Villanueva de Algaidas - Malaga

Para mi todo empezó una tarde de invierno. Apenas tenia un mes de vida. Aterida de frío, hecha un ovillo, esperando el desenlace final en una cuneta de un camino cualquiera.
Frío, mucho frío y me picaba todo el cuerpo. Unos bichitos minúsculos me torturaban con sus picotazos. Al principio luche contra ellos, les atacaba con mis dientes, mordiéndolos, y con mis uñas, rascándome. Luego me rendí, deje que me picaran, que me sacaran la sangre, que el dolor de sus picaduras atormentaran mi pequeño cuerpo.
Mi patita de atrás estaba mal, un mal golpe fue la causa, aunque no recuerdo bien como fue. Cojeaba y me dolía, pero contra eso nada pude hacer, solo aguantarme.
Tenia mucha hambre, no se cuanto hacia que no comía, que no mamaba de mi madre, que por otro lado, no se donde estaría. Ella y mis hermanos habían desaparecido. La llame muchas veces, pero nunca obtuve respuesta. ¿Qué habrá sido de ellos?
Ese día, unas manos calidas, me recogieron, me arroparon, me dieron calor, y me llevaron a ver a un hombre de bata blanca.
Tenia miedo, mucho miedo. Los hombres, no se porque me dan miedo, algo en mi interior me dice que debo temerles. Me miró, me decía cosas, cosas que no entendía. Me cogio la pata. La movía de un lado a otro. Miró mis ojos. Me puso algo frío en los costados, en el pecho. Parece que escuchaba algo dentro de mí.
Cuando el hombre de blanco termino, las manos calidas me llevaron a otro sitio. Una casa llena de humanos.
Me miraron con curiosidad. Dicen que nosotros, los perros, tenemos un sentido especial para detectar a las buenas y malas personas. Mi instinto decía que podía fiarme de las personas que me rodeaban.
Los primeros días me dedique a descansar junto a un aparato que emanaba calor. Quería quitarme el frío de dentro de mis huesos. Apenas comí en esos días. Tenia un platito par mi sola, siempre lleno de comida. Todo un lujo. Las picaduras cesaron, me sentía bien. Protegida, querida. Decididamente el día que me recogió de la cuneta, volví a nacer.
Con el tiempo, fui tomando confianza con la familia. Empecé a jugar, a correr. Empecé a vivir.
Un día, paseando acompañada de una de mis amigas humanas, un hombre, se acerco hacia nosotras, por detrás. Mi corazón dio un vuelco, y el miedo volvió a llenar mi interior. El instinto me decía que ese hombre no quería nada bueno. Corrí a buscar la protección de mi amiga, mientras el hombre gritaba cosas que no entendía, pero se que no eran ni buenas ni bonitas. Mi amiga no le hacia caso y acelero el paso para evitarlo, pero el malo, nos seguía y cada vez chillaba mas, y su cara parecía la de algún congenere mío. Esos que parecen siempre enfados. Que pena –pensé-, no ser más grande para enfrentarme al malo y defender a mi amiga. Algún día lo seré, y ese día nadie me asustara. Pero hoy todavía soy una cachorrilla que tiene miedo, que se asusta, aunque eso si, mis ladridos se oyen fuerte.
Ahora vivo con esta familia de humanos que me salvaron. Algún día espero poder pagarles lo que han hecho por mí. No tengo ni quiero otra familia.
Si alguna vez la tuve, fue mala. Si me perdí, no me buscaron. Si enferme, no me curaron. Si los bichos me chupaban la sangre, no me los quitaron.
Así que nadie me reclame, porque el que lo hace, me abandono. Me dejo medio morir en una cuneta, me tiro como un pañuelo usado. El instinto me decía que aquella seria mi ultima noche, que moriría de frío. Pero unas manos calidas, me salvaron.
A ti, que me reclamas. Nunca más lo hagas. No soy tuya.
Nunca más te acerques a mi familia.