Sima de Arbujuelo

SIMA DE ARBUJUELO

Cuántos amaneceres he visto,
cuántas salidas y puestas de sol...

Tengo el privilegio de estar muy alta,
pero al mismo tiempo muy triste y sola..

Cuántas gracias tengo que darte, Sol,
porque tú me das mucha alegría;
me das luz, me das calor y me das compañía.
Me quitas las sombras, a medida que te vas levantando.
Cuando en el mes de Junio estás en lo más alto del cielo, es cuando menos sombras tengo,
porque tú me introduces tus rayos en lo más profundo de mis entrañas.

Porque yo estoy siempre sola,
sin poder asomarme al Valle por donde dicen que pasó el Cid.

Y es que, Sol, cuando tú traspones por el horizonte, me quedo otra vez triste y sola.
Aunque cuando tú te vas, me queda el consuelo que me acompaña la luna y ese cielo estrellado, que tantas y tantas veces me ha hecho compañía.

Sol. No me canso de mirarte,
porque tú me quieres, como yo te quiero a tí.
Porque somos los dos del mismo padre
y nos quiere a los dos por igual.

En primavera, he estado rodeada de pájaros y de muchas flores silvestres.
Tantos y tantos rebaños de ovejas, que me rodeaban tantas veces...
Algunas se quedaban mirándome
porque querían hacerme compañía, con la música de sus cencerros...
Pero al final, siempre quedaba sola.

Cuántas veces, hace muchos años,
sentía a pocos metros,
pasar chirriando la diligencia con el correo de Medinaceli a Molina
y nunca me dejaron una postal de cariño.

Y ahora me habéis callado,
como si fuera una fiera sin domar.
Todo el que viene a verme me tira piedras.
Me tiráis toda la porquería que no quiere nadie.

Qué mala fama me habéis puesto:
“...esas tormentas de la Sima, son muy malas...”
“...esas rachas de viento de la Sima, qué malas son...”
“Las ventiscas de viento del llano de la Sima, qué frías que son...”
“Si hay niebla, lleva cuidado no te caigas a la Sima...”
“... no te desvíes del camino, porque está la sima cerca”

¡No soy tan mala como me ponéis!
No conozco ni mi fecha de nacimiento.
Pero no tengo la culpa de que naciera así,
y por nombre me pusieran Sima.

En el fondo, creo que todos sabéis que no soy tan mala.
Y que todos me queréis.
Pastores y transeúntes,
cuántos días y cuántas noches hemos compartido nuestra soledad juntos.
Cuántos inviernos...
Cuántas primaveras y otoños hemos sufrido las inclemencias del tiempo.

Tantas y tantas veces que habéis pasado a mi lado...
Todos me mirabais y yo os miraba a vosotros.
Pasabais de paso.
Yo nunca he podido moverme de mi sitio.

Cuánto os tengo que agradecer, ¡a pesar de las piedras que me tirabais!

También me hacía mucha compañía
ese manto blanco puro que formaba la nieve.
¡Qué contenta estaba yo rodeada de tanta blancura!

Con la nieve, si alguien venía a verme, me encontraba pronto,
Porque en mi lecho, no cuajaba la nieve,
porque de mi profundidad siempre salía calor.

Yo, aquí quedo, vigilando el austero y noble páramo castellano.
Viendo pasar un año más las estaciones,
con el Moncayo en el horizonte,
anhelando la siempre grata visita del paseante.