Aznalcóllar - Sevilla

Como siempre ocurre en estos casos fue una llamada a medianoche. El jefe supremo convocaba a Fray+le, Ángel y un servidor, a una reunión temprana el día siguiente, tenía una misión especial para uno de nosotros.
Nos encontramos en la puerta de su casa poco antes de la hora indicada, al jefe no le gusta que le hagan esperar. Una cierta penumbra, a juego con la barba, presidía el ambiente del lugar. Nos sentamos en las tres sillas dispuestas frente a una mesa y esperamos en silencio que acabara la conversación telefónica que mantenía.
Una vez acabada la conversación, se giró con velocidad hacia nosotros. Como es de esperar en un hombre de su importancia no se anduvo por las ramas y mirando fijamente a Ángel le espetó:
- Tengo una misión peligrosa para ti.
- Lo que ordenes, ya sabes que sólo tienes que decirme quién y cuándo.
- J.J. mañana.
- Perdona, ¿mañana es el apellido?
- Mañana es el cuando
- Vale, quizá necesite también un dónde o un quién más preciso
- J.J., Catedral, mañana. ¿Cappicci?
- ¿Cappicci es el pueblo?
- No te preocupes -interrumpió J.A.- ahora se lo explicamos nosotros despacito a la salida. Todo saldrá bien.

De vuelta a Sevilla en los pasillos de la Catedral nos cruzamos con J.J. que, sonriente, nos invitó a una cervecita en el bar de enfrete.
- No tenemos tiempo, J.J. – le respondió Ángel muy concentrado-, tengo una misión.
- ¿Una misión, qué misión?
- Nada, nada – interrumpió de nuevo J.A., ya sabes como es Angelito, él se refiere a la misión de ayudarte a ganarle el pulso a la Junta, vaya, en lo que estamos todos.
- Muy bien muchachos –prosiguió J.J. mientras se alejaba intentado mantener el movil en silencio- así me gusta, ¡a por ellos!
- Pobre criatura –me dijo en voz baja J.A- a veces este J.J. me da pena.
- Pero jefe no hay más que uno- le respondí.

Mientras ayudábamos a Ángel a hacer la estrategia para la mision, repasamos el plan con detalle. Había que conseguir provocar la exasperación de J.J., que fuera él mismo quien diera el paso al vacío, que su grado de ofuscación y de odio hacia el sindicato fuera tal que maldijera el día que se le ocurrió pasar por la calle Trajano. El jefe había sabido escoger al hombre ideal para la misión.
- ¿Lo has entendido, Ángel?-le preguntó J.A.-.
- No os preocupéis,. Pero ¿me prometéis que si lo hago bien me dejaréis que me encargue también de Paco?
- Ya sabes que eso es decision del Jefe Supremo, pero te prometemos hablar con el.

El día del entierro la alegría mal contenida del jefe supremo contrastaba con la cara compungida de Paco. Pese a la consternación, quiso ser quien dijera las últimas palabras junto al cadáver político/sindical.
- “Pobre J.J., hizo lo que pudo”.

Megafonoman