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Ciudad Rodrigo - Salamanca

Poblacion:
España > Salamanca > Ciudad Rodrigo
10-06-10 16:44 #5518270
Por:Jopichi.

Blancos y Verdes.
Blancos y verdes, este era el primer año, en el que se adornaba la plaza con farolillos de papel, simulaban la bandera andaluza, con un blanco sucio y un verde apagado que mas parecía el azulete que se mezclaba con la cal para que esta blanqueara de más.

El poniente los agitaba nervioso, y las farolas dibujaban sombras redondas e inquietas sobre la pared de la Aurora.

La música del organillo, retumbaba en los zaguanes abiertos a las noches de feria, y el aroma de las garrapiñadas de azúcar, se mezclaba con el de los buñuelos y se columpiaba sobre las cabezas tocadas por las mascotas y los sombreros recién desempolvados y sacados del fondo de los baúles para las noches de fiesta.

Adrian, amarró la mula al lado de una yegua torda, junto al pilar de la fuente, en unos palos de pino cepillados y atados entre ellos por los operarios del ayuntamiento, y habilitados para este fin, además de corrales para la venta de los animales en la feria del ganado que se celebraba por la mañana, antes de clarear el día.

Se ajusto su gorra nueva, y remetió su camisa de los domingos sobre el pantalón azul marino, adornado por un lustroso cinturón de cuero marrón, se acerco al chorro de la fuente, humedeció su mano, y con el dedo índice y pulgar limpio cuidadosamente la comisura de sus labios, respiro hondo, y se encamino hacia la plaza, donde un trajinar de gente circulaba lentamente entre los puestecillos de almendras, frutas confitadas de chocantes colores perturbadores, y tiendecitas de objetos de barro, esparto, sombreros y gorras, que los posibles compradores tanteaban y probaban entre gestos de disgusto, sorpresa y diversión.

-¡Adrian, que estas innortao ¡- Vocifero desde la esquina del Casino un desgarbado muchacho, - ¡como se nota que eres de campo quillo!- grito de nuevo mirando a los que estaban sentados en las sillas de enea buscando su aprobación, -más que las amapolas- concluyo risueño.

Adrian se acerco sonriendo tímidamente, a Bartolo, que apoyado en el respaldo de una silla, miraba fascinado a los grupos de muchachas que paseaban por la alameda cogidas del brazo, -Si es que se están luciendo, míralas que arreglas que van, con las mantillas nuevas y los roetes poco tiesos, si es que el que no se arrejunte en un día de feria, se queda pa vestir santos, te lo digo Yo- Con estas palabras y el gesto impertérrito ,recibía tendiendo la mano a su amigo de toda la vida.

Tras el saludo afectuoso, los dos amigos se encaminaron hacia la plaza, en busca de las mozas, y un chatito de mosto del pueblo, para alegrar los ánimos.


Y de pronto, Sobre el pequeño tablado, donde Paco deleitaba a la audiencia con una copla moderna de los maestros quintero, que podría ser la sexta vez que se repetía en la noche, el curioso sonido del organillo, que hacia dos Años que desbancara de las ferias a la guitarra de toda la vida, desparramaba notas que despeinaban las cabezas de las ancianas que desde el atardecer velaban curiosas el pequeño escenario, donde se encontraba, junto a su padre el organillero, una muchacha joven, de no más de quince o dieciséis años, que permanecía absorta a todo lo que le rodeaba, música y feria incluidas, y que llamo la atención del joven de inmediato.

Adrian se quedo clavado, impávido, frente a la moza ausente en sus pensamientos, todo se desvaneció a su alrededor, la voz de Bartolo, que continuaba charlando infatigablemente pareció disiparse junto a los sonidos de la noche de feria, solo quedo silencio, pero un silencio blando, acolchado, mientras, mansamente, Anabel, la hija del organillero, levanto su cabeza hacia la gente, y clavo sus ojos verdes sobre el puesto de algodón de azúcar a la izquierda de Adrian, al instante, pestañeo de manera lánguida, como si sus parpados resbalasen, y al abrir de nuevo los ojos, los clavo sinuosamente sobre los mismos ojos del muchacho, que cohibido y sobresaltado retrocedió uno o dos pasos, sin poder evitarlo.

Anabel, se llevo la mano hacia el pequeño moño de su pelo cobrizo, que peinado hacia atrás dejaba su rostro perfecto al descubierto, sin nada de sombra para los ojos, o polvos para blanquear la cara como las demás chicas, solo la limpieza impoluta de lo armonioso, abstraída, ajena a las miradas envidiosas de las mozas del pueblo, su mano izquierda se columpiaban sobre su hombro derecho, que oscilaba despacio al ritmo del organillo, la chaqueta blanca que vestía le hacía parecer aun más delgada, y le confería un aire extraño por no ser una prenda habitual entre las mujeres, elegancia distinta, pero garbosa y llamativa.

-El chico del chaleco gris, no deja de mirarme-, pensó Anabel,- no sé, será un poco lelo o es que le gusto-, sonrió halagada para sus adentros, -la verdad, es que sus ojos son honestos, y no es feo, me parece que tiene cara de bueno…-

-Me ha vuelto a mirar, cuando su padre vaya a por un vaso de vino, me arrimo y le digo algo-, cavilaba nervioso Adrian, -si me mira, es porque le gusto, ¿o no..?, si, seguro le gusto, es la mujer más guapa que he visto en mi vida, aunque lleve la ropa casi como un hombre, aunque también me gusta- por momentos el muchacho tocaba nervioso su barbilla, miraba al suelo, y volvía a mirar hacia el escenario donde esporádicamente sus ojos se cruzaban con los de Anabel lo que hacía que siguiera navegando enajenado en sus pensamientos- ¡Me ha vuelto a mirar!, cuando acabe la canción me acerco, ¿o no me acerco…?


La noche de verano se escaba por las callejas, y el tiempo perezoso se recostaba sobre los quicios de las ventanas, y se colgaba de las sombras de los faroles.


-Mira Carmen, Parece que nuestra niña esta como un cascabel, exclamo Paco el Organillero poco después de bajar del escenario –parece que le ha salido un pretendiente ¡coña!, y un poquito más, y no me da tiempo a bajarme del escenario al joioporculo niño este.
-Paco hijo, si es que la edad, es la edad-, dijo Carmen risueña mientras tomaba del brazo a su marido, -y a nuestra niña ya le ha llegado la hora de recogerse con un buen mozo, que esta es la vida Paquito…


Horas después el tiempo granuja, se detuvo un instante, en el momento en que Adrian, armándose de valor, posó su mano sobre el hombro de Anabel, que sonrió con tintineo de cascabeles…..
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