Villalba de Guardo - Palencia

HISTORIA DE UNOS PENDIENTES

(Hay en el pueblo una mujer, que desde los 16 años siempre lleva los mismos pendientes adornando sus orejas. ¿Os imagináis a alguna mujer llevando más de 60 años dicho adorno con la misma ilusión que el primer día?)

La casa del tío Miguel, es la más solitaria de todo el pueblo.
Está alejada y sola, al final de las eras de Regalapisa, pegando a las primeras tierras. La más cercana es la de Victorino, también sola , al comienzo de dicho camino.
El tío Miguel y la tía Simona con su numerosa familia habitan dicha casa llena de hijos, siete , siete mocetones y siete pares de brazos para trabajar el campo, y tan solo una hija, que, quizás por ello sea … “ la niña de sus ojos”.
El, es labrador , y como buen Lobato un gran pescador y cazador. Al este de su casa había una laguna en el cauce del “Riín” que llevaba su nombre. Hoy está seca y desaparecida . Durante algún tiempo hubo una pequeña barca que su hijo menor encontró en el rio después de una riada. Los chavales del pueblo, sobre todo los del Molino, acudíamos curiosos a verla y a cruzar en ella de orilla a orilla. Para nosotros, que solo en algún dibujo del “Catón” o la enciclopedia “Álvarez” habíamos visto dibujada, verla al natural era una curiosidad y oportunidad que no podíamos dejar pasar.
Tenía el tío Miguel, de siempre, una ilusión, que aquella vez hizo realidad. Criar un novillo para que al llegar a eral o algo más, venderlo.
En el pueblo, cuando una vaca paría una jata, si había necesidad de ampliar o renovar la cuadra se dejaba, pero si era un jato se vendía siempre , no había necesidad de él porque para toro ya estaba el comunal del pueblo. Aportaban unos buenos ingresos a la casa y, yo no sé, como los carniceros del entorno se enteraban al instante de cuando parían las vacas.
Una vez iniciado el destete a eso de los treinta o cuarenta días, el animal partía para ser sacrificado y puesto a la venta. Alguno se salvaba al ir al engorde pero solo era retrasar el final. De hecho, yo aún recuerdo a mi padre cerrar algún trato con el carnicero “Peque” de Guardo, donde además del precio se incluían dos kilos de chuletas de dicho animal.
Os diré, que esas chuletas, eran manjar de reyes. Una delicia.
Pues bien, el tío Miguel comenzó a criar un jato que fue creciendo y engordando con el pasar de los días y los meses a buen ritmo. Mucho más al contar con el cariño, ilusión y cuidados especiales que su dueño le prodigaba.
Crecía lozano, bien alimentado , de piel fina y pelo brillante que su dueño se encargaba de mesar y cardar un rato cada día. Era , el rey de la cuadra, el señorito. Recibía la mayor cantidad de mies y alimento, la mejor harina, el caldero más colmado de pienso era para él. Un hermoso ejemplar al que tarde o temprano le iba a llegar su tiempo.
Y, el tiempo le fue llegado el día de San Froilán, a punto de cumplir o haber cumplido los dos años.
Era feria grande en la comarca. A Guardo acudían desde la madrugada, tratantes, vendedores y compradores, curiosos, carteristas, ganaderos y gentes variopintas. Muy de mañana, el tío Miguel dio de comer y beber a su toro, a la vez que lo acicalaba y mesaba por última vez. Le puso el marigón que estaba unido a un grueso y corto palo y cogiendo su vara de avellano se encaminó a la feria. Deseaba tener suerte en ella y hacer una buena venta y ver recompensados sus esfuerzos en la cría del animal
Los siete kilómetros que distaban de Villalba a Guardo se hacían a pie, por la cuneta de la carretera que habían arreglado no hace mucho tiempo atrás. Ya la víspera se solía contactar con otros vecinos para subir todos juntos, y, no era difícil encontrarse por el camino con más personas que venían de Fresno y los que en Mantinos se añadían.
La charla, las noticias y comentarios, animaban la ruta y hacían más corto y llevadera la caminata.
Llegados al ferial y escogido en sitio se esperaba la llegada de los compradores y tratantes. Comenzaba la puja, el regateo era lo usual, y la palabra dada era ley. A veces, se daba una señal y otras se pagaba en el momento. Muchos tratantes compraban un animal para posteriormente venderlo de nuevo más caro y hacer negocio. Otras veces, no.
El tío Miguel tuvo suerte y logró vender su toro en lo que había pensado, quinientas pesetas. Una buena venta, sin duda, lo que le proporcionó gran alegría.
Tan contento estaba que. “ ni corto ni perezoso” se acercó a la joyería y le compró a su única hija , una flor entre muchos varones, un legado de “ rico”, unos pendientes de oro.
Su hija , por aquel entonces era ya una mocita, trabajadora y sacrificada en las tareas del hogar y del campo y pensaba él que merecedora de tal presente.
El oro en aquellos años era para los muy pudientes. Un artículo de lujo por su alto valor.
Muy pocos, casi nadie, era capaz el día de su boda de comprarse unas alianzas de oro.
Recuerdo que mis padres se las regalaron ya de muy mayores.
Llegado a casa, su mujer le preguntó.
¿Vendiste el novillo?
Lo vendí- dijo Miguel
¿Y, cuánto costó? Volvió a preguntar la mujer
Dinero- respondió él- mientras le entregaba su valor
No me extraña que lo vendieses en este bajo precio – dijo la mujer- debió de ser fácil
No. Si el toro lo vendí bien. Me dieron lo que quería. Fueron quinientas pesetas
¿Y el resto?- preguntó la mujer
El resto la gasté en unos pendientes de oro para la chica- dijo- mientras sacaba del fondo de su bolsillo un estuchito de color rojo y se os mostraba.
Pero si la niña no tiene ni las orejas perforadas- dijo ella
No importa, a mí me hacía ilusión y se los he comprado. Ya es hora de que los luzca.
Protestó la mujer, pero todo estaba consumado. Llamaron a la hija, le perforaron las orejas y, desde entonces, dos bolitas de oro de mediano tamaño adornan sus orejas.
Los luce ilusionada, tanto… que nunca ha comprado otros, ni jamás se los ha vuelto a quitar.
Toda la vida luciendo orgullosa los pendientes que le regaló su padre.
Cuando la veáis por el pueblo , mirad sus orejas y si le preguntáis por los pendientes, seguro que os contará su historia.