Rajoy no dio la talla Rajoy ayer no dio, una vez más, la talla de presidente Don Mariano empezó fuerte y faltón su intervención en el debate de ayer. Leía con solemnidad y cierta retranca. Se sentía a gusto, tan cerca ya del paraíso, y se regodeaba poniendo a parir a Zapatero, entre ironías, menosprecios y ovaciones de sus hinchas. La culpa no es de España, decía Rajoy, siempre patriota. Es de Zapatero, puntualizaba astutamente el líder de la derechona. Recitó con soltura el texto que probablemente le había redactado o inspirado su veterano gurú, Pedro Arriola, todo un superviviente. Le debió de parecer una ocurrencia graciosa eso de que los diputados del PSOE tendrían que cargarse a Zapatero para terminar con él. Muerto el perro, se acabó la rabia, vino a decir el ingenioso líder genovés. El sucesor seré yo, pensaba además el sucesor de Aznar. Estuvo vistoso –todo hay que decirlo- y sólo faltó que sus mesnadas le hicieran la ola. Salvar la cara Peroraban los portavoces de las distintas minorías parlamentarias. Fue entonces cuando, de pronto, don Mariano cayó en la cuenta de que se estaba quedando solo, como antaño. Es verdad que los jefes de filas de CiU, PNV, ERC, IU y otras formaciones arremetieron en sus discursos contra Zapatero. Trataban naturalmente de salvar la cara. Y lo consiguieron. Con mayor o menor entusiasmo Pero, en definitiva, no condenaron a Zapatero al averno, sino que se ofrecieron de un modo u otro -con mayor o menor entusiasmo- a colaborar con el Gobierno Zapatero en ese Pacto de Estado que se otea en el horizonte, que provocó hace unos días gastroenteritis abundante en Génova 13 y que fue impulsado por la Moncloa y también por la Zarzuela. Y que, sobre todo, conecta con el sentido común de la inmensa mayoría de los ciudadanos de nuestro país. Juntos podemos Juntos, podemos, clamaban los partidarios de Barack Obama. Y, contra viento y marea, pudieron. A pesar de los fascistas enmascarados -conocidos como neocon- un negro llegó a la Casa Blanca en EEUU. Jamás un presidente norteamericano –a pesar de algunos errores y de la tormenta económica que castiga también con fuerza a la primera potencia mundial- había conseguido, salvo Franklin D. Roosevelt, el vencedor de la Gran Depresión, que el sueño americano fuera mucho más que un espejismo. ¿Roosevelt comunista? Los populares, sin embargo, no son partidarios de Roosevelt -al que la derecha americana de los años treinta y principios de los cuarenta del pasado siglo insultaba llamándole rojo, socialista o comunista- y prefieren santificar a Ronald Reagan, aquel ultramontano liberal que nunca pasó de ser un mediocre actor, deleznable delator de compañeros suyos ante el inquisidor McCarthy, y que fue un pésimo presidente. Fue más bien un muñeco de feria, un símbolo sagrado para los conservadores, un icono reaccionario. La confirmación Rajoy tuvo que asumir ayer, en el Congreso de los Ciudadanos, que no basta con descalificar al actual jefe del Gobierno para acceder a la Presidencia del Ejecutivo. Que el jefe de la derecha espere -o diga que espera- que los diputados socialistas retiren mayoritariamente a Zapatero de la Moncloa, no es más que la confirmación de que Rajoy no dio una vez más la talla. Con la crisis de trasfondo Tampoco la da a la hora de hablar en serio. Con la crisis de trasfondo, no parece desde luego lo más adecuado que el líder del PP haga chanzas -como ayer hizo-, más propias de señorito provinciano, a punto de fumarse un puro, que de un candidato responsable a presidir el Gobierno de España.
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