Cadalso de los Vidrios - Madrid

Cuando pusimos la última fila de la celosía del jardín, en la parte de la valla que da a la parcela de abajo, me vendió él las piezas. Eso fue hace algunas Navidades (¿recuerdas hija?, estuvimos los cuatro colaborando en ello una tarde muy fría de diciembre). En la primavera siguiente volví a pasar por su almacén a comprarle alguna otra cosa. No recuerdo el qué. Le vi tan desmejorado que me impresionó y así se lo dije a tu madre. Había adelgazado una barbaridad y su expresión, antaño risueña y expresiva, se trocó en alicaída, desconsolada… con la mirada perdida en el infinito. Me dio mala sensación y le pregunté a tu abuela (que casi lo sabe todo referido a las gentes de Cadalso) y me contó lo de la depresión anoréxica que le había tenido recluido un tiempo en el hospital.
A veces, cuando llegábamos de Madrid e íbamos a ver a tu abuela, le encontrábamos caminando solitario por la carretera de Cenicientos y seguía triste con los ojos cerrados a su presente. Yo le miraba desde el coche y me asaltaba una pena repentina mientras, subrepticiamente, le seguía con la mirada. No hay tristeza mayor que la soledad del propio desamparo. La depresión que se dice ahora, antes lo llamábamos pena o tristeza, siempre me estremece. Debe ser porque son primas hermanas de la melancolía, esa emoción que muchos cadalseños llevamos consigo. Volví a preguntarle a la abuela por él y me respondió que: “No mejora, no…” Y marchábamos de su corazón a nuestros asuntos, como hacemos casi siempre de forma mecánica, sin hacer mucho caso de la pena de los demás. Así de insolidarios somos muchas veces los seres humanos…
Y hoy me cuentas que los cadalseños vienen de enterrar un pedazo de pan en el recuerdo y se me vienen a la mente estas cosas que le tienen a él como protagonista. Antes de todo esto, un atardecer del Día del Cristo de hace varios años, a la salida de los toros, entró La Muñana en Carabias. Aparecíamos todos felices y risueños. Muy contentos y alegres bebíamos cubatas desaforadamente. Entre el amasijo de camisas blanquiazules y pañuelos rojos quise identificar a quien andaba tirando agua por lo alto porque yo había recibido un chaparrón que me puso perdido. Era él feliz quien lo arrojaba a las alturas entre carcajadas, abrazos y gritos. ¡¡¡Para ya, que me has puesto perdido!!!, le dije. Pero no me hizo caso y siguió lanzando agua y sonrisas que ahora me producen unos extraños escalofríos en el pecho. ¡Qué diferente aquel ayer a este hoy!
Esta muerte me recuerda a otra de alguien muy querido, una de las personas más buenas que he conocido a lo largo de toda mi vida pasada, presente y futura. Se me antoja muy parecida, porque en ambas ronda la tristeza de los buenos sentimientos junto a jirones de infancia que son como reliquias sagradas. Vuelvo a recordar su sonrisa, florece primero en mi recuerdo y se derrumba en el presente ante mi. La envuelvo en un silencio mortal. Las celosías han desaparecido, como los gorriones (otro gorrión que se me ha despedido, se quejaba Patxi Andión).
Cuando florecían los almendros y meses después perdían sus hojas, mi abuela y mi madre iban a Peroles (junto a tu almacén) a lavar la ropa. El agua bajaba suavemente entre el trinar de los pajarillos e iba acariciando las piedras antes de azular los dedos de las lavanderas. Yo sé que si algún día la bondad se refleja en algún lugar, lo hará en un rostro como el suyo. Por eso lo miraba cuando lo encontraba andando solo por la carretera. Parecía ir cantando en silencio al igual que los gorriones cantaban suspendidos sobre el cielo de Peroles. Él se fue tras ellos para nunca olvidar su canto.

A veces,la vida nos guarda desagradables sorpresas. Hacía muchos años que no veía a Dani, le recuerdo de pequeño, cuando vivía junto a la Plaza, en donde antes tenía la peluquería Gorrón, cuando era aún muy niño. Luego no hemos coincidido mucho.
M más sentido pésame a sus padres y hermano.

Balta