Cunit - Tarragona

Siempre.

Llevaba bastantes años casada pero no tenía hijos, no podía tenerlos, y se sentía hondamente afectada por este hecho. Sus hermanas habían sido madres; ¿por qué le había tocado a ella esta maldición? Se había casado muy joven, y había sufrido mucho; pero había conocido también una tranquila dicha. Su marido ocupaba alguna clase de cargo administrativo en una gran corporación. Él también estaba preocupado porque no podían tener hijos, pero al parecer estaba empezando a aceptar el hecho; además agrego la mujer, era un hombre muy ocupado. Parecía obvio que ella le dominaba, aunque no manera sofocante. Dependía de él, y por eso no podía dejar de dominarlo. Puesto que no tenía hijos, trataba de llenar su vacío a través del esposo; y se sentía decepcionada porque él era débil, y era ella quien había de hacerse cargo de todo. En la oficina, dijo sonriendo, se le consideraba un perfeccionista, un tirano que hacía sentir su autoridad; en casa, sin embargo, era dócil y fácil de complacer. Ella quería que se ajustara a cierto modelo y, con suavidad desde luego, lo forzaba a que se adecuara a su molde; pero él no daba la talla, y ella no tenía a nadie más en quien apoyarse y a quien ofrecer su amor.

Para nosotros la idea es más importante que el hecho; el concepto de lo que uno debería ser es más importante que lo que uno es. El futuro es siempre más seductor que el presente. La imagen, el símbolo, tiene más valor que la realidad de hecho y tratamos de supeditar la realidad a la idea, al modelo, creando así una contradicción entre lo que es y lo que debería ser. Lo que debería ser es la idea, la ficción, y por consiguiente hay conflicto entre la ilusión y lo factual -no es que ellos entren en lucha; quienes entramos en lucha somos nosotros-. Nos gusta más la ilusión que la realidad; la idea es más atrayente, más satisfactoria, y nos aferramos a ella. De este modo, la ilusión se convierte en lo real, y la realidad de hecho, en lo falso; y en este conflicto entre lo que llamamos real y lo que llamamos falso estamos atrapados.

¿Por qué, deliberada o inconscientemente, nos aferramos a la idea y desechamos lo factual? La idea, el modelo, es una autoproyección, es una forma de culto a uno mismo, de autoperpetuación, y es por tanto gratificante. La idea otorga poder para dominar, para ser autoritario, para guiar, para modelar. Es obvio que en la idea, que es una proyección propia, jamás puede producir la negación del "yo", su desintegración. Así pues, el modelo o la idea enriquecen al "yo"; y eso también se considera amor: "Amo a mi hijo, o a mi marido, y por eso quisiera que fuera esto o aquello; quisiera que fuera algo diferente de lo que es".

Si queremos comprender lo que es, el modelo o la idea deben desaparecer. Únicamente cuando no existe la necesidad imperiosa de comprender lo que es resulta difícil desechar la idea. El conflicto entre la idea y lo que es existe en nosotros porque la idea autoproyectada ofrece más satisfacción que lo que es. Sólo cuando uno tiene que hacer frente a lo que es, a lo factual, se rompe el molde; luego la cuestión no es cómo estar libre de la idea, sino cómo afrontar lo factual. Solamente es posible afrontar los hechos si se comprende el proceso de la gratificación, el comportamiento del "yo"

Todos buscamos la realización personal, aunque de formas muy diferentes: por medio del dinero o el poder, de los hijos o el esposo, del país o de una idea, del servicio o el sacrificio, de la dominación o la sumisión. Pero ¿existe la realización personal? Aquello a través de lo cual uno espera realizarse es siempre una autoproyección, algo que uno mismo elige; por tanto, el ansia de realización personal es una forma de perpetuar el "yo". El camino de la realización es, consciente o inconscientemente, una elección propia; está basado en el deseo de obtener gratificación que ha de ser duradera; de modo que la búsqueda de realización personal es el afán de dar permanencia al deseo. El deseo siempre es transitorio, no tiene domicilio fijo; durante un tiempo puede perpetuar el objeto al que está apegado, pero el deseo en sí mismo no tiene permanencia. Instintivamente nos damos cuenta de ello, y por esa razón tratamos de dar permanencia a la idea, a la creencia, al objeto, a la relación; pero al ver que también esto es imposible, creamos al experimentador como una entidad esencial permanente: el "yo" separado y distinto del deseo, el pensador separado y distinto de sus pensamientos. Esta separación es evidentemente falsa y conduce a la ilusíón.

La búsqueda de permanencia nos lleva a esa eterna y dolorosa exigencia de sentirnos realizados; pero el "yo" jamás puede aportar esa satisfacción, pues el "yo" es inestable, y aquello en lo que se proyecte también lo será. Dar continuidad al "yo" es un proceso de decadencia; en él no existe ningun elemento de transformación ni el aliento de lo nuevo. El "yo" debe cesar para que lo nuevo sea. El "yo" es la idea, el modelo, el fardo de recuerdos; y cada satisfacción que uno logra da un poco más de continuidad a la idea, a la experiencia. La experiencia siempre es condicionante, ya que el experimentador invariablemente se separa y se diferencia a sí mismo de la experiencia. Por eso es necesario estar libre de la experiencia y del deseo de experimentar. La realización personal es el modo de encubrir la pobreza interna, el vacío; la realización personal conlleva dolor y sufrimiento.