el Islam, obligándola a salir de casa, bajo el niqab, solamente para llevar al hijo a la escuela. Golpeándola por los más nimios motivos, siempre «para su salvación». Zenia vivió este infierno varios años con aprobación de su familia, particularmente de su madre.

El azar hizo que una vecina viera su cara desfigurada por los puñetazos y la convenció que huyera con su hijo y denunciara su situación. Y aquí comienza un segundo calvario. Bochornoso y humillante. Ahora, además de escapar de su marido, debe mendigar comida y alojamiento para su hijo y para ella misma. «Algunas noches, llorando, he lamentado haberme despojado de la protección del niqab, de la violencia de mi marido que, al menos, me ofrecía un techo donde dormir, comida y bebida» (p.134). «Tenía miedo de pasar del niqab a la delincuencia, a la prostitución.(.) Gracias a mi hijo aguanté» (p.135). Pues «fuera de asociaciones de caridad, nadie es responsable de mi situación porque yo no pertenezco a ningún sector, no estoy en ninguna clasificación administrativa. Soy una persona SDF (sin domicilio fijo)» (p. 139). La administración social francesa la rebota: una semana aquí, otra allá, la tercera en la calle. Con su hijo a cuestas que, además, teme que se lo quiten.

Un familiar musulmán, en nada fanático, la ayudó y la empresa donde trabajó antes de casarse la aceptó de nuevo. Su vida renace. Escribe el libro para que otras mujeres musulmanas no caigan en «ese» Islam. «Yo rezo todos los días como una verdadera creyente, observando la letra del Corán que nos dice claramente: La ikraha fil din (no hay coacción en la religión)» (p.146).

Esta historia ha sucedido en los arrabales de París, en el siglo XXI. Quisiera que los musulmanes protestaran, una y mil veces, por el trato vejatorio a la mujer, lapidación incluida. Y que nosotros nos preguntemos qué administración estamos montando. Y para quién.”

https://azteoir.org/node/32522