Paradas - Sevilla

Casi 12.000 profesionales transitan cada mes el incierto sendero que conduce desde el despido al autoempleo. Cuatrocientos parados al día intenta buscar su propia autonomía. No es fácil.

Cuando te despiden tienes dos opciones: resignarte o iniciar un viaje, difícil y arduo, que pasa por el infierno del paro pero permite explorar un hipotético sendero que permite salir del túnel. Es el autoempleo. La única salida a la debacle del mercado laboral español.

La caída

El viaje comienza con el despido y una obsesión: la indemnización. El salvavidas con el que te tiran al océano. La reforma laboral la recortó. Si tu empresa está en suspensión de pagos puede que no llegues ni a cobrarla. Si no te pagan o estás en desacuerdo con las causas del despido debes ir a los tribunales. En este caso deberás asumir la pérdida de casi un 10% de la indemnización que finalmente logres en gastos legales. Tampoco podrás tramitar el autoempleo hasta que no se celebre el juicio.

El infierno

Se llama Sepes pero todo el mundo lo conoce como el Inem. Cobrar el paro, si cumples los requisitos, no es problema, salvo que es escaso y tributa. Si se tiene la prestación máxima se cobran 36,24 euros por día durante 720 días. Con eso llenas una mochila de subsistencia cuyo importe bruto es 26.092 euros. De cómo se gestionen estos recursos depende salir del desempleo. O cobras mes a mes o capitalizas. Cobrar permite contar con entre 900 o 1.300 euros, dependiendo de las cargas familiares; cotizar y tratar de reconvertirte. Pero estarás sometido a posibles recortes. Y tienes otro problema: si estás fuera del mercado laboral dos años, a cierta edad, el currículum quedará contaminado para siempre.

El túnel

Si optas por capitalizar el sistema permite patrimonializar la prestación en especie hasta un 60%, hacerlo en bonificaciones a la Seguridad Social o en ambas fórmulas. Sólo podrás elegir una vez. Hay que seguir un orden estricto: no se puede empezar a trabajar sin solicitar antes la capitalización. Un descuido anula la prestación. El terreno de juego es estrecho: usando el paro puedes convertirte en autónomo, formar una cooperativa o crear una sociedad limitada laboral. Si prefieres otra fórmula sólo podrás bonificar las cuotas sociales. Gracias a ellas el Estado, en lugar de perder dinero contigo, empezará a ganarlo.

El proyecto

La capitalización exige hacer una inversión. Puedes financiar cuestiones acordes con tu actividad. El dinero debes justificarlo con recibos de compra un mes después de su concesión. Si no lo gastas en lo previsto tendrás que devolverlo. Su concesión anula el devengo diario de la prestación, aunque la comunicación se demore. Con la capitalización te darán la parte de la inversión inicial que hayas justificado; el resto quedará para la Seguridad Social. Este dinero se transforma en tiempo de cotización dependiendo de la aportación social que elijas. Sólo podrás hacerlo una vez. Si eliges la mínima y capitalizas el 50% de la prestación máxima los recursos te cubrirían tres o cuatro años. La cotización mínima es lo habitual. Pero si tienes 47 años debes elegir bien tu base de cotización: a partir de esta edad la Seguridad Social no permite cambios. Si optas por la aportación más baja la pensión (si llegas a cobrarla) se hundirá a pesar de que tu carrera de cotización previa sea buena.

¿Hay luz ahí?

Si decides autoemplearte sin usar el paro la prestación se suspende y, a los dos años, la pierdes. El Estado te la expropia. Si la capitalizas, parte de la mochila del paro se transforma en inversión pero el rédito es para el Gobierno, que dejará de sostenerte (con tu propio dinero) y se quedará, en cotizaciones, con el 40% de la ayuda. Nadie te regala nada: te ayudas con tu propio dinero. Quien paga el paro es el trabajador. El Estado lo administra.

De cobrar a pagar

El parado tendrá que asumir, a corto plazo, y sin facturar, más trabajo que en una empresa. Deberá buscar clientes (encargos), garantizarte tesorería (ahorros) para los desfases en los pagos, producir tus servicios y administrar tu actividad. Todo esto se resume con un verbo: pagar. Pasarás de cobrar a aportar al sistema.

El mayor problema es cubrir los gastos mínimos de actividad: 256,72 euros mensuales de Seguridad Social (sólo contingencias comunes, sin accidentes profesionales). El segundo es Hacienda, que trata al profesional que empieza casi igual que una sociedad. El impuesto por trabajar en España es de 3.080 euros al año. Además hay que adelantarle a Hacienda cada trimestre parte de lo que factures (si cobras IVA o contratas servicios o trabajadores) y presentarle ingresos y gastos. Las desgravaciones están limitadas por una jurisprudencia sui géneris: es la dirección general de tributos la que dicta doctrina (a su favor) en materia fiscal. En caso de desacuerdo el trabajador sólo tiene una vía –la judicial–, cada vez más cara y lenta.

Desde septiembre tus facturas deberán incluir mayores cargas fiscales –un 21% de IRPF; otro 21% de IVA– que, si tu cliente no las asume, irán contra tu sueldo. Entre otras cosas porque ahora eres la parte más débil de una relación mercantil. El Estado se llevará un 42% de cada transacción que cierres, con independencia de su importe. Con el resto del dinero tendrás que sobrevivir o, al menos, intentar flotar.


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