reconciliación Cuando uno es joven le cuesta aceptar las cosas que no están en la lógica propia. Uno tiene una forma de ver las cosas, uno tiene su verdad, y cuesta entender como alguien, sobre todo si es tu pareja, hace algo que tú consideras “ilógico” me refiero a cosas sin importancia, pero que molestan, menos mal que las parejas tienen una primera época en que todas las cosas que pueden molestar quedan bajo el poder de la pasión, después cuando la pasión se va enfriando, paralelamente, uno se va acostumbrando a todas esas “irregularidades” de su conducta, al final, cuando el roce de su pierna en la cama pasa inadvertido resulta que aquellas “irregularidades” se han convertido en peculiaridades que casi te divierten. Ahora debería de escribir los defectos y manías de mi pareja, pero al escribirlos se ha acercado al ordenador y se ha puesto a leer. Ha dicho. — De ti escribe lo que quieras pero de mí ni se te ocurra poner nada —la verdad es que no había mucho que escribir (¡es una santa!) En cuanto a mis manías y defectos, o lo que mi mujer cree que lo son, tengo que reconocer que ya no me calienta demasiado la cabeza, no me hecha la bronca por salpicar fuera de la taza del váter (yo creo que nunca lo hice, por si acaso ahora meo sentado) no me llama la atención cuando sorbo el café, según ella hago ruido, incluso si se me escapa un pedo en el sofá, antes se ponía rojaaa, ahora a veces se ríe, eso sí, me llama guarro, yo le explico que es una necesidad fisiológica y que es bueno para la salud. En fin, se puede considerar que nos llevamos bastante bien. Lo malo es que se echa mucho de menos aquella incomprensión, aquellos enfados, y sobre todo, aquellas reconciliaciones. (¡Ahora todo es paz y armonía!) Por eso hay que reconciliarse tanto como se pueda, si es posible reconciliar cada día, pues la memoria de la reconciliación ayudará a soportar la paz y la armonía que a cierta edad ¡se padece! Que reconciliéis mucho. |