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Villalba de Guardo - Palencia

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15-03-16 14:15 #13044092
Por:delaheraluis

EL PEOR AÑO, EL PEOR INCENDIO
VILLALBA SE QUEMA
Era un hecho, más o menos normal, que cada cierto tiempo alguna casa del pueblo se quemara, y, más que casas, siempre solían ser en los pajares donde el fuego se iniciaba.
Las viviendas y las cuadras estaban edificadas compartiendo medianías, pegadas unas a otras y,en muchos casos hasta con una puerta interior que las comunicaba.
En las cuadras, la parte inferior o piso bajo estaba ocupada por los animales: vacas, cerdos, conejas y gallinas. En la parte superior se almacenaba la paja y la hierba recogida en el verano y otoño. Esta hierba seca y calcada por los niños generalmente era la principal reserva alimenticia que se daba al ganado el resto del año, sobre todo durante el largo el invierno.
Cada vecino, acumulaba en su pajar, la cantidad estimada al número de animales a mantener.
Tenían los pajares unos huecos “bocarones” abiertos en el techo por dande se echaba la hierba, que caía en las “palanqueras”. Una especie de palos verticales, separados entre sí, la distancia del morro de la vaca , más o menos, e inclinados que retenían la hierba.
Para sacar la hierba prensada del pajar se usaba “ el mesador” un palo con forma de anzuelo que estaba pulido, suave y brillante de tanto sacar hierba. Se introducía entre la masa de heno y se tiraba hacía uno arrastrando la mies. No dejaban comenzar a tirar lo de encima, porque decían los mayores que así se controlaba mejor el gasto del alimento.
Esta tarea se realizaba una o dos veces al día dependiendo de la estación y llevaba su tiempo.
El problema era que el pajar, una vez acabada la recogida se sellaba a cal y canto dejando algún “ ventanuco” por lo que era un sitio oscuro, al que se sumaba, que dar de comer a los animales se hacía de mañana y de noche, con poca luz del día. Esta tarea ; la primera y la última del día se hacía con escasa luz natural, por lo que había que recurrir a la proporcionada por un farol, generalmente.
Yo recuerdo que de pequeño, cuando ya podía subir por la escalera al pajar, acompañaba a mi padre, para solamente sujetar el farol, mientras él mesaba la hierba que iba a dar a las vacas.
Las gentes del pueblo sabían y eran conscientes del peligro que eso entrañaba por lo que extremaban los cuidados. Nunca se subían velas, candiles, ni lámparas de carburo. Más tarde, con la llegada de las linternas desapareció ese peligro.
Demasiados pocos incendios había, teniendo en cuanta el número de cuadras y las dos veces diarias que había que subir a los pajares. Pero de vez en cuando, se producía el accidente y en el pueblo hubo suerte o tomaron muchas precauciones porque nunca oí decir que muriese nadie, ni siquiera animales.
Los niños, sobre todo por la noche, subíamos al pajar con un adulto,. para sujetar el farol, evitando accidentes, mientras se mesaba la hierba que se iba a dar de cena a los animales.
El otro foco de peligro eran las chimeneas de las casas. Algunos vecinos, por el motivo que fuese no mantenían limpias sus humeros y se llenaban de “ cirriones” que al incendiarse y encontrar algún resquicio en el muro provocaba el incendio. Otras veces era el sobrecalentamiento del chimeneo al tocar con alguna madera del techo de la casa. Por los braseros, nunca escuche que fueran causa de ninguno, aunque el el pueblo se usaba muy poco. Ya que la principal fuente de calor estaba en la cocina, con la “ placa” y la hornacha.
Pero hubo un día, hace mucho tiempo, allá por 1835 cuando el pueblo sufrio el peor incendio de todos los habidos.
Me lo contó mi abuelo, un otoño estando cuidando las vacas en los prados.Quizás muchos de estos relatos se nos decían para inculcarnos el peligro que había y enseñarnos a estar vigilantes ante el peligro. Se nos inculcaba responsabilidad a través del miedo.
Era por la festividad de Todos Los Santos, primeros de noviembre, cuando ya el frio se dejaba sentir y las primeras nieves habían acudido y puesto su gorro blanco en las peñas.
“ Por los Santos la nieve en los altos y por san Andrés la nieve en los pies” decía el viejo refrán.
Todos aquellos recuerdos, que podían parecer cuentos inventados para enseñarnos precaución, se confirmaron el día en que tuve entre mis manos el documento, que puedo enseñaros cuando queráis. Está datado el día 26 de octubre de 1835, hace 181 años.
Es una petición que hacen los alcaldes del pueblo para que se dé por anulado el “pósito” de grano que resultó incendiado en aquel fuego.
Cuando alguien se daba cuenta de que un pajar o casa ardía rápidamente se daba la voz de alarma, y todo el pueblo empezando por los vecinos se movilizaba. Se iba voceando por la calle camino de la torre, para, por medio del toque campanas avisar a todos. Era un toque especial llamado “arrebato”, a la vez que se gritaba : “ a quema, a quema” y se decía el lugar.
Todo el pueblo dejaba de hacer lo que estaba haciendo y acudía al lugar. Incluso los que estaban faenando en el campo, suspendían sus tareas y regresaban para ayudar. Los niños salíamos de la escuela también. Todo el pueblo era una piña.
Se sacaban los animales de la cuadra y los más veteranos dirigían las tareas y las actuaciones a realizar, aunque eran de todos sabias. La experiencia de otros fuegos contaba mucho.
Subirse al tejado y realizar cortafuegos con las casas colindantes y comenzar la cadena de agua hasta el río por las calles más cercanas. A veces, si la proximidad lo permitía se hacia una doble; para llevar el agua y para volver de vacío.
Dado el toque de campana todo el mundo acudía con las herramientas precisas: hachas, palas, escaleras, sierras y sobre todo, herradas de cinz, o cualquier otro recipiente para llevar agua; como viejas latas de aceite o conservas. Cada cual identificaba el útil aportado para identificarlo después.
Los mozos más atrevidos, fuertes y experimentados se subían ala tejado para una vez separadas unas filas de tejas comenzar los cortafuegos y evitar la propagación del mismo. Se ponían las escaleras y se hacían las filas de aporte del agua.
Los niños sobre todo estábamos en la fila de los cubos vacíos y en los de llenado del río.
Por lo general se contaba con una ventaja añadida, cual era la lentitud de combustión de la hierba y paja, que al estar prensada ardía lentamente, aunque provocaba mucho humo.
Todo era un trabajo frenético y bullicioso, pero organizado y de pleno esfuerzo.
Aquel 26 de octubre de 1835 debió de pasar lo que siempre pasaba en estos casos;algún descuido, cualquier fallo dio origen a que el fuego se adueñase del pajar de aquella cuadra del “ Corralón”.
El Corralón es un espacio singular del pueblo, que no hay , en ninguno de los otros pueblos del entorno. Es un espacio cerrado, con dos entradas al norte y sur en la fachada de poniente. Solo útil para personas y animales y el carro vacío. Destaca el arco de piedra tallada de la entrada norte.
Dentro del mismo está la casa de la Inquisición o cárcel del pueblo y la del Pósito municipal.
La casa de la Inquisición era una especie de juzgado, ayuntamiento y cárcel ocasional y el Pósito era el almacén del grano donde una vez recogida la cosecha cada agricultor debía aportar una cantidad según su riqueza. Se les conocía popularmente como, “el banco de los pobres” Ya que de allí se sacaba grano para los pobres y se daba al agricultor para que sembrase si no tenía suficiente o había tenido una mala cosecha..
Este espacio estaba delimitado pues por estos dos edificios públicos y por casas y cuadras y, en aquel incendio que duró tres días el fuego se llevó por delante seis de ellas entre las que estaba El Pósito.
Quizás, favoreció su propagación el hecho de que todos loe edificios estaban intercomunicados y las corrientes de aire interna.
Aquel fue, el peor suceso de luego ocurrido en el pueblo y del que la gente guardó pero recuerdo y durante más tiempo. Fue , además el motivo para que el pueblo pidiese la anulación de dicho pósito. Petición que fue escuchada y concedida.
Los últimos incendios de haciendas o cuadras que yo recuerdo han sido. La cuadra o pajar de Carlos, finales de los ochenta. La cuadra del cura anexa a la casa parroquial en los años setenta y la cuadra del tío Gallardo y la casa anexa del tío Manolin, justo en el cruce de la Barrancosa y el Caraminchón, en los años sesenta. Incendio que se aprovecho para dar amplitud a dicha curva.Ese incendio le recuerdo de niño, porque estábamos todos en la escuela y de repente avisaron a voces. El maestro que vivía en la casa alquilada que se estaba quemando salió como un disparo y nosotros también.
Los incendios en el pueblo, además de grandes desgracias y tragedias familiares, para quienes les sufrían eran momentos importantes en la vida del pueblo, donde se dejaban de lado las enemistades, envidias y rencores. Lo único que importaba era la ayuda, unión y solidaridad antes que nada para con esas familias. El pueblo daba muestras de grandeza una vez más. Poco a poco, con la ayuda y el esfuerzo de todos, se iba reparando el daño: unos traían un carro de piedras, otros iban poniendo ladrillos y adobes, otros cal y dejaban unos tablones. Cada cual ayudaba en lo que podía y pronto se normalizaba la vida.
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