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Villalba de Guardo - Palencia

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05-03-21 18:30 #15100294
Por:delaheraluis

LOS HILADEROS
TIEMPO DE HILADEROS

La diversión, a lo largo del tiempo, nunca ha sido igual. Y sí antes duraban más años las formas de divertirse hoy, como todo van los cambios a mayor rapidez
Esta, de la que os voy a hablar, se desarrolla en la última parte del siglo XIX y primeros años del XX, acabándose con la Guerra Civil. A partir de ahí, vendrá: las cantinas, los salones de baile, discotecas y lo que hoy conocéis
Los días de invierno, se hacían largos, y la falta de faenas les llenaban de aburrimiento y monotonía. A esto, se añadía un tercer elemento, la luz.
La luz era escasa en las casas llenas de faroles, candiles, velas y lámparas de carburo, hasta que en los años cincuenta aparece la luz eléctrica que suministraba el molino.
Llevad la imaginación a aquellos años. Situaros en una cocina de entonces, alumbrada por el resplandor de la lumbre que ardía en la hornacha y que llenaba la estancia de sombras.
En este ambiente de penumbra y circunstancias, había que imaginárselas, para hacer los inviernos más alegres y divertidos.
Llegaba el invierno, y con él, llegaba el tiempo de los hiladeros
Hiladero, viene de hilar, e hilar viene de hilo.
En el diccionario de la RAE figura el nombre de “hila” como tertulia que en las noches de invierno tenía la gente aldeana en alguna cocina grande, al amor de la lumbre, y durante la cual solían hilar las mujeres.
En el pueblo se llama hiladero, o mejor, se llamaba, porque hace ya cerca de cien años que se dejaron de hacer y se perdió la costumbre.
Posiblemente en el pueblo, no haya ya personas con vida que recuerden haber participado en uno. Se perdió la costumbre.¿ Se la llevó por delante “la vida moderna”?. ¿Desapareció porque el pueblo dejó de cultivar el lino? Quizás sea un conjunto de ambas y , más cosas. Lo cierto, es que los hiladeros desaparecieron definitivamente al estallar la Guerra Civil.
Tenían estos hiladeros un secreto. A veces, cuando el ambiente era adecuado, se practicaba, “el juego pícaro” o también llamado de “los tres sombreros”, aunque aquí, muchas veces se usaban boinas.
Los hiladeros tenían sus normas, su tiempo, sus reglas, que nunca se violaban y, hasta muchas de las cosas que en él pasaban , se quedaban allí. Claro, que un pueblo, es un pueblo y en aquellos años , los rumores siempre corrían de boca en boca y se iban deformando.
Solían tener su tiempo de celebración, que era de noviembre a marzo. Acababan siempre, el Miércoles de Ceniza. Estos meses, eran los propicios, porque en ellos los días eran muy cortos, al igual que las tareas. Se llenaban las horas ociosas y largas que había que rellenar y “ matar el tiempo”.
Ir al hiladero, no era como ir a la cantina. En él, nunca se jugaba a las cartas, ni otros juegos. Allí se iba a hablar y conversar, a reír e intercambiar noticias, rumores, chismes y, algunas veces a cantar. No se solía beber y menos fumar.
Tenían prohibida la entrada, los niños y jóvenes de corta edad, al igual que los casados. Pero sí se permitía la entrada a los viudos; hombres o mujeres. Aunque éstas ,eran excepciones. Rara vez era necesario prohibir la entrada, porque todo el mundo conocía la norma y sabía la respuesta en caso de violarla.
Pero había una curiosidad, estos hiladeros se realizaban en casa de casados.
Al hiladero, se iba a hilar. Hilar en el doble sentido; de hilar lino e hilar palabras, vamos “ pegar la hebra” “darle a la húmeda” es decir, la lengua.
En el siglo XIX, la vega del pueblo era un linar. Debía de ser un espectáculo cuando el lino estaba en flor. Toda la vega era un mar azul..
Hoy en día, ya no se ve, pero yo recuerdo de niño y joven, ver todavía, entre los trigales la flor del lino que nacía espontánea .
Villalba tenía dos molinos; el de arriba situado en la zona del cercado y Los Huertos de Regalapisa, y el del pueblo. El del pueblo era también de batán y una enorme rueda para moler ( que aún se conserva) y sacar de la semilla del lino su aceite de linaza muy cotizado.
Poco a poco, el lino fue perdiendo importancia y la lana fue ganando terreno hasta la desaparición de la planta.
El uso y la rueca solo zurcía ya la lana. El lino dejó de cultivarse hasta desaparecer.
El hiladero, no era un lugar cualquiera, ni cualquier lugar valía para serlo. Tampoco todas las. personas anfitrionas eran las adecuadas. Otras personas, no se prestaban a que en sus casas fuesen lugar de habladurías del pueblo y otras, no querían saber nada de ellos.
Tenían pues, los hiladeros unas características parecidas; cocinas grandes, anfitriones con “don de gentes” y , especialistas en manejar la rueca y el uso. La materia prima, el hilo y la lana la ponían los demás, los que acudían ponían el resto.
También había sus normas, de todos conocidas y por todos respetadas. Ya sabían los asistentes en cual se podía fumar, en cual beber o, la hora de comienzo y recogida, entre otras.
La temporada de comienzo, prácticamente, la imponía el tiempo y las tareas del campo, aunque , casi siempre por santa Lucía solían comenzar (decía el viejo refrán, que por santa Lucía se igualan, las noches con los días. De igual forma, cuando las faenas del campo comenzaban a crecer y los días a aumentar de luz, se daba por terminada. Había una excepción, y era, en Miércoles de Ceniza, los años que la Cuaresma empezaba tarde.
Había también la costumbre de que en el último día, más o menos el miércoles de ceniza, había fiesta y se cerraba la temporada. Ese día, los que acudían solían llevar sequillos, mistela, orujo, anís, y, sobre todo, orejuelas.
Para asistir al hiladero había que ser “mayor”, y entonces, ser “mayor” era aquel que tenía veintiún años, o había entrado en quintas y se había “tallado” para ir a la mili. Dejabas de asistir, cuando te casabas. Aunque podías volver si enviudabas, pero era raro.
Todo el que se arriesgaba por primera vez en acudir sabía que tenía que pasar una broma, o prueba de fuego para que te admitiesen. Esa broma tenía un nombre “amoladeras”.
Las amoladeras consistían en lleva un mandado o recado a casa de alguien, por lo general a otro hiladero. Era un saco atado y lleno de una pesada carga, “amoladeras” (piedras de amolar que se usaban para amolar o afilar útiles de corte) que el portador ignoraba. Cuando llegabas al destinatario éste, lo rechazaba y te lo hacia devolver al remitente. Todo el mundo cuando volvía el novato con el recado frustrado, le recibía con cara expectante y oídos prestos a escuchar lo que decía y ver su reacción .Las risotadas al volver eran generales.
Pasada la broma se le admitía, y se daba por echo que era un nuevo miembro del hiladero. A las mozas, no se les gastaba ninguna broma.
Muchas veces, si en un hiladero había ya mucha gente, uno, tenía que ir a buscar otro
Por lo general en el pueblo solía haber dos o tres.
En el pueblo fueron muy populares:
El de la tía Nicolasa Llorente , el de tío Pedro Alcalde y el de tía Lucía de la Loma.
Dentro del hiladero, se hilaba también , y sobre todo a la otra hebra, la de enhebrar palabras, ocurrencias, chascarrillos, chismes, dichos con doble intención… Las risas y el canto, a veces llenaban el ambiente. No había nada mejor que hacer, ni nada más entretenido para “ matar el tiempo”.
Claro, que no sólo se iba a eso, sino a conocerse, a hilar conversación, si estaba la moza que te gustaba, sino, a mirar, a escuchar y a ayudar en el hilado a la dueña.
Muchos amores surgieron allí, en aquel primer o enésimo encuentro, en aquellas miradas cruzadas de manera furtiva y, en aquel responder a la moza de tu interés.
Tenía además, el hiladero, una motivación extra; cuando acababa se presentaba la ocasión de poder acompañar a las mozas a casa, con la disculpa de las calles a oscuras. Y, si era la mujer de tus sueños, ¡bendito día!
Hoy, las calles del pueblo nada tienen que ver con las de entonces;, sin luz, embarradas, llenas de leñeros, carboneras, carros aparcados, piedras, y mil impedimentos.
La vida de nuestros hijos, poco tiene que ver con la nuestra, ésta, con la de nuestros padres, y, no os digo con la de nuestros abuelos. ¡Imaginad!
Los hiladeros se acabaron cuando la vega comenzó a sembrarse de patatas y otros productos más rentables. Pero sobre todo, cuando, cuando comenzaron las cantinas a ser punto de encuentro y reunión, y los hombres dejaron de trabajar solo en el campo.
Nunca, la broma o la conversación era ofensiva, ni iban las palabras más allá de lo decoroso, soez e insultante. Ciertamente, que había días, que la conversación seguía cauces más “ picaros” o malintencionados, Las palabras se llenaban de doble sentido y de puyas, más o menos hirientes. En ese cao, era siempre el anfitrión, quién con una llamada de atención reconducía la reunión.
Pero… había una excepción que rompía la norma.
Algún día, sin saber por qué, la reunión era más abierta y permisiva, había como más ganas de pasar un poco los límites. Las mozas y mozos tenían ganas de más juerga, las palabras eran más atrevidas, y con la aceptación de todos se jugaba “al juego pícaro” (algún día os diré lo que eran)
El día de cierre se alargaba la juerga y hasta se cantaba y bailaba
Quedaba en el recuerdo los buenos momentos pasados y en el aire, la esperanza de que algún de esos encuentros, entre mozas y mozos fructificara en un proyecto de vida futura esperanzado.
La vida progresa, se acabó un tiempo como pasará éste. El mundo evoluciona, las coas cambian. Mejores o peores, que lo juzgue cada cual.
Pero es cierto que en el pueblo ,existieron “los hiladeros”
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