Villanueva de San Juan - Sevilla

Esta noche he tenido uno de esos sueños en que uno queda confuso, es el siguiente.-
Soy niño, camino por una vereda de buenas vistas, en el aire cerne un cernícalo y en un cable se posan varios abejarucos, paso una hondonada, sigo por un camino hundido, quizás por la erosión del paso de animales, a mi derecha sobre una barranca, una hilera chumberas y algunas encinas me protegen del sol, mas allá se intuye un olivar, a mi izquierda una barrera de aloes con sus agudos pinchos protegen unas viñas, de tanto en tanto se abre un portillo entre las pitas que da acceso a una propiedad. Entro por el tercer portillo, camino entre viñas por una estrecha vereda, paso un pequeño torrente en el que hay unos granados con sus frutos todavía verdes, subo una cuesta y en una suave loma hay una choza, un viejo en su puerta hace un canasto de varetas de olivo, nos saludamos, un perro levanta la cabeza y vuelve a dormirse, la choza se ve muy cuidada (¿será mérito o demérito para el guarda?) cerca de la choza hay esteras de caña sobre unas horquillas, seguramente de encinas, para secar higos, un poco más arriba unas cuantas colmenas. El camino ahora hace bajada hacia un arroyo, a mi izquierda quedan dos duraznos un albaricoque y una pequeña herriza con un grupillo de encinas, a mi derecha olivos e higueras. De repente todo es más verde, más ligero, casi etéreo, se respira paz y tranquilidad, el viejo me acompaña, el camino está bordeado de naranjos enanos, el viejo dice señalándolos — naranjas de la china. El camino lleva a una alberca que riega una buena explanada donde hay toda clase de frutales y unas cuantas eras con variedad de hortalizas. De unos membrilleros penden enormes frutos, y ante mi asombro, el viejo me explica —son cidras, el fruto de una variedad de calabaza trepadora de donde se obtiene el cabello de ángel, me explica también el origen de cada frutal y sus características, desde el níspero hasta el granado, de cada hortaliza. Es un portento este hombre. Arroyo arriba hay una chopera con el suelo tapizado de cola de caballo (pinitos) se escucha el canto de los pájaros, el viejo ante cada canto diserta sobre su autor, oropéndola, mirlo, ruiseñor, jilguero, verderón, a cada uno lo describe morfológicamente, me habla de sus costumbres, de su forma de alimentarse. Intrigado miro aquel hombre, que aunque viejo se mueve con gracia (no podría decir su edad) le pregunto ¿Quién es usted? — Soy Francisco Gómez, hago de cicerone de los visitantes del huerto, y, por si no te has dado cuenta todavía, esto es el paraíso.