Paradas - Sevilla

Quizás el sentido común es el menos común de los sentidos. Asi parece que nos lo enseña la historia: insensatos, ávaros, locos egregios, especuladores y un largo etc. corroboran lo dicho. Y si no, leed:

Platón dijo que le parecía reprobable que los griegos tuviesen como esclavos a otros griegos. Claro: a él le había tocado serlo. En cuanto a los extranjeros le parecía justo y lógico tenerlos subyugados. Aristóteles, en cambio, mantiene una teoría vagamente marxista escribiendo que la esclavitud no era moral ni inmoral, sino tan sólo una necesidad impuesta por un régimen capitalista que aún no había pasado la revolución industrial. "Serán las máquinas - dijo -, no las leyes, las que liberarán a los esclavos haciéndoles inútiles." Lo que a mi parecer es una clarividencia inaudita.

No cabe la menor duda de que, cuando Pericles alcanzó el poder, el régimen ateniense era capitalista. La propiedad de la tierra, que en tiempos de los aqueos era de la "gente", ahora es individual. Los bancos, las grandes empresas navieras y las industrias son privadas. Al estado sólo le pertenece el subsuelo, y aún éste no lo administra directamente. Pero habría que añadir inmediatamente que el problema social permanece confinado en la minoría de los CIUDADANOS: ni siquiera a los politicastros más radicales les pasa por la cabeza tener en cuenta a los metecos y libertos.

Entre esos ciudadanos el desequilibrio económico no era demasiado grande. Temístocles aparte, cuyo caso era considerado escandaloso y que tuvo que huir para poner a salvo cabeza y peculio, no había grandes millonarios.En realidad, pienso, que en el conflicto de clases en la Atenas de Pericles, está mas relacionado con una lucha de ideas y de moralidad, más que de interés.Por ejemplo:

Alcibíades, pertenece a la aristocracia agraria, entre la cual pasa por rico porque posee VEINTE HECTAREAS, que en un ática fragmentada en pequeños predios es considerado un latifundio. Propietario de un casita de campo que él llama poposamente "castillo", pero que no es nada más que una alquería (casilla), donde su padre ara personalmente la tierra con bueyes, cuando va a la ciudad siente la riqueza de sus conciudadanos burgueses, sus cómodas villas y sus vestidos a la moda como una falta de miramientos con él. Siente gran desprecio por esos nuevos ricos (que a menudo lo merecen) y por su democracia; procura distinguirse de ellos añadiendo, en su tarjeta de visita, su propio nombre al del padre, como hoy hacen algunos incorporando un "de" al apellido. Pero, en resumidas cuentas, también ese hidalgo rural aspira a enriquecerse, bajo la viperina lengua de su mujer que quiere el visón, el palacio en la ciudad y, que si bién en el ágora no cuenta nada, en casa incordia como abejorro... ¿os suena de algo?.

Ahora bien, a disposición de esos nobles venidos a menos, la democracia no deja más que una fuerza en la que apoyarse políticamente: los ciudadanos de las clases más pobres (en Roma los plebeyos). Sin embargo, son pocos receptivos a ideas revolucionarias. En teoría, estos serían los campesinos, que la avaricia del suelo y la pequeñez de la heredad condenan a una moseria endémica. Aunque son miembros de pleno derecho en la asamblea, raramente acuden a ella por la dificultad de los medios de comunicación. Es esto, concretamente, lo que fija límites restringidos a la democracia atenienese. Sus portagonistas son, sobre tres o cuatrocientos mil habitantes, treinta o cuarenta mil ciudadanos. Más, de éstos, los del campo, es decir, una buena mitad, quedan excluidos a causa de las dificultades de comunicación que hemos expuesto. Todo se desenvuelve, pues, entre las quince o veinte mil personas que conviven dentro de las murallas de la ciudad, que se conocen por sus nombres y se encuentran todos los días. He aquí porque pienso que el experimento democrático ateniense ha alcanzado en la historia un valor ejemplar y se destaca en ella con tan sobria evidencia. SEGUIREMOS...