Baiona - Pontevedra

Les voy a relatar cómo viajamos hasta Bayona, que es una pequeña ciudad
que está en las Rías Bajas, ciudad a la que llegamos a media tarde. Después
de descansar un rato, salimos a dar un paseo por la calle que da a la ría,
y siguiendo el paseo marítimo llegamos hasta la fortaleza y la antigua muralla.
Desde allí estuvimos contemplando el mar, intentando adivinar donde estarían
las islas Cíes que por cierto no acertamos a ver o al menos identificar, y
una playa desierta y muy hermosa que hay a sus pies sobre la que volaban algunas
gaviotas, lugar muy batido por las olas de un mar algo embravecido aquel
atardecer. Nos quedamos por allí hasta la puesta del sol, que grande como un
disco de fuego se ocultó en el horizonte entre arreboles de nubes rojas y olas de
un intenso azul, que contrastaba con el verdor intenso del monte que estaba a
nuestra espalda. Una vista de las que quedan para siempre en la retina. Volvimos
hacia el centro de la villa, a la parte que llaman el casco antiguo y tuvimos
ocasión de contemplar buenas casas palacios de piedra, con blasones y escudos
en sus fachadas, además de una iglesia románica, que una señora muy amable
nos indicó que era la colegiata de Santa María.
Así llegó la hora de la cena, que nos encontró algo cansados del largo día y
dispuestos a celebrar nuestra última noche en Galicia.
Capí tulo XV
Donde se da fin a este viaje con las discretas razones que tuvo
el caballero León de Cazalilla para llegar de nuevo a la frontera
portuguesa y cómo acompañado de su amigo don Picoco y su
portaestandarte Sancho llegaron de vuelta a orillas del Guadalquivir
132 Francisco Casas Delgado
Frente a la lonja del puerto buscamos un restaurante que nos habían recomendado
y lo encontramos. Como dato diré que está decorado algo al estilo
portugués. Allí nos acomodamos. Y comenzó la fiesta.
De entrada tomamos unas sardinas asadas envueltas en hojas de parra dignas
de ser llevadas a los altares del océano. No tengo noticia de que se puedan
encontrar en otro lugar mejor aderezadas.
Seguimos con unos camarones ligeros, bien cocidos y mejor regados con
un vino blanco de las Rías Bajas, fresco y afrutado que acompañaba maravillosamente
a los camarones.
– Hasta allí llegamos y allí nos hartamos –puntualizó don Picoco en plan
imitación a Sancho, más que emocionado recordando esa cena de la despedida
gallega.
– Yo que no me apaño bien mondando creo que los comí enteros –dijo
Sancho–. Para qué molestarse en otra cosa, si los camarones parecían volar de
la fuente.
– Luego para templar los ánimos nos las hubimos con un caldo gallego la
mar de apañado –continuó el León de Cazalilla–. Y para rematar chuletón de
ternera bien guarnecido con pimientos de Padrón. El colofón a la fiesta fueron
unas filloas regadas con ron para don Picoco y para mí, pues el señor Sancho
prefirió acabar comiendo sandía.
Dormimos como benditos y nos dio casi la del mediodía en la cama.

como se nota que solo viene de paso si estuviera todo el año oto gallo le cantaria