LOS GALINDOS DE A. GROSSO. (2) A las cinco y cuarto por el reloj de la torre, Antonio Fenet y Antonio Escobar temblando como azogados, alcanzaron el dintel en penumbra del puesto de la Guardia Civil de la villa de Paradas. El centinela de plantón dio la voz reglamentaria y el cabo comandante los hizo pasar a su despacho. Hubieron de transcurrir un par de tensos y angustiosos minutos antes de que ninguno de los dos lograra articular palabra. Finalmente, balbucearían que un almiar de paja estaba ardiendo en el cobertizo de la empacadora del cortijo “Los Galindos” y que un río de sangre cruzaba el patio del caserío e iba a perderse en el interior de la vivienda del capataz. ¿Pero, debió ser avisado el juez, cuando se tuvo conocimiento en el Cuartel de la Guardia Civil, y no tres horas más tarde?
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