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España > Malaga > Antequera
23-12-12 14:23 #10895040
Por:No Registrado
En el aniversario del asesinato de Carrero Blanco.
Luís Carrero Blanco, Almirante del Ejército Español en una ocasión dijo: "Los comunistas, como los bárbaros, necesitan traidores que les abran las puertas."

Cuando se cumple un nuevo aniversario de su asesinato, es de agradecer que alguien lo recuerde y rememore tal como se merece y la verdad, no he podido encontrar nada mejor que aquél artículo escrito por Blas Piñar en la revista Fuerza Nueva el 5 de enero de 1.974, cuyo título EL ENEMIGO ESTÁ DENTRO, tan esclarecedor que el paso de los años no ha hecho sino darle toda la razón.

El artículo, escrito en el contexto del año 1974, dice así:

Y ese enemigo acaba de asesinar a Carrero Blanco, al conductor de su automóvil y al policía de su escolta, como asesinó, sin escrúpulos ni miramientos, a nuestros familiares y amigos en la zona roja, como asesinó en las provincias vascongadas hace unos años, como asesina en los países sojuzgados por el comunismo a quienes con espíritu de mártires no quieren renunciar a su fe cristiana o se permiten discrepar de la ideología o de los procedimientos marxistas.

Quien olvide esto, sobre todo si tiene un puesto rector en la política del país, es un ciego voluntario que nos lleva a la confusión o a la insensibilidad, y en definitiva a la autodemolición del Régimen y al caos.

Que en el ambiente oficialista de Europa reine un clima de contemporización y entreguismo, no justifica ni avala la postura mimética y aperturista que venimos adoptando.

Franco, en ocasión solemne, advirtió que “el pueblo que no aprende de la Historia está condenado a repetirla”. El olvido histórico es un crimen, un despilfarro de las lecciones aprendidas a golpe de martillo y de sangre, que la Providencia brinda a los pueblos para que rectifiquen y encaucen con previsión su futuro. Por eso, olvidar la guerra es un error; y ello no sólo porque la Victoria no puede concebirse sin la guerra, sino por la inmensa injusticia que supone convocar a una juventud para la lucha, el sacrificio y la muerte, y después publicar con énfasis que los muertos, los sacrificios y el combate han sido olvidados.

Una cosa es el perdón que nuestra conciencia cristiana nos pide, pero que es infecundo sin el arrepentimiento consecuente, y otra el olvido. En varias ocasiones hemos traído a colación la advertencia de Menéndez y Pelayo, coincidente con la del Caudillo, cuando hacía notar que los pueblos que olvidan vuelven a chocar con los mismos obstáculos y a caer, mutilándose, en la senda, víctimas de infantilismo o de senilidad; estados en que la memoria es flaca, o por falta de desarrollo o por simple adormecimiento.

Ni la guerra puede olvidarse ni tampoco, naturalmente, la Victoria. Lo que ocurre es que la Victoria se ha querido olvidar, ha estado olvidada. Ya en 1964 no se conmemoró, a sus veinticinco años, la Victoria, sino la paz. Una paz aséptica, comodona, burguesa, que parecía, a través de la propaganda que nos inundó por entonces, que había sido lograda por obra del azar, y no por el esfuerzo de una nobilísima generación española. La Victoria quedó en la penumbra, en el desván, empalidecida, como estorbando y sin alas.

A las nuevas generaciones, habándoles tanto de ese tipo de paz –como la que da el mundo-, se les ha negado la explicación y la justificación de la guerra y se les ha hecho casi imposible, a través de las versiones oficialmente homologadas, apreciar y valorar en todo su alcance la Victoria.

Si realmente no hemos olvidado la Victoria, ¿cómo se explica todo lo que políticamente viene acaeciendo de luctuoso y dramático en el país? ¿Cómo puede decirse que no hemos olvidado la Victoria, cuando todo el bagaje doctrial del Movimiento ha sido puesto en interrogación o ridiculo; cuando se ha consentido que los centros de formación de nuestra juventud –lo más preciado que tenemos- caigan en parte en manos de profesores marxistas; cuando con desprecio de las fuerzas en lucha se han abierto las puertas de la Organización Sindical a los miembros de las Comisiones Obreras; cuando las librerías están llenas de publicaciones rojas; cuando los periódicos entonan alabanzas a los enemigos del Movimiento; cuando se ha consentido, sin cortarlo de raíz, que algunos estamentos eclesiásticos se sumen a la subversión ideológica y armada, y que algunos obispos y príncipes de la Iglesia respalden de palabra, por escrito y con su conducta a los que alientan o participan de un modo activo en la subversión y en los atentados sangrientos.

¿O es que podría justificarse su recuerdo con unas conmemoraciones aparentes, oficiales o folklóricas, que, por añadidura, cada vez van siendo más escasas? La vigencia y la vitalidad de la Victoria es algo más, mucho más que todo eso, aun cuando eso haga falta. Esa vigencia, esa vitalidad, ese “no olvido”, suponen la permanente y renovada invocación de sus razones y de la doctrina que lleva consigo, tanto para difundirla y transformarla en subconsciente nacional como para impedir que nazca o progrese cualquier tentativa de erosionarla o hacerla irrelevante.

Decía Carrero Blanco, en su discurso al Pleno de las Cortes, el 21 de diciembre de 1970, dos cosas que conviene recordar ahora, en que todavía está a flor de piel la indignación colectiva por su vil asesinato: que el comunismo “no olvida su derrota de 1939 en nuestro suelo”, y que “los comunistas, como los bárbaros, necesitan traidores para que les abran las puertas”.

Ante los cadáveres mutilados por la explosión de la dinamita, ante el inmenso socavón de la calle de Claudio Coello –que de no reaccionar con energía puede ser una maqueta de la tumba de España-, los hombres responsables del país deben reflexionar seriamente sobre esas dos frases de Carrero Blanco. Es mucho lo que está en juego para que todo quede en una llamada a la serenidad, en una invocación al juego de las instituciones o al mecánico funcionamiento de las leyes.

Todo esto es muy respetable y ha de ser respetado; pero lo que importa es el espíritu que anime a las soluciones que puedan arbitrarse, la resuelta voluntad de rectificación que venimos pidiendo sin cesar desde el mismo instante en que, por advertir la gravedad del peligro, salió a la calle nuestro semanario.

No hay peor sordera que la voluntaria, ni actitud más trágica que la que responde con la burla, el desprecio o el insulto a los que tratan de evitar que el desorden, en la acepción filosófica del vocablo, continúe. La gran ironía está en que las primeras víctimas, como siempre, serán los que nos ofenden y difaman, los que nos siguen llamando de “extrema derecha” o nos imputan, como lo ha hecho –no acierto a entender las intenciones- un director general en ejercicio y en una biografía de Franco que se paga con fondos estatales, que somos un “partido en un Régimen sin partidos”.

Nuestra postura es conocida y transparente. No tenemos nada que ocultar, disimular o esconder. Por eso, ante el porvenir incómodo que se nos avecina, reiteramos una vez más lo que con lógica, que los hechos por desgracia evidencian, hemos venido afirmando: que las mismas causas producen los mismos o peores efectos, y que de no modificar aquéllas en un plazo que la urgencia de los acontecimientos aconseja muy breve, el país tendrá que enfrentarse con una situación aún más penosa y difícil.

Esta rectificación, como también pedíamos a raíz del indulto de 1970, “ha de dar al traste con el trabajo metódico de la subversión y con las redes que ha ido extendiendo durante los últimos años”. A estas redes incumbe ahora , como entonces, la labor de llamarnos alarmistas, de invocar la serenidad sin diferenciarla de la frialdad, de volver la atención a los “ultras” de la derecha, para que pronto la tierra echada sobre el cadáver de Carrero sea tierra echada a un asunto al que no conviene se aluda demasiado. Y así, hasta que, envueltos por la cortina de humo, no veamos la sangre derramada otra vez, las piltrafas de los cuerpos dinamitados, la brutalidad y la enorme significación política del magnicidio; hasta que, en suma, tengamos de nuevo, adormilados y drogados, la impresión, como después de las manifestaciones de diciembre de 1970 o luego del crimen del 1 de mayo de 1973, de que aquí, “en el fondo, no ha ocurrido nada y de que las cosas deben continuar como antes y por el mismo derrotero”.

Yo pido a Dios que el asesinato brutal de Luis Carrero Blanco sea un revulsivo para los cuadros dirigentes y responsables del país, como lo fue el de Calvo Sotelo, para el pueblo español, y que lo acaecido recientemente y que nos llena de luto, como lo que viene sucediendo y venimos denunciando en esta última etapa, tenga corrección, para demostrar, utilizando una frase del escritos italiano Julio Evola, que estamos ante una crisis “en” el Sistema, pero no ante una crisis “del” Sistema mismo.
Puntos:
24-12-12 20:24 #10897628 -> 10895040
Por:No Registrado
RE: En el aniversario del asesinato de Carrero Blanco.
Eres un iluminado.

La llevas clara...........
Puntos:
25-12-12 13:27 #10898201 -> 10895040
Por:No Registrado
uno menos
5 horas, para recorrer 20 Km. por culpa de un muerto, y las 4 de la mañana para poder acortarse uno después de 15 horas de trabajo y estudios, en esa enorme cola en una de las salias de la capital. Todo porque uno de los hijoéputas nacionales, casi lo ponen en órbita, eso si, después de la misa diaria en comunión con su bastardo dios.


Cierto que no todos pagan, pero algunos sí pagan, y si no llega a ser por la cornisa ahora sería un satélite, que quien sabe si estaría prestando servicio a la nación en eso de las telecomunicaciones...
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08-02-13 16:43 #11052871 -> 10898201
Por:No Registrado
RE: uno menos
El poder de la cia era y es demasiado grande incluso para el caudillo y sus seguidores. Riendote
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