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Villalba de Guardo - Palencia

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08-04-13 17:33 #11210806
Por:delaheraluis

A los lobos les gustan los chorizos
Esta historia me la contó Tío Calixto. Un gran narrador de historias y, no solo de lobos, con los que muchas veces tuvo sus más y sus menos….
Como es larga, os la contaré en dos partes y pondremos un poco de suspense.

AL LOBO, LE GUSTAN LOS CHORIZOS

PRIMERA PARTE

Era en el pueblo, el tiempo de la matanza y el descanso.
Quedaban pocos días para que el año acabase y diciembre no había sido aún muy frio.
En el hogar de Calixto y de Teófila se respiraba alegría porque un nuevo hijo estaba a punto de llegar.
Pasada la fiesta de la Inmaculada, Calixto, había catado sus colmenares y aún colgaban de su bodega los blancos panales de cera llenos de rica que iban dejando caer su virginal y delicioso producto. Más tarde sacaría el resto de la miel y la cera usando aquellas enormes calderas de cobre que pesaban más que el propio manjar. Nadie en el pueblo entendía a las abejas como él. Jamás se me olvidará su recuerdo laborando en la colmena entre sus abejas sin ninguna protección.
Recibió la invitación de sus suegros para acudir a la matanza el día 18 de aquel mes de diciembre 1947, y nunca la olvidaría porque apenas un mes más tarde nació su pequeño Quico.
Su mujer, estaba en el octavo mes de embarazo al iría solo al pueblo de ella, Fontecha.
Conocía aquel camino y todo su horizonte como la palma de la mano. Lo había recorrido muchas veces y ambos sentidos.
Llegando el día preparó su burra. Metió en las alforjas algunos presentes como tarros de miel y se puso en camino para llegar a la hora de comer a su destino.
Fue un camino agradable y plácido porque la mañana no era fría, y el sol, jugaba tímidamente entre las nubes. Para ser diciembre había tenido suerte.
Hizo el trayecto sentado sobre su montura y cuando se cansaba se apeaba y caminaba un trecho para estirar las piernas. Él, era un gran andarín.
Alguna liebre y algún ave, se levantó a su paso
Llegó, cuando tenía previsto, a la hora de comer. Saludó a sus parientes, ofreció sus presentes “charlo” con ellos un rato y se sentó a la mesa.
Después de comer comenzaron los preparativos para la matanza del día siguiente: afilar los cuchillos, preparar los haces de paja para chamuscar al gocho, limpiar el tajo y anudar las cuerdas. Limpiar los pucheros y las artesas, así como picar la cebolla y el pan para las morcillas, todo lo demás.
Se pusieron pronto, “ manos a la obra” porque las tardes de diciembre son muy cortas y no dan para mucho.
Es posible, que el chon, fuese el primero que se percatase de que algo iba mal porque por primera vez en su vida se quedaba sin cenar.
Con la tarde ya entrada y hasta la hora de la cena jugaron unas partidas de brisca. Hablaron sobre la familia, la cosecha, la siembra y lo que se terciara y después de cenar a dormir porque no había luz eléctrica y a la mañana siguiente había que madrugar.
Se celebró la matanza con gozo y alegría y al día siguiente se estazó el cerdo y se comenzaron a picar los chorizos para ser llenados un día después.
Pasados tres días, volvió a su casa.
Aparejó de nuevo su burra, fiel compañera de muchos caminos y andanzas, preparó sus alforjas que llenaron de presentes de la matanza y después de comer, tomar una copa y hacer las despedidas, se puso en camino. Un poco más tarde de lo que él hubiese deseado pero aún con margen para llegar al pueblo antes del anochecer.
El camino de Fontecha a Villalba, era un camino prácticamente llano, con los únicos suaves desniveles de sus valles. Todo rodeado de verde y llenos de pequeños montículos donde los pinos plantados no ha mucho tiempo comenzaban a crecer a buen ritmo. Recorrió el primer tramo del camino delante de su asno para “rebajar la comida” . Hasta que un poco cansado por los ajetreos de los días pasados se subió a su montura y, a ritmo que marcaba el animal fue dejando atrás metros y metros de sendero de carro, estrecho, pero no bacheado y marcado en sus lides de brezos y maleza.
Ya avistaba la laguna cuando su burra se sobresaltó. Se puso alerta. Como hombre de campo sabía que en la soledad del monte puede pasar cualquier cosa y siempre estaba atento a las señales que el ambiente le proporcionaba. Acarició el cuello de su asno con unas palmaditas en el cuello y con sus vivarachos ojos oteó todo el horizonte a su alrededor. No vio nada, pero un presentimiento recorrió su cuerpo. Notaba una presencia ajena al igual que su burra, de nuevo inquieta, aunque seguía sin ver nada.
Sabía que a no tardar, lo que fuese, se haría presente aunque dada su experiencia sospechaba lo que se hizo evidente.
Cuatro orejas puntiagudas y tiesas se divisaron a unos doscientos metros. Dos lobos venían siguiendo su rastro y no se había enterado hasta ahora. Si hubiese llevado el perro, seguro que lo hubiese notado antes, pero mejor haberlo dejado en casa.
Observó que los animales de vez en cuando, se paraban y levantando su cabeza olían el ambiente, en un comportamiento que le extrañó.
Animó con su cachaba a su burra para que aligerase el paso.
Los animales aligeraron el suyo, y, antes de bajar al valle vio como se le acercaron peligrosamente.
Instintivamente llevó su mano al bolsillo de su pantalón y comprobó que tenía su navaja.
Prudentemente se apeó de su montura y asió con fuerzas las riendas del animal al tiempo que se situaba a la altura de las ancas de su burra a la vez que cogió con firmeza su cachaba del revés con la otra mano. Intentó posicionarse para dominar la distancia delantera y trasera en caso de ataque. No iba a permitir que su querida burra fuese atacada y menos muerta y devorada por aquellos lobos.
No era la primera, ni seguramente sería la última vez que se enfrentaría a semejantes fieras. Los conocía. Tenía experiencia. Ya no le daban miedo y sabía que mientras tuviesen a la burra para comer, él no tendría nada que temer. Pero por nada del mundo iba a dejarse atacar por aquella pareja de lobos. Antes de que se acercasen demasiado cogió unas piedras de mediano tamaño y las puso en las alforjas....
Puntos:
25-04-13 17:10 #11255957 -> 11210806
Por:delaheraluis

RE: A los lobos les gustan los chorizos
SEGUNDA PARTE
Tenía que preocuparse de que los lobos no se acercasen tanto que pudiesen morder al animal y, menos, que éste se asustase y saliese huyendo con lo que estaría perdido.
Menos mal, que llevaba ojeras que impedían a su burro ver lo que pasaba a su alrededor.
Como hombre experto de campo sabía arrojar piedras con cierto tino y manejar su cachaba a la que en aquel momento había dado la vuelta y era cogida del revés.
También sabía, donde darle al lobo para hacerle más daño y que desistiese de su empeño. Todo dependía del hambre que tuviesen y lo astutos y coordinados que fuesen en su ataque. Conocedor de las debilidades del lobo y el poco empeño que éste ponía ante la resistencia del oponente solo, le quedaba una consigna ; resistir como fuera y con tesón.
Cuando estaban a unos diez metros reaccionó de improviso, lo que sosprendió a los lobos y logró a la tercera pedrada acertar a uno de ellos, que, dando un aullido se quedó lastimándose. Comenzó a dar gritos y palos en las urces grandes del camino lo que sorprendió a los animales y les frenó por unos momentos. Aligeró el paso cuando comenzó a bajar al valle, a la vez que los lobos debieron entender que aquello no sería fácil al contar con la resistencia del hombre.
Se perdieron de vista, y Calixto siguió andando ligero y cauteloso. Su conocimiento de los lobos le decía que aquello era demasiado sencillo a pesar de haberle atizado a uno una buena pedrada. No se rendirían a la primera.
Bajó al fondo del valle por donde bajaba un pequeño arroyuelo en el que volvió a aprovisionarse de piedras. Al dar la curva, divisó la silueta de los dos lobos en medio del camino esperándole. Un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba abajo. Sintió temor, que no miedo, sobre todo por su burra, porque la hiciesen daño o si se encabritaba y al no poder dominarla debía dejarla suelta. A medida que se acortaba la distancia entre él y los lobos, iba pensando cómo actuar. Sabía que esta vez, no les sorprendería. Debía demostrarles que no tenía miedo, que dominaba la situación y que estaba dispuesto a defenderse sin piedad.
Con un movimiento natural cogió de nuevo unas piedras y, a una distancia menor que la anterior se paró, dio media vuelta a su burra, ya nerviosa para que no les viera y comenzó a tirar las piedras como una metralleta hasta que se le acabaron. Está vez no tuvo tanta puntería pero logró despejar el camino y coger nueva munición. Los lobos que se habían alejado unos metros, se pusieron en posición de ataque, uno a la derecha y otro a la izquierda del camino y con prudencia e insistencia comenzaron su acoso.
Descargó el tío Calixto de nuevo sus piedras dando de nuevo a uno al estar más cerca y comenzó a hacer aspavientos con sus manos y dar voces. Uno de ellos, más atrevido se acercó a morder en las patas a la burra que soltó un ancazo. Fue el momento en el que el hombre descargó con toda su fuerza su cachaba en el hocico del lobo donde sabía que le hacia daño. El animal dolorido se quedó en el camino restregando sus morros con sus patas mientras el otro, que se había distanciado un poco volvió a la carga. Un animal solo era más controlable y fácil de mantener a raya. Si lograba acertarle un golpe seco en una pata y “ patiquebrarle” tenía mucho ganado. Su burra , estaba ya muy nerviosa, lo que iba acrecentando sus temores de una “ espantada”. En el horizonte divisaba el medio caído corral del tío Gallardo. Sería un buen refugio, si llegaba a él.
El lobo malherido se había rehecho y avanzaba al trote.
Fue de pronto cuando en su mente surgió la idea que le salvaría.
Metió mano a su bolsillo y sacó su navaja, que abrió al instante, metió su otra mano en las alforjas y sacó una ristra de chorizo de los que le habían dado de regalo. Partió uno y se lo tiró al lobo, delante de su morro, pero sin que pudiese cogerlo y sí, tuviese que ir a correrlo. La reacción del animal no se hizo esperar, corrió raudo en dirección a la comida.
El otro lobo llegó al momento y olió la comida de su compañero.
Tío Calixto comenzó a tirarles chorizo cada vez más lejos para que ellos los fuesen a buscar. Montó en su burra y azuzándola en los hijares con sus talones, la lanzó al trote camino del viejo corral. Cada vez que los lobos se acercaban, él les volvía a tirar chorizo y así hasta que llegó a la entrada del semiderruido recinto. Inmediatamente bajó de su burra ató sus riendas a un poste caído del techo y cogiendo unas urces secas de los de la techumbre y unas ramas secas las amontonó en la puerta, y sin más demora las prendió fuego. Cuando los lobos llegaron a la entrada se frenaron en seco. El fuego era algo que no se esperaban. Tío Calixto atizaba y alimentaba el fuego con ganas, Sabia que a partir de ahora la partida estaba ganada.
Menos mal que el viejo edificio no tenía más paredes caídas y los lobos solo podían entrar por donde estaba la hoguera.
El hombre y los animales se miraban en la corta distancia. Los unos presintiendo que habían perdido la partida. El otro, sabiendo que la había ganado.
La burra que ahora estaba más tranquila porque no veía a los lobos hasta esbozo un suave rebuzno después de los agobios.
Tío Calixto cogió piedras más grandes, pues ahora tenía para escoger y poniéndose delante de la hoguera comenzó a tirarlas hacia los lobos, esta vez, con mayor puntería pues no había nervios ni prisas. No podía dejar de acosar a los animales, ni darles tregua. Estos, cada vez, se iban sentando más lejos ante el peligro que suponían las piedras y después de más de media hora, y sin dar una tregua por parte del hombre, comenzaron a caminar. Lentamente se fueron perdiendo en el horizonte camino del valle.
Tío Calixto, por sí acaso, atizó aún más la hoguera, puesto que no había ningún peligro de incendio y para que los lobos, en lontananza, viesen el fuego y siguiesen oliendo el humo y, montando en su burra, le dirigió unas palabras cariñosas diciéndole que había que galopar rauda hacia el pueblo y sin descanso.
El animal parece que entendió y a galope tendido cruzaron las eras del “Alto” y por la Varga Honda bajaron al pueblo. Antes de cruzar la carretera miró hacia atrás , y al no ver peligro, aminoró el paso, descabalgó del animal dandóle descanso y él se relajó.
Ahora entendía el extraño comportamiento de los lobos cuando olían el aire en el camino.
El olor de chorizo que emanaba de sus alforjas no había pasado desapercibido para el fino olfato de los animales.
Cuando llegó a casa y contó lo sucedido no se lo podían creer.
Pero tía Teófila me dijo años más tarde, cuando el homenaje a los mayores que esa historia había sido cierta. Y yo la creo.

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