Recuerdos... Hay días en los que los recuerdos se apoderan de nosotros y nos hacen revivir otros momentos, otras etapas de nuestras vidas. Y hoy quisiera hablaros de alguien que, durante unos años, ocupó un lugar muy importante en mi vida y a quien quiero muchísimo. Se trata de un viejo marinero con el que trabajé durante nueve años y, durante ese tiempo, fue para mi mi brazo derecho. Más que mi jefe, fue mi padre, mi amigo incondicional. La primera persona que, aún sin conocerme , depositó en mi toda su confianza, personal y financiera. Confió en dejar su empresa en mis manos para él dedicarse una especie de prejubilación, y ante mi negativa por mi inseguridad para hacerme cargo de ello, me dijo "tú puedes". Y resultó que pude. Mantuve una empresa que se dedicaba a suministros navales, con la ayuda de un jovencito en el almacén y con el teléfono siempre a mano para cuando surgía algún asunto que yo no era capaz de resolver. Él hacía las inspecciones en los barcos cuando se le necesitaba, y el resto del tiempo lo pasaba en su país natal, Grecia. Cuando yo tenía algún problema personal, él siempre tenía un consejo o una solución para ayudarme. Me animó a ser una persona emprendedora y, gracias a él, mi marido y yo nos embarcamos en asuntos que antes creíamos inalcanzables. Ante mi más mínima duda, siempre me animaba con un "tú puedes". Él siempre estaba allí para ayudar a quien lo necesitase. Nunca se ató a nada ni a nadie. Era libre como el viento y vivía feliz así. Tenia pocos pero grandes amigos, y una amiga íntima o pareja con la que compartía parte de su vida pero no su casa porque él era así, quería completa libertad. Y así estaban las cosas cuando, al nacer mi segundo hijo, decidí dejar mi empleo para ocuparme exclusivamente de mi familia. En aquél entonces las ventas habían bajado considerablemente y nuestros beneficios eran cada vez menores. Las cosas no pintaban muy bien y él aprovechó una oferta que recibió, y vendió la empresa para marcharse definitivamente a su pais. Desde entonces, siempre hemos estado en contacto, por teléfono o por correo electrónico, y cuando venía a España a pasar las vaciones con su amiga, en verano, Semana Santa y Navidad, siempre nos veíamos. Hasta que, hace dos años, ella falleció. Desde entonces, como dice él, solo la Seguridad Social y yo le unen a España. Sus amigos de aquí también han fallecido. Recuerdo que, la última vez que nos vimos, hizo que llamara yo a uno de ellos porque temía que le diesen la mala noticia, y no se equivocó, la mala noticia me la dieron a mi. Ahora se encuentra solo, viviendo en una pequeña isla griega, cuidando de su huerto, sus flores, su perro y su gata y se dedica a escribir, a pintar, hacer esculturas y ayudar a los pescadores de la isla a reparar sus barcos. Se empieza a sentir viejo y solo tiene una ilusión: que vaya a visitarle antes de morirse. Me ha roto el corazón. Yo que le debo tanto, no me puedo permitir ese viaje y concederle ese deseo. Siempre lo postpongo para otro momento, pero ese momento no llega. Hay veces que me siento mal conmigo misma porque se que si yo le necesitase, él no dudaría un segundo en venir. Hoy he recibido un largo correo suyo y he llorado leyéndolo. Es increible cómo una persona que siempre ha disfrutado tanto de la libertad y la soledad, puede llegar a sentirse tan sola. |