POESÍA A LA "VIRGEN DE LA SOLEDAD"
Que no me llamen maría,
que me llamen SOLEDAD,
iba diciendo la Virgen
cuando comenzaban ya,
a separarla de su Hijo
porque lo iban a enterrar.
Y al pie de la cruz vacía,
se detenía a pensar...
¡Ay! Dios, que angustia tan grande,
que el llanto no ha de calmar.
¡Ay! Qué opresión en el pecho,
que no deja respirar.
Qué espada llevo en el alma,
que se clava más y más,
dejando una herida viva
que no deja de sangrar.
Qué vida de sufrimientos.
¿Quién iba a imaginar?.
Cuando el ángel me anunciaba
tu divina voluntad.
Si duro fue verlo azotar;
verlo con la cruz cargar,
verlo cubierto de espinas,
verlo desnudo, sin más;
en el madero clavado,
para luego agonizar.
Una vez ya hubo muerto,
fue más duro contemplar,
la cabeza ya sin vida,
sobre el pecho descansar,
mientras brotaba su herida
agua y sangre sin cesar.
Si cuando hubo descendido,
yo lo pude sujetar,
contemplando su cuerpo inerte
para poderlo abrazar,
era el último destino
que me quedaba esperar.
Si ya no tengo el consuelo
de poderlo acariciar,
de tenerlo entre mis brazos
y de sus manos besar...
Esa... esa era mi agonía.
¡Que no me llamen María!
¡Que me llamen SOLEDAD!.
Justo Carretero
diusteño