Villalba de Guardo - Palencia

RECUERDOS DE DICIEMBRE
El frío estaba ya instalado en el ambiente y todos los días se parecían uno a otro como las hojas de un árbol.
Días cortos y de reposo, en calma. Porque las tareas eran pocas, prácticamente; atender a los animales, picar leña, hacer la matanza y algunas más.
De entre todas ellas una destacaba del resto por dura y penosa, que era, la de ensacar las patatas en le fría y oscura patatera. De rodillas sobre un saco doblado que hacía las veces de almohadilla, y , con guantes de lana, porque las manos se quedaban tiesas de frío al igual que el cuerpo.
Poco a poco, las patatas pasaban del montón, al cesto y de éste al saco. Todos a 50 kilos. Se apartaban las pequeñas, más o menos del tamaño menor de un huevo, que se dejaban para la siembra de la nueva temporada.
El hielo en las lagunas parecía eterno porque ya no se derretía. Más bien engrosaba día tras día y era una diversión para nosotros porque podíamos practicar el “resnalar” sobre ellas. A veces, nos empeñábamos en saber su grosor y, a pedrada limpia intentábamos romper su capa. Objetivo que no siempre lográbamos.
Muchas mañanas, el pueblo y todo su entorno amanecía cubierto de niebla que iba levantando con el paso de las horas, para muchas veces, volver por la tarde. Lentamente desde el sur se veía subir la nube de niebla por la vega arriba, hasta cubrirlo todo de nuevo. Parecía como si la naturaleza cubriese con una sábana blanca el sueño del pueblo. Y, que sorpresa tan agradable cuando la humedad y la helada ponían la cencellada en el ambiente, y, todo se llenaba de un blanco que parecía pintado a propósito, Como en una acuarela. Había llegado la “engaramada”
Con las vacaciones de Navidad llegaban días de risas, sorpresas y juegos para nosotros, los niños. Había que aprovechar a tope las pocas horas de luz que el día nos regalaba. A coger “gallorotas” al monte, para jugar a las canicas, al pique o al hoyo. Qué fácil era ahora el verlas con los robles desnudos.
A salir de caza, sí el tiempo lo permitía con los mayores. A jugar a la guerra de bolas de nieve. A sembrar de siluetas nuestras las eras o a resnalar en las lagunas.
A cazar gorriones con la pajarera o el butrón en el bocarón del pajar…
A jugar, a jugar, soñar e imaginar con lo que fuera para hacer más largas las pocas horas del día y de la noche. A coger musgo a Valdilejas y a construir el Belén. Asistir a la misa del Gallo y a pernoctar el calor de la hornacha comiendo chocolate con picatostes para acabar la partida de brisca. Mañana no había prisa para levantarse ,ni mucho que hacer.
Y, antes de meterse en la cama, planchar sus sábanas dejando la plancha entre ellas o llevar el ladrillo macizo envuelto en un trapo viejo de lana que había pasado todo el día dentro del horno.
¡Qué alivio y qué gusto para los pies!
Qué delicia dormir en aquellos colchones de lana, a los que apaleábamos en verano. Allí en tu huequecito y con la oreja tapada. Qué felices sueños y que dichosa infancia.
Diciembre era pues, el mes de las heladas, de las picatuestas y meter el humero, de las nevadas y las largas partidas de brisca en las casas hasta altas horas de la noche. De la fiestas en familia que acababan todos con el “perolo” lleno de chocolate. De tirar del alero los carámbanos y de ir a pedir el aguinaldo a la familia. Dos veces; por Navidad y por Reyes.
La hornacha era el centro del hogar y todo giraba en torno a ella, todo el día encendida. Era calor, fuego, luz, charla, alimento, vida.
Pero Diciembre era también la despedida del año, La Nochevieja y la Navidad y el día entero para jugar ,al haber pocas tareas y vacaciones.
Las largas tardes en la cantina.
Parecía, cómo si las gentes después de tanta actividad no supiesen qué hacer con tanto tiempo libre.
Estos son, algunos recuerdos de los muchos que seguro tenéis

Bla, bla, bla, bla, bla , bla aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa :p