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27-08-11 01:16 #8621041
Por:zagor331

Sobre las corridas de toros, la instrumentalización de los animales y la imposible justificación de seguir abusando de ellos J.E Linares (interesante)
(Un poco largo pero muy interesante, describe muy bien la auténtica realidad de las corridas de toros ...)
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Sobre las corridas de toros, la instrumentalización de los animales y la imposible justificación de seguir abusando de ellos

Jorge Enrique Linares Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

No emprenderé aquí una refutación punto por punto de los argumentos que, en el contexto de la prohibición en Cataluña a partir del 2012, han intentado defender las corridas de toros como una tradición cultural venerable o, por lo menos, tolerable. Pero ya que se han esgrimido sorprendentes razonamientos del más puro y duro antropocentrismo, conviene analizarlos someramente.

Antes de entrar en los temas bioéticos, debemos deslindar la disputa de política local española que ha estado involucrada en el asunto. Que el Parlamento de Cataluña haya decidido prohibir las corridas, pero no los correbous, es un error garrafal que alimenta todas las sospechas sobre el sesgo catalanista de la resolución legal. Que por ello la medida es hipócrita y de doble moral, resulta cierto. Pero no desacredita ni debilita el núcleo bioético en discusión, base racional de la prohibición: las corridas de toros son espectáculos públicos en los que se tortura y casi siempre se mata a miles de animales sintientes. Ojalá el Parlament corrija ese sesgo y se resuelva consecuentemente a prohibir también los correbous.


Inmoralidad o moralidad de las corridas de toros

Fernando Savater, reconocida autoridad en ética filosófica, ha tomado el estandarte del antropocentrismo defensor de la tradición taurina. Señala que no existen razones concluyentes que sustenten que “un Parlamento prohíba una costumbre arraigada, una industria, una forma de vida popular”. Ha equiparado la prohibición, promulgada por medios y formas democráticos, con las acciones del Santo Oficio, comparación que me parece abusiva por ser más que retórica.

Savater pregunta “¿son inmorales las corridas de toros?”; responde:

La sensibilidad o el gusto estético […] deben regular nuestra relación compasiva con los animales, pero desde luego no es una cuestión ética ni de derechos humanos (no hay “derechos animales”), pues la moral trata de las relaciones con nuestros semejantes y no con el resto de la naturaleza.

Precisamente la ética es el reconocimiento de la excepcionalidad de la libertad racional en el mundo de las necesidades y los instintos [subrayado mío]. No creo que cambiar esta tradición occidental, que va de Aristóteles a Kant, por un conductismo zoófilo espiritualizado con pinceladas de budismo al baño María suponga progreso en ningún sentido respetable del término ni mucho menos que constituya una obligación cívica.1

Las confusiones y falsedades vertidas en el párrafo anterior son escandalosas, tratándose de un profesor de ética con tanta experiencia. En verdad que hace quedar muy mal al gremio filosófico. Los que nos dedicamos a la ética filosófica tenemos la obligación de aclararle al respetable público: no todos pensamos así ni con tanto desaseo cuando se trata de defender nuestros gustos personales.

Primero, la idea de que la ética sólo tiene que ver con las relaciones entre seres humanos es contundentemente falsa. Todos aquellos seres vivos sintientes incapaces de tener actos conscientes, intencionales y deliberados (prácticamente todos los animales no humanos, pero también muchos seres humanos) no son agentes morales responsables (no podemos pedirles obligaciones y responsabilidades morales), pero eso no significa que la manera en que los tratamos no tenga relevancia ética.2 Una moral antropocéntrica intransigente y dogmática nunca concederá que tenemos obligaciones éticas con el resto de la naturaleza.

En eso se sustenta el dominio abusivo y violento que los seres humanos han ejercido sobre muchas otras especies. Igualmente, un racista o xenófobo rechazará que los otros congéneres a los que considera inferiores tengan iguales derechos; y siempre defenderá su libertad para maltratarlos. En cambio, una ética capaz de superar el especieísmo antropocéntrico amplía el ámbito de la consideración moral y reconoce

1 Todas las citas de Savater son del artículo “Vuelve el santo oficio”, publicado en El País, el 30 de julio.

2 Los antiabortistas quizá se frotaron las manos: ¿tenemos entonces deberes éticos con los embriones y fetos de pocas semanas? No, porque he dicho “seres vivos sintientes”. Para contar en el mundo moral, al menos como paciente, hay que tener la capacidad de sentir placer o dolor y poder distinguirlo; y para sentir hay que tener el equipamiento fisiológico completo y desarrollado. ¿Entonces podemos apalear a alguien en estado vegetativo, sin temor a que nos reprendan los demás? Tampoco: quienes, por algunos indicios detectables, fueron seres sintientes (o probablemente aún lo son en alguna medida) también cuentan como pacientes morales. 2

Nuestras obligaciones y deberes para con el resto de la naturaleza, comenzando con todos aquellos seres vivos sintientes a los que afectamos, dañamos y matamos.
Segundo, la “excepcionalidad de la libertad racional” que se supone caracteriza a los seres humanos sería, en todo caso, justamente la base para que éstos sean capaces de regular y atemperar sus conductas violentas, independientemente de las fuerzas naturales, las pasiones y los instintos; es decir, de una manera libre y autónoma.
Tercero, si lo anterior no representa una forma de “progreso” ético de la humanidad (y, por ende, una revisión crítica de la venerable tradición que va de Aristóteles a Kant), entonces no existe ninguna posibilidad de avance civilizatorio y progreso en las formas de la convivencia humana. Entonces caeríamos en el más puro y llano nihilismo moral.

Además, si el intentar asumir responsabilidad ética por el trato que damos a otros animales no es un signo de progreso moral, ¿con qué argumentos podemos decir que la ética que defiende los derechos de todos los humanos por igual, o bien la ética que argumenta la igualdad fundamental entre los sexos, representan mejoras morales con respecto a las morales sexistas, machistas, etnocentristas, chovinistas, racistas y también antropocentristas?

Más de un escéptico despreció o se burló en el pasado de ideas que postularon la igualdad esencial entre todos los seres humanos. En nuestros tiempos, las evidencias científicas acabaron por dar sustento a ese ideal ético. Por ello cualquier moral discriminatoria es ahora inaceptable. Pero lo mismo sucede con cualquier planteamiento que excluya arbitrariamente del ámbito de nuestras responsabilidades y deberes éticos a los demás animales sintientes con los que nos relacionamos.

Por otra parte, Savater cuestiona:
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27-08-11 02:01 #8621158 -> 8621041
Por:zagor331

RE: Sobre las corridas de toros, la instrumentalización de los animales y la imposible justificación de seguir abusando de ellos J.E Linares (interesante)
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Por otra parte, Savater cuestiona:

¿Es papel de un Parlamento establecer pautas de comportamiento moral para sus ciudadanos, por ejemplo diciéndoles cómo deben vestirse para ser "dignos" y "dignas" o a que espectáculos no deber ir para ser compasivos como es debido? ¿Debe un Parlamento laico, no teocrático, establecer la norma ética general obligatoria o más bien debe institucionalizar un marco legal para que convivan diversas morales y cada cual pueda ir al cielo o al infierno por el camino que prefiera?

El punto central de debate no es si las corridas son espectáculos dignos o indignos, moralmente positivos o denigrantes para los humanos. No pienso para nada que el aficionado a las corridas sea un ser degradado y perverso.

El tema no es moral, es ético: la pregunta es si se produce o no la tortura y la muerte intencional de animales sintientes sólo para fines humanos que no poseen una justificación de primera necesidad hoy en día. Y si los parlamentos no pueden deliberar sobre los actos públicos para establecer regulaciones de la vida social, entonces no sé para qué deben servir. Luego no nos quejemos de la ineficacia e inutilidad de las democracias.

Ciertamente, el consenso no es fácil de alcanzar ni puede ser unánime para imponer una restricción o una regulación a las libertades. Desde luego, a nadie le gustan las prohibiciones que dicta el poder público (sí en cambio, hay gente que se siente muy cómoda con las prohibiciones que imponen las religiones o las tradiciones culturales). Pero no hay otra forma de crear consensos legales y políticos.

Se ha dicho que era mejor que dejáramos morir de muerte natural a la tradición de las corridas. En Cataluña ha decaído rápidamente en los últimos años, pero eso es efecto también de una política pública. ¿Tenemos que esperar a que muera una tradición para que dejemos de matar a estos animales sólo por motivos festivos? ¿Por qué no actuar antes? Algún bien se conseguirá (menos animales sacrificados inútilmente), y éste es mayor que el mal causado (la restricción de las libertades y la frustración de algunos aburridos aficionados). Es claramente legítimo que el poder público intervenga para modificar aquellas tradiciones sociales violentas que ya no se justifican en nuestros tiempos. De esta manera, puede contribuir a formar nuevos consensos morales en las sociedades.

Savater señala que la asistencia a las corridas de toros es voluntaria; quien no quiera verlas, pues que no vaya. Pero igualmente voluntario era asistir a las decapitaciones y empalamientos en las plazas públicas; y no por eso diríamos ahora que dependen del gusto de cada quien. El punto no es lo público o lo privado de la fiesta brava, la preferencia o el gusto por tal o cual espectáculo, sino que en éste en particular se daña y mata animales de manera injustificada y masiva (como en otros actos culturales otradicionales que también deberíamos abandonar).

Esto es más que suficiente para convertirlo en un asunto de ética pública, de consenso ciudadano, y no de meras preferencias personales. Quizá se esté dando un primer paso para revisar y cuestionar todas las tradiciones culturales que impliquen violencia, tortura y muerte injustificadas de seres vivos.

Víctor Martínez Bullé‐Goyri ha cuestionado: “¿y la libertad?, ¿y la autonomía?” ...
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27-08-11 02:26 #8621201 -> 8621158
Por:zagor331

RE: Sobre las corridas de toros, la instrumentalización de los animales y la imposible justificación de seguir abusando de ellos J.E Linares (interesante)
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Víctor Martínez Bullé‐Goyri ha cuestionado: “¿y la libertad?, ¿y la autonomía?” Mi respuesta es que en nombre de las libertades no podemos justificar cualquier cosa. Las libertades deben ser reguladas y la autonomía implica responsabilidades para los agentes libres. Por cierto, fueron los liberales británicos, como Jeremy Bentham (como nos recuerda Mosterín en su artículo El principio del fin del 30 de julio en El País) quienes argumentaron contra los maltratos hacia animales y quienes participaron en los debates del Parlamento para prohibir las corridas de toros en Inglaterra.
La prohibición de las corridas no constituye una afectación grave a las libertades ciudadanas, y sí un llamado a nuestras responsabilidades inherentes para comportarnos como agentes morales autónomos y racionales, que podemos evitar el daño y sufrimiento voluntario e intencional que causamos de manera arbitraria a otros seres vivos sintientes. Se juega en ello la posibilidad de progresar hacia formas más civilizadas de convivencia humana con los demás animales, lo cual repercute también en reforzar la civilidad entre los seres humanos, como Kant mismo había vislumbrado.

Ahora bien, se ha dicho que entonces convenzamos a los que gustan de las corridas, en lugar de prohibirles continuar con la fiesta. Sin duda, el tema de la prohibición legal (de cualquier cosa que hagamos social o individualmente) plantea este problema moral de fondo: ¿debemos “respetar” la libertad de minorías o grupos sociales que practican actos en los que se maltrata o mata deliberadamente a seres vivos sintientes, sólo porque representan tradiciones culturales y signos identitarios? ¿Los valores culturales son superiores? ¿Las formas humanas de encontrar placer o comunión colectiva son más importantes que el bienestar de otros animales?
Más de algún multiculturalista despistado se precipitaría ahora a defender los sacrificios humanos, si todavía los hubiera, en nombre del respeto a la diversidad cultural. Y Algunos me reprocharán: “pero no es lo mismo sacrificar humanos que a otros animales”. 3¿Por qué no es lo mismo? Más adelante volveremos sobre la diferencia esencial entre humanos y otros animales.

Pero la pregunta anterior no es fácil de responder, pues implica, en mi opinión, un verdadero dilema: ¿nos hacemos de la vista gorda echando mano de cualquier justificación relativista o culturalista para tolerar que otros violenten, torturen y maten a otros animales sintientes por motivos rituales o festivos; o bien intentamos convencerlos, y si no, obligarlos a que modifiquen o abandonen sus prácticas violentas, con la única finalidad de proteger al enorme número de víctimas que causan sus “preferencias” estéticas y culturales (se calcula que cerca de 30 mil toros sólo en España)? El dilema es el de la tolerancia misma, Pero ¿qué es tolerable y qué es intolerable?

Si lo que hace mi vecino me parece éticamente inaceptable, puede que simplemente sea yo un intolerante rabioso. No obstante, puede que encuentre razones de peso que fundamenten mi intolerancia hacia determinados actos del vecino; entre las más firmes estarían el daño y sufrimiento deliberado que sus actos produzcan a otros seres vivos sintientes. Entonces mi intolerancia se convierte en obligación moral de detener la violencia. Lo que el vecino haga con su propia vida y con el consentimiento de otros como él, no me incumbe; pero puede incumbirme el daño que provoca a otros. Sin embargo, alguien me increparía: “¿pero a ti qué te importa si para entretenerse el vecino tortura o mata a quienes no son de tu familia, tribu, clan, nacionalidad o especie natural? A éste le gusta matar toros, aquél pone a pelear a muerte a gallos y perros; y a los de más allá les gusta golpear y denigrar a sus mujeres o hijos, ¿qué más da, a ti qué te importa?” Esta es la cuestión moral por excelencia. Puedo decidir que no me importa y tratar de encontrar justificaciones; pero si tengo razones para que me importe, estoy obligado a hacer algo para que ya no suceda.

3 Si tuviéramos que decidir entre la vida de un humano y la de otro animal, lo más sensato y esperable es que optemos siempre por la primera. Pera esta “preferencia” de especie no se sigue cuando siempre que tenemos que valorar la vida o el bienestar de otros animales en conjunto, nos negamos a conferirle algún valor. Además, en la gran mayoría de los casos en los que optamos por sacrificar a un animal (con excepción de usarlo como alimento) no está en juego la vida de un ser humano, no hay dilema. Y entonces razonamos en todos los millones de casos en los que enfrentamos la decisión de matar a un animal como si fuera un dilema. La relevancia ética de la muerte que causamos a los animales tiene que ver con el número. Matamos mucho más de lo que necesitamos; matamos por muy diversos motivos. Y matar a un número elevado de animales por satisfacer placeres estéticos o rituales no es un acto justificado.

¿Qué entonces con las libertades y la autonomía? Las personas adultas con capacidades mentales “normales” tiene el pleno derecho de hacer lo que quieran con su propio cuerpo, pensar y creer lo que sea, y decirlo a los cuatro vientos; tiene derecho a entrar en la relación que deseen con otros iguales, siempre y cuando lo consientan mutuamente. Pero nunca ese derecho incluye el permiso para maltratar, violentar, torturar o matar a otro ser vivo sintiente que no consienta o no pueda consentir ese trato, y menos sin una causa justificada y de estricta necesidad vital.


La doble moral prohibicionista de la defensa de los animales.

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27-08-11 02:33 #8621209 -> 8621201
Por:zagor331

RE: Sobre las corridas de toros, la instrumentalización de los animales y la imposible justificación de seguir abusando de ellos J.E Linares (interesante)
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La doble moral prohibicionista de la defensa de los animales.

Otro argumento protaurino señala que la prohibición sería aceptable sólo si se prohíben todos los demás actos públicos en los que se maltrate a cualquier ser vivo, o sólo si dejáramos de comernos a los demás animales. Es una petición desmedida. Como fines son deseables, pero se debe empezar por algo. Así, en un arrebato moralista, Mario Vargas Llosa relata cómo respondió a una señora que criticaba las corridas con el argumento de que ella se comía una langosta que había sido “torturada” antes de ser cocinada para que ella la degustara. O sea que sólo los vegetarianos radicales (que no comen nada de origen animal) tendrían el “derecho” moral de criticar las corridas. Este argumento es un exceso moralista, un recurso tramposo que en México se conoce como “pleito ratero”.

Empero, los protaurinos contraatacan: “¿acaso seremos mejores personas sólo por prohibir las corridas?” Claro que no, mientras no dejemos de hacer tantas otras cosas brutales y violentas. ¿La prohibición en Cataluña no será sólo hipocresía, doble moral y un acto político de regionalismo absurdo? El toreo sería así el chivo expiatorio de la doble moral pública, ¡qué ironía! Tienen toda la razón los taurinos: que nadie piense que sólo con prohibir las corridas nos hemos ganado un lugar en el jardín de los justos. No seremos por ello mejores ni más puros, pero al menos habremos tomado la decisión colectiva, deliberada y racionalmente argumentada, de abandonar actos públicos salvajes y violentos que ya no necesitamos para vivir. Comenzaremos a fincar las bases de un mundo con menos violencia y menos arbitrariedad. En ese mismo camino y en esa misma
dirección se agrupan todas las prohibiciones políticas y jurídicas que han tenido el apoyo de una razón ética, y casi nunca la unanimidad del respetable público: la prohibición de la esclavitud, de las ejecuciones públicas, de la segregación racial, de la violencia de género, del trato indigno y denigrante a cualquier ser humano. Todavía falta muchísimo: la abolición de la pena de muerte, la prohibición de la discriminación social y jurídica por motivos de orientación sexual e identidad de género, la efectiva penalización de la violencia doméstica, del abuso sexual a menores, y la abolición de todas las prácticas sociales (costumbres y tradiciones) de maltrato innecesario e injustificado contra animales sintientes.


Antropocentrismo e instrumentalización de la naturaleza

Se pregunta Savater: “¿Son las corridas una forma de maltrato animal?

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27-08-11 02:50 #8621230 -> 8621209
Por:zagor331

RE: Sobre las corridas de toros, la instrumentalización de los animales y la imposible justificación de seguir abusando de ellos J.E Linares (interesante)
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Antropocentrismo e instrumentalización de la naturaleza

Se pregunta Savater: “¿Son las corridas una forma de maltrato animal?” Yo respondo con otra pregunta: ¿Qué es lo que debe tener alguien en la cabeza para que no sea capaz de reconocerlo? La respuesta de Savater es por demás sorprendente:

A los animales domésticos se les maltrata cuando no se les trata de manera acorde con el fin para el que fueron criados. No es maltrato obtener huevos de las gallinas, jamones del cerdo, velocidad del caballo o bravura del toro. Todos esos animales y tantos otros no son fruto de la mera evolución sino del designio humano (precisamente estudiar la cría de animales domésticos inspiró a Darwin El origen de las especies). Lo que en la naturaleza es resultado de tanteos azarosos combinados con circunstancias ambientales, en los animales que viven en simbiosis con el hombre es logro de un proyecto más o menos definido. Tratar bien a un toro de lidia consiste precisamente en lidiarlo. [subrayado mío]


Sumo a la anterior esta opinión de Salvador Boix (exapoderado de un torero), también publicada en El País, que expresa el mismo sesudo argumento de Savater: “Los toros bravos son toros de pelea, igual que los gallos de pelea sirven fundamentalmente para pelear. Son dos especies que no tienen sentido de otro modo, y si no hacen eso se extinguen.” Y Mario Vargas Llosa remata con esta letanía: “El toro de lidia existe gracias a la fiesta y sin ella se extinguiría”.
Estas versiones del mismo argumento son ejemplos perfectos de pensamiento antropocéntrico y antropomórfico que sólo ve en la naturaleza instrumentos como si existieran únicamente para nuestros fines. Spinoza criticó profusamente este error cognitivo en su Ética al analizar la concepción popular de Dios como un sujeto que se propone fines, y que tiene la voluntad de hacer que las cosas sucedan como nosotros queremos que sucedan.

Decir que los gallos o los toros sirven (¿a quién le sirven?) fundamentalmente para pelear es como decir que los seres humanos sirven fundamentalmente para pensar. Con ese tipo de opiniones queda claro que no es el caso.

El argumento más sorprendente de la mentalidad antropocéntrico‐instrumentalista es el que afirma que los toros de lidia son una especie de artefactos creados por los hombres. El razonamiento se basa en la idea confusa de que esos seres sólo existen gracias a nosotros, y que entonces tenemos derecho a hacer lo que nos venga en gana con ellos. El problema es que dicho razonamiento confunde crianza con creación o fabricación. Afirma que los toros son artefactos enteramente producto del trabajo y el ingenio humano, y por ello, meros instrumentos para nuestro divertimento, que sólo sirven a los fines que los humanos (en realidad, matadores y aficionados) les han asignado técnicamente, es decir, artificialmente. Aquí hay tremendas confusiones sobre la naturaleza de los bioartefactos, que intentaré abordar brevemente.

En efecto, los toros de lidia no son una especie natural; es decir, su conformación y fisonomía actuales son el resultado de la selección artificial que los seres humanos produjeron mediante la domesticación y el control de su crianza. Igual que la vid y los vinos que se producen con los frutos de esta maravillosa planta. La crianza, concepto castizo por antonomasia (símbolo de hispanidad, dirían los neochovinistas taurinos), es el concepto que describe el proceso técnico, ya milenario, de la domesticación de diversas especies de animales y plantas. Pero cuidado, los seres humanos no crearon ni diseñaron toros ni vides, y hasta la fecha no han podido crear por diseño ningún ser vivo. Los animales criados no son “cosas artificiales” (en sentido fuerte); conservan su organicidad natural y, por ello, no nos pertenecen como cosas que nosotros fabricamos; no nos pertenecen siquiera como las bicicletas y los coches.

Ahora bien, hemos logrado modificar especies naturales hasta obtener y controlar su crianza alterando su genética natural; hemos producido bioartefactos, pero éstos son híbridos que no dejan de pertenecer a líneas evolutivas y, lo más importante, cuyo funcionamiento orgánico sigue siendo natural (o sea, autopoyético o autosustentado), y no producto del diseño técnico. Probablemente, la mayoría de esos bioartefactos no sobrevivirían en ecosistemas naturales sin nuestra ayuda, pero eso no implica que sean meras quimeras. De este modo, tenemos bioartefactos como vacas lecheras, perros de muy diversa fisonomía, caballos, maíces (transgénicos o no), arroces, vides o toros (clonados o no, por cierto), pero todos estos organismos intervenidos técnicamente (o sea, criados) no son cosas que nosotros fabricamos desde cero, no son ‐en sentido estricto‐ organismos artificiales, sino seres vivos con cualidades y características de especies similares, excepto por los defectos o alteraciones que intencionalmente se han operado en ellos mediante la selección artificial o las técnicas modernas de transferencia genética.

Por tanto, decir que el toro de lidia sólo tiene por naturaleza embestir para ser lidiado, es una justificación intencionalmente sesgada que sirve para intentar justificar un dominio abusivo. ...
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27-08-11 03:16 #8621263 -> 8621230
Por:zagor331

RE: Sobre las corridas de toros, la instrumentalización de los animales y la imposible justificación de seguir abusando de ellos J.E Linares (interesante)
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Por tanto, decir que el toro de lidia sólo tiene por naturaleza embestir para ser lidiado, es una justificación intencionalmente sesgada que sirve para intentar justificar un dominio abusivo. Tanto como si dijéramos (muy aristotélicamente) que hay hombres que sólo tienen por fin pelarse a golpes, y que éstos son boxeadores por naturaleza. Y si esa es su naturaleza, usarlos para pelear todos los domingos es cumplir con su fin o “respetar” su propia naturaleza.

Por otro lado, los toros de lidia, como las vacas lecheras o los cerdos de granja, son seres vivos domesticados, lo cual quiere decir: modificados y adaptados según nuestros fines técnicos. Pero iré aún más lejos: los organismos domesticados están esclavizados o sometidos al dominio humano para que respondan de manera eficaz a nuestros fines. Domesticación no significa atenuación del carácter salvaje, más bien significa dominio y esclavitud ejercido por los humanos. ¿Suena raro, no? Pues sí, los seres humanos han sido capaces de esclavizar (para someter a sus fines) a otros congéneres y también a otros seres vivos, los cosifican y los instrumentalizan; se trata de una habilidad técnica desarrollada durante milenios. Aristóteles intentó justificar el dominio esclavista sobre otros seres humanos con la tesis de que existen esclavos por naturaleza. (¿No se parece mucho al argumento que dice que los toros de lidia existen para lidiarlos, que esa es su naturaleza?) Además, El Estagirita pensaba que, habiendo esclavos y animales domesticados, ¿para qué necesitábamos máquinas automáticas? Los autómatas de entonces eran esos bioartefactos.

Las relaciones humanas esclavistas y de servidumbre reinaron durante miles de años en muchas sociedades. Animales humanos y no humanos fueron generalmente propiedades (instrumentos) de varones dominantes. Después de siglos, las mujeres y los niños se han liberado de ese dominio masculino en términos formales, pero el resto de animales intervenidos técnicamente no se ha liberado del dominio que ejercemos todos los seres humanos sobre ellos.

Si la domesticación es una forma de dominio, toda forma de dominio debería tener una justificación ética para no ser arbitraria y abusiva. ¿Se justifica ahora el dominio esclavista que ejercieron unos pueblos sobre otros? Ya no, y sin embargo persisten formas de trabajo esclavizado, éticamente inaceptables (por ejemplo, las/los esclavos sexuales en millones de tugurios y prostíbulos del mundo). ¿Se justifica ahora el dominio domesticador que ejercemos los seres humanos sobre los demás animales? Aquí está el problema. Sí y no, depende de los fines y de los medios. ¿Se justifica torturar animales sintientes para consumirlos? No, es brutalmente innecesario y contraproducente en la mayoría de los casos. ¿Se justifica alterar a voluntad la naturaleza de las especies para crear los bioartefactos que respondan sólo a nuestros fines? Quizá, pero con restricciones y precauciones porque tenemos que hacernos cargo de los efectos ambientales y de los daños orgánicos que producimos en las especies alteradas o criadas. ¿Se justifica dominar, alterar, modificar a nuestro antojo a los demás animales, asignarles fines que son nuestros e intensificarlos hasta el límite: a la vaca lechera, que sólo dé leche; al toro de lidia, que embista con furia cuando queramos; al perro antinarcóticos, hacerlo adicto para que sólo busque drogas? Dejo la respuesta en suspenso.

En la época de Aristóteles confundíamos los fines técnicos de los humanos con los fines naturales de las especies, porque el filósofo griego pensaba que la naturaleza era como un gran artífice que creaba conforme a fines. Los seres humanos creían que los dioses nos habían colocado en un jardín lleno de animales y plantas que estaban a nuestra entera disposición. En esta tradición de pensamiento antropocéntrico‐instrumentalista se ubica la creencia de que los toros vinieron al mundo para ser lidiados por toreros en el ruedo. Es cierto que necesitamos todavía usar (instrumentalizar) a muchos animales para nuestros fines vitales, pero deberíamos comenzar a marcar los límites de esos usos, evitar los abusos y reducir la enorme cantidad de sufrimiento que provocamos, así como la enorme cantidad de animales que matamos, no siempre para fines vitales.
Los animales pueden colaborar con nosotros y “aceptar” la cooperación con los humanos en una especie de simbiosis, como parece que hacen muchos perros que trabajan, pero no por ello sería lícito decir que la naturaleza del perro (lobo domesticado hace miles de años) consiste en servir a nuestros fines. El trato éticamente aceptable que podemos dar a los animales que trabajan para nosotros o que nos dan algún servicio (perros, caballos, burros, camellos, etc.) es el que no deforma sus cualidades o habilidades naturales específicas, que se adecua a sus condiciones y necesidades biológicas, y que posibilita que vivan en bienestar y que mueran sin padecer sufrimientos innecesarios.

Imaginemos que somos capaces de diseñar y fabricar un organismo artificial que simulara un toro de lidia con total realismo. Lo más recomendable es que dicho organismo artificial no tuviera emociones ni sensaciones, que fuera una máquina programada para embestir furiosamente. Entonces los argumentos teleológicos de los taurinos tendrían sentido. Pero si el descubriéramos que dicho organismo artificial es capaz de desarrollar emociones y sentir dolor como el toro natural al que replica, entonces se presentaría el mismo problema ético. Si pudiéramos diseñar y fabricar enteramente organismos artificiales (como la oveja eléctrica de la famosa novela de Philip Dick que dio origen a Blade Runner) con capacidades sintientes, también adquiríamos por eso mismo obligaciones éticas para con nuestras criaturas frankenstianas. Por el contrario, si alguien demostrara que la selección artificial de toros de lidia ha producido un animal completamente insensible, no tendríamos ya posibilidad de objetar éticamente las corridas. Pero ninguna de las dos cosas es real.

Así pues, el pensamiento antropocéntrico confunde, en su soberbia, que un bioartefacto es un objeto que le pertenece íntegramente al sujeto que lo usa. Pero la crianza no confiere derechos metafísicos sobre la existencia de los organismos modificados e intervenidos para fines técnicos.

Ciertamente, sin nuestra intervención técnica, ahora no existirían como tales estos toros, vacas, perros, maíces, etc.; pero habría otras especies similares o subsistirían sus antepasados y parientes evolutivos cercanos (el uro, pariente natural del toro, se extinguió desde el siglo XVII). Pero el hecho es que existen y son, por ende, nuestra responsabilidad porque su artificialidad deriva de que no pertenecen a un ecosistema y no nacieron en estado natural, sino en cautiverio y crianza técnica. Por consiguiente, ningún dios nos ha concedido las patentes sobre los demás seres vivos. No tenemos derecho a hacer lo que nos venga en gana con ningún ser vivo natural o criado. Ahora sabemos, además, que todo acto de domesticación tiene consecuencias ambientales a mediano y largo plazo, de las cuales deberían hacernos responsables.


La (im)posible reforma de la fiesta brava

He aquí una propuesta sensata (también publicada en el web de El País) que destrabaría la polarización del debate:

... Flecha
(continuará Remolon Sonriente )



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29-08-11 23:27 #8635710 -> 8621263
Por:zagor331

RE: Sobre las corridas de toros, la instrumentalización de los animales y la imposible justificación de seguir abusando de ellos J.E Linares (interesante)
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La (im)posible reforma de la fiesta brava


He aquí una propuesta sensata (también publicada en el web de El País) que destrabaría la polarización del debate:
La tradición taurina no debe ser interrumpida, lo que debería cambiar son los tercios. El primer tercio, o suerte de capote, intacto; el segundo tercio no permitiría ni picador ni banderillas, podrían en vez intervenir rejoneadores mostrando sus destrezas sobre equinos; último tercio, no matar, sólo marcar. Tendríamos la bravura de los astados incólume y el coraje del diestro al enfrentarlos tal cual, sin merma de sus condiciones.

El problema es que, todo parece indicar, los amantes o aficionados a la fiesta brava no aceptarían estas reformas. Dirán acaso que si se elimina el tercio de la muerte, entonces ya no tiene chiste; que quizá el toreo perdería ese aire mítico y retorcidamente metafísico del enfrentamiento a la muerte.

El fundamentalismo se caracteriza por ser inflexible. Si se le pide a un fundamentalista de una de esas religiones que considera que las mujeres son inferiores a los hombres, que cambie ese valor y que acepte la igualdad plena entre los sexos, el fundamentalista se negaría, muy probablemente, aduciendo que esa mutación de valores destruiría su tradición. ¿Qué dirían los taurinos si les proponemos que no torturen ni maten a los toros, pero que continúen con la fiesta y el arte del toreo?

Sospecho que algunos fundamentalistas se negarían a abandonar un elemento que, al parecer, es tan esencial a la fiesta taurina como el que ciertas religiones consideren que las mujeres son inferiores a los hombres. En el primer caso, sin la tortura y sacrificio del toro parece que no hay arte taurino; en el segundo caso, sin represión y dominación sobre las mujeres, parece que no hay fe en un Dios justo y todopoderoso.


Las implicaciones históricas y políticas del toreo


Podría parecer una exageración, pero esta segunda prohibición de la corridas de toros (la primera fue en Canarias), justo en el país en donde se originó y se fomentó dicha tradición cultural, tiene una enorme trascendencia histórica. Marca, ojalá, el inicio de una oleada de crítica racional que revierta muchos otros actos sociales violentos e injustificados, por muy tradicionales y artísticos que sean.

Debe recordarse que en España las corridas, las ganaderías y las escuelas de toreo han estado subvencionadas por el Estado (ahora los políticos protaurinos del PP, quieren declararlos “bienes de interés cultural”), y que ésta es una más de las peores herencias franquistas que los españoles no han sabido o no han querido sacudirse.

Por ello el significado de la prohibición legal en Cataluña es también un llamado a los pueblos hispanoamericanos, ahora que estamos celebrando bicentenarios de independencia, para demostrar que podemos enfrentar nuestra historia para recuperar lo mejor de nuestra tradición colonial y comenzar a abandonar lo peor, la mala herencia de la antigua metrópoli. Me temo que las corridas de toros no representan una de las joyas que la corona española dejó en el Nuevo Mundo. Y así como los procesos de independencia política en América sólo comenzaron cuando en España misma se gestaba una revolución liberal e independentista (con respecto a la Francia napoleónica), que hizo tambalear la monarquía y que la obligó por primera vez a someterse a un sistema parlamentario constitucional (las cortes de Cádiz), en estos tiempos tendríamos que volver a seguir un buen ejemplo de nuestros paisanos peninsulares para sacudirnos esos rasgos brutales que nos arrastran hacia tradiciones culturales que se prohijaron durante la Colonia, y que todavía impregnan a nuestras sociedades de salvajismo, conservadurismo y violencia gratuita.

No creo que por mera casualidad histórica dos de las épocas de gloria y auge del toreo en España coincidan con restauraciones conservadoras anti‐ilustradas: la de Fernando VII en el siglo XIX y la dictadura franquista en el XX (la época de Manolete y de El Cordobés), periodos que sumieron a ese país en el atraso y la violencia social. Qué decir de México, que nunca ha conocido en realidad una etapa duradera y consistente de progreso social y de plena apertura política. Será por eso que, como habría dicho quizá Franco (lo parafraseo), México sea la “reserva espiritual” del toreo y en donde existen más ganaderías taurinas en el mundo.


Sobre la relevancia ética del sufrimiento animal

¿Matar o torturar a un ser vivo es malo en sí mismo? Parece una pregunta inocente. Contestemos con indulgencia: matar o torturar siempre implica un mal, sin duda. Por ello debe haber justificaciones éticas suficientes. Si se mata a un ser vivo para alimentarse o en defensa de la propia vida, el acto de dar muerte tiene justificación moral. Pero está claro que el toro no es una máquina de embestida ni ataca porque quiere; lo obligan a atacar; ¿pero cómo no? si lo pican literalmente para que entre en lidia. La lucha entre el torero y el toro es claramente desventajosa para éste; si fuera al menos una pelea en equidad de condiciones, tendríamos mucho más toreros cornados o deberíamos dejar que el toro acabara con el torero en el ruedo una vez que lo ha cogido, cosa que todo el mundo consideraría brutal e inhumana.

El colmo del retorcimiento de las supuestas consideraciones morales protaurinas es aquello de que en realidad matar al toro es un acto de respeto a su naturaleza brava, que se los mata casi por y con honor. El problema es que el toro no está en condiciones de comprender esos sublimes significados antropocéntricos ni creo que los tomaría muy en serio, en caso de que los comprendiera, aunque el torero se los explicara antes de darle la estocada.


La ritualidad sacrificial escondida en el arte del toreo


Siempre me he preguntado: ¿qué es lo que atrae a algunas personas inteligentes y cultas al toreo?; ¿qué es lo que los apasiona de la “fiesta” brava? Se ha dicho que el toreo preserva la memoria colectiva de viejos rituales y simbolizaciones para enfrentar el miedo a la muerte; que simboliza la lucha eterna de la humanidad ante la fuerza superior de la naturaleza, ante la finitud inexorable de nuestra existencia. Que el ritual de matar a un animal poderoso exorciza ese miedo y le confiere por un momento al sujeto la sensación de trascendencia simbólica de la muerte, como si matando a la bestia negra el torero se ganara por una tarde la inmortalidad. Probablemente estas hipótesis tengan sentido, o hayan tenido sentido en otras épocas y en otros contextos culturales y cognoscitivos. Muchos pueblos siguen sacrificando animales ritualmente, que luego se comen. Y en ocasiones no se sabe ya qué es más importante: el fin o el rito mismo. Pero, lamentablemente para todos los tradicionalistas, la ciencia moderna ha logrado hacernos cada vez más conscientes de dos cosas que desarman el sentido ritual de esos sacrificios:

1) los animales no tienen poderes especiales o mágicos ni son vicarios de deidades;

2) tenemos afinidades evolutivas con muchas especies de animales que nos obligan a reconocer, como en este caso, que sienten igual que nosotros; que su sufrimiento sí importa, y que la idea de una superioridad esencial de los humanos, sólo por tener uso de razón, es falsa y prejuiciosa.

No obstante, supongamos que un pueblo sigue manteniendo la creencia de que su bienestar (material o espiritual, da lo mismo) depende de sacrificar a ciertos animales, no precisamente para comérselos. Podríamos discutir si tiene derecho a seguir haciéndolo, si es que en verdad no puede reconocer que se trata de una idea basada en errores cognitivos, o si no puede demostrarnos lo contrario. Pero no me digan que los aficionados a los toros en el mundo occidental creen que el ritual es necesario para su bienestar colectivo o individual.

El punto es que el toreo moderno perdió (creo que hace muchísimo tiempo) todo su peso ritual, mágico y su simbolismo metafísico, por la simple razón de que las sociedades occidentales ya no consideran que tantos otros rituales sacrificiales sean necesarios o efectivos. Supongo que esta es una de las razones de fondo por las que ha disminuido la afición a la fiesta taurina en los últimos años. La ecuación es esquemáticamente simple: a mayor conocimiento, ciencia y civilización, menor afición social por sacrificios rituales, supersticiones, ideas mágicas, exorcismos y espectáculos brutales y violentos.

Tiene razón Jesús Mosterín, en su artículo “El principio del fin” publicado en El País el 30 de julio, sobre que la Ilustración abre el periodo histórico del viraje en cuanto a nuestra relación ética con los demás animales. Los cuestionamientos a nuestro antropocentrismo fueron en el pasado tímidos y nunca contaron con bases firmes, más allá de la compasión y la piedad (por ejemplo, la franciscana). Muchos, como Savater, quisieran que en cuanto a los animales no humanos sólo nos mantuviéramos en el plano de la mera piedad y nunca apeláramos a razones éticas. Sin embargo, desde la Ilustración comienza un fabuloso y sostenido proyecto de comprensión científica del mundo natural, que se ha afanado en especial por el estudio de los demás animales. Desde entonces sabemos mucho y con mucha certeza de la vida animal; así hemos ido superando poco a poco la ilusoria idea de la excepcionalidad y superioridad de los seres humanos sobre el resto de los vivientes. Sabemos, como nos ha recordado y explicado claramente José Luis Díaz en su artículo publicado en El País, que los animales con sistema nervioso sienten y sufren tanto como nosotros.

¿Podemos seguir haciendo oídos sordos al dolor ajeno? Ya no, éticamente es inaceptable.

Ahora bien, mi único reparo a la tesis de Mosterín es que tampoco hay que idolatrar el proceso histórico de la Ilustración, pues tiene dos fallos estructurales:

1) la ilustración no borró (como es evidente) muchos de los resabios o bastiones de las supersticiones, actos irracionales y creencias descabelladas o brutales de las sociedades modernas; el progreso no es lineal ni la civilización basada en la ciencia y la técnica es la máxima expresión de la racionalidad;

2) la Ilustración impulsó un racionalismo extremo y a veces dogmático, y contribuyó también a reforzar la idea infundada de la excepción y la superioridad humana sobre el resto de la naturaleza. Por eso, necesitamos una segunda ilustración que corrija los errores y defectos de la primera, sobre la base de dos baluartes que los ilustrados más conspicuos defendieron a muerte: la plena secularización de la vida social, del Estado y las leyes, así como el impulso y desarrollo del pensamiento científico (antidogmático y autocrítico) en todos los aspectos de la vida social.

¿En dónde reside uno de los fallos esenciales de la concepción ilustrada del conocimiento y de la racionalidad científicos? Precisamente en su instrumentalismo sobre la naturaleza. La visión científica del mundo natural desvalorizó a los entes naturales, y también a los animales, y los consideró medios o meros instrumentos para los fines humanos. La ciencia ilustrada puso en marcha el desencantamiento del mundo y trató de desarmar las supersticiones y las idolatrías, pero construyó otras: la adoración del poder técnico humano sobre la naturaleza y el reforzamiento de la concepción solipsista y narcisista del hombre ante el resto del mundo vivo. La Ilustración llevó a cuestas el fardo del viejo antropocentrismo de remotos orígenes religiosos.

Estas concepciones se cuelan en la idea de que los animales domesticados y criados son artefactos que sólo deben servir a nuestros fines, idea que se emparenta con las viejas concepciones religiosas. La secularización ilustrada fue una revolución interrumpida. No puedo extenderme en ese tema, pero para mí es evidente en muchos aspectos culturales modernos, como cuando advertimos la presencia de antiquísimas ideas cuasireligiosas en los argumentos protaurinos, coincidiendo con el instrumentalismo moderno, típico de la Ilustración.


Los argumentos estetizantes y culturalistas de la defensa de las corridas

Los argumentos estetizantes y culturalistas para defender la fiesta brava son, francamente, endebles y muy fáciles de rebatir, precisamente porque dependen del gusto. Además, todos sabemos que ningún arte tiene valor absoluto, y menos cuando implica causar dolor y muerte a seres vivos sintientes. Creo que a cualquiera le queda claro que no todo acto cultural, por muy arraigado que esté, es moralmente correcto. Los pueblos y las culturas están plagados de tradiciones y actos estúpidos, crueles, injustos, irracionales. ¿Son necesarios estos actos bárbaros como catarsis colectiva, como sublimación de irrefrenables impulsos de violencia? Probablemente, pero es claro que un acto tradicional, por muy catártico que sea (y nunca será el único, además), no debe prevalecer si implica consecuencias éticas inaceptables.

Para muchos la tauromaquia tiene poco de expresión refinada de alta cultura y de valioso patrimonio cultural de la humanidad que la UNESCO debiera registrar con urgencia antes de que se extinga. Si desapareciera, como desaparecen muchas prácticas que se pretenden artísticas, no perderíamos en realidad nada. En cambio, el arte que produjo indirectamente, quizá lo más valioso, quedaría como patrimonio histórico.

Por otro lado, podemos encontrar arte en cualquier tipo de actividad social, el punto es que la tauromaquia implica la tortura y la fascinación por la violencia y el sadismo, pasiones tan humanas ciertamente, pero tan poco aconsejables socialmente. Para abundar en lo anterior, permítanme contar una historia:

Recuerdo que, en la unidad habitacional donde vivía de niño, había un tipo un poco trastornado que encontró la forma de crear arte en algo que los demás consideraban anodino e insignificante. Al tipo le gustaba columpiarse.

Se subía al columpio más grande del parquecito de la unidad y se mecía durante horas; hacía calentamientos previos, se concentraba como todo un atleta, respiraba profundamente, finalmente avanzaba hacia el columpio con paso decidido como dando el paseíllo, se ponía su cachuchita cual montera, tomaba las cadenas con las manos untadas de talco, o quizá magnesia, y comenzaba a balancearse hasta alcanzar la máxima altura.

Era imposible no contemplar sus lances, sus elegantes movimientos a diestra y siniestra (giraba el columpio en el aire cruzando las cadenas), al final remataba las suertes con un gran salto y caía como todo un gimnasta o bailarín con los dos pies juntos; sus movimientos estaban, en verdad, llenos de sentido estético, valentía y, sin duda, de gran destreza, porque el tipo (nunca supe su nombre) creía firmemente que podía alcanzar la máxima perfección en el arte de columpiarse. Todos los demás eran incapaces de comprender el arte que él había descubierto en el desafío a las fuerzas de la naturaleza (la gravedad), y con el cual arrostraba su destino y traspasaba por unos instantes la finitud de la existencia.

Yo sí lo admiraba pendular en el columpio, cada vez más rápido, más alto, más fuerte: citius, altius, fortius. Todos le aplaudíamos (la mayoría se burlaba de él, pues era un pinche loco); pero yo le aplaudía genuinamente cada faena. No le importaba la burla ni las risotadas del respetable. Él estaba en lo suyo. Más de una vez lo vi derramar lágrimas; no creo que fuera por el escarnio, era porque había logrado el clímax en lo alto del columpio, porque había tenido una tarde de ensueño. Cada día era más diestro, más experto, más perfecto. El columpista hubiera querido salir en hombros del parque alguna de esas tardes. Seguramente se imaginaba a un público que le lanzaba vítores y le pedía que le correspondiera. Un buen día llegué al columpio a la hora acostumbrada del espectáculo, pero no estaba. No lo volví a ver jamás.

Me pregunto si no pasa algo similar con el arte taurino. La diferencia es que el único daño que provocaba el Columpista de Loma Hermosa era acaparar el columpio durante un buen rato y enfadar a más de una madre que lo reclamaba para sus críos; y nada más, nadie salía lastimado con su magnífico arte.

Lo siguiente es la defensa protaurina estetizante llevada al paroxismo por la exageración literaria de Vargas Llosa:

Que, para quien goza con una extraordinaria faena, los toros representan una forma de alimento espiritual y emotivo tan intenso y enriquecedor como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo. Que, para saber que esto era cierto, no era indispensable asistir a una corrida. Bastaba con leer los poemas y los textos que los toros y los toreros habían inspirado a grandes poetas, como Lorca y Alberti, y ver los cuadros en que pintores como Goya o Picasso habían inmortalizado el arte del toreo, para advertir que para muchas, muchísimas personas, la fiesta de los toros es algo más complejo y sutil que un deporte, un espectáculo que tiene algo de danza y de pintura, de teatro y poesía, en el que la valentía, la destreza, la intuición, la gracia, la elegancia y la cercanía de la muerte se combinan para representar la condición humana.


Vargas Llosa mezcla peras con manzanas. Una cosa es el arte taurino y otra cosa el arte que se ha inspirado en lo taurino. El segundo sí es patrimonio cultural universal y no tiene ningún sentido destruirlo, a nadie se le ha ocurrido semejante idea. Ni nadie ha propuesto que se proscriba y censure el arte que toca temas taurinos. Por lo que respecta al argumento de que si desaparecen las corridas de toros, se acabaría también todo el (verdadero) arte que se ha derivado de él (pintura, literatura, poesía o música), es tan tonto como creer que para crear arte con el tema de la crucifixión de Cristo, necesitaríamos seguir crucificando cristianos en vivo y en directo cada domingo.

No conforme, Vargas Llosa remata a volapié:

La fiesta de los toros no es un quehacer excéntrico y extravagante, marginal al grueso de la sociedad, practicado por minorías ínfimas. En países como España, México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y el sur de Francia, es una antigua tradición profundamente arraigada en la cultura, una seña de identidad que ha marcado de manera indeleble el arte, la literatura, las costumbres, el folclore, y no puede ser desarraigada de manera prepotente y demagógica, por razones políticas de corto horizonte, sin lesionar profundamente los alcances de la libertad, principio rector de la cultura democrática.

A mí más bien lo que me parece “prepotente y demagógico” es pretender que las corridas de toros forman parte esencial de la identidad cultural de los ciudadanos actuales de esos países hispanoamericanos. Yo, como muchos otros, me niego a aceptar ese estereotipo idiosincrático absurdo.

Todas las referencias son de artículos publicados en El País
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